La Graílla
Las viudas de la celosía
La pieza de la nave 17 de la Mezquita-Catedral tiene deudos que sueñan con descongelarla como a Walt Disney
Junio reflexivo (4/5/2024)
En cualquiera de estas andanadas 'woke' alguien tendría que meter en la Constitución o en alguna declaración rimbombante el derecho a la viudez. No a quedarse en este valle de lágrimas tras haber muerto la pareja de uno o de una, por ... supuesto de hecho y con pocos papeles, sino al sentirse viudo o viuda de una cosa que se apreciaba mucho y a darse golpes en el pecho para decir que lo llora más que la familia carnal.
Antonio Gala ya habló de las viudas que había dejado Franco al morir, es decir, de los políticos que se habían quedado llorando intentando continuar con su obra cuando el Caudillo reposaba bajo la losa de 1.500 kilos. Por eso pidió que, lo mismo que en la India profunda hacían con las pobres mujeres, se arrojasen a la pira funeraria de forma simbólica y dejaran paso a otra etapa.
En Córdoba escuché alguna voz el sintagma malicioso de 'Las viudas de Julio' para referirse a los que pasaron del legítimo dolor por la pérdida en la guerra de Irak del periodista Julio Anguita Parrado a un cierto culto laico en que llegaron a repartirse estampitas en aquella época de manifestaciones y pancartas, aunque al cabo mantuvieron su memoria con un premio digno.
Rafael Alberti dejó al morir viuda literal, María Asunción Mateos, y también los que ella llamó viudos, que son escritores, activistas y escritores activistas que se arrimaron al prestigio de su sombra acaso para que los versos del autor de 'Marinero en tierra' siguieran diciendo lo que ellos querían.
Desde hace ya siete años la celosía de la nave número 17 de la Mezquita-Catedral tiene un coro de viudas que lloran como aquellas mujeres de Jerusalén a las que Jesús encomendó a llantos más ciertos cuando subía al Calvario y anunciaba días en que dirían «bienaventurados los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado».
Para una plataforma que nació de un bulo colosal, aquel del monumento que la Iglesia había comprado por 30 euros gracias a una ley de Aznar, y que después siguieron políticos a los que antes se tenía por serios, era lógico pensar que aquel gigante de madera y vidrio que había diseñado Víctor Caballero Ungría en el tardofranquismo era algo así como el cadáver congelado de Walt Disney a la espera de que la ciencia pudiera resucitarlo.
El último auto del juez es resistente a las lecturas rápidas, pero viene a decir que estas viudas, la famosa asociación de financiación en moneda desconocida, no puede pedir reponerla porque es un proceso ajeno, en el que ellos pueden personarse pero no ser deudos.
Quién sabe cómo seguirá ahora este asunto interminable que ha llenado páginas de periódicos en los últimos quince años, pero cualquier día pueden acogerse a la Ley de Memoria Histórica para exhumar los diez trozos de los tristes almacenes del Cabildo y dar sepultura digna con un acto de lecturas concernidas y una placa: «Aquí yace la celosía represaliada por defender la legalidad vigente de una Mezquita sin Catedral ni procesiones».
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