La Graílla
Lujo imperecedero
Los efebos cuentan la historia de una una tierra rica, la Bética, con esculturas refinadas en sus casas
El pecado original (5/10/2024)
El que estuvo allí recuerda aquel día porque querría que no hubiese terminado nunca. La iglesia sevillana del Santo Ángel no era ni cofrade del tesoro ni joyero, aunque siempre haya sido hermosa, sino arca desbordada por la presencia titánica y abrumadora del Cristo de la Agonía ... , que desde su retablo en Vergara había vuelto a la ciudad en que lo concibió Juan de Mesa para restaurarse en el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico.
Con el fondo magnético y abrumador de su pecho anhelante y su mirada inefable al cielo, el padre Juan Dobado, que había conseguido venerarlo allí antes de que empezase el trabajo, daba cuenta de una paradoja que era también una lección de historia larga de contar: en Andalucía había mucho patrimonio histórico valioso que necesitaba pasar por el quirófano, poco dinero para actuar y una lista de espera eterna, pero en el País Vasco había bastante presupuesto disponible y una relación corta de piezas maestras o al menos interesantes, porque como aquel Cristo, que casi un año después multiplicó ya limpio su impresión, habrá poco.
Una tierra y otra tenían fotografías inversas en dos momentos de la historia: el esplendor de Roma y el oro cegador de las Indias habían creado alrededor del Guadalquivir el ecosistema para que florecieran los ingenios del arte como en pocos lugares en la historia. Cuando decayeron, la industria que floreció en el norte de España dejó un paisaje que no sería tan bello, pero sí aseguró trabajo, porvenir, solvencia y ahora pensiones a quienes habitaron aquella España verde que hasta entonces había conocido menos glorias creativas.
Si alguien tiene la tentación de lamentarse de la mala suerte de Andalucía tendría que conocer a los efebos de Pedro Abad, que estos días se han establecido para siempre en el Museo Arqueológico de Córdoba. Entre las historias que cuentan está la de una tierra que fue rica enviando plata y aceite de oliva por el viejo Betis hasta Roma. De sus familias pudientes salían filósofos y escritores y en sus casas había esculturas de refinada exquisitez aunque aquellas fiestas en que se mostraban no dejasen de ser muestrario de vanidades.
Sí, Córdoba y Andalucía no dejan de ser marqueses decadentes que encienden los puros con las cartas que avisan del embargo y enseñan mientras tanto con indolencia los cuadros y esculturas que los siglos, las herencias y el buen gusto de los antepasados dejaron en su casa. El mundo cambió de rumbo y no tuvieron la diligencia o la vulgaridad modernista de adaptarse.
El oro del pasado dejó en la que fue capital de la próspera Bética, asombro del mundo en Al Ándalus y luego noble ciudad tranquila protegida por San Rafael las huellas de Bizancio en la maqsura, de Hernán Ruiz en la arquitectura luminosa, de Juan de Mesa en el sentimiento trágico y de Damián de Castro en la geometría. Mucho mejor haber vivido en su lujo imperecedero que ser rico en este tiempo y encontrarse al C3A y su contenido como saldo único.
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