«De la ley a la ley» y otras frases clave del guionista de la Transición
Cuarenta años después de su muerte, Madrid honra al fin la memoria de Torcuato Fernández-Miranda al dedicarle una plaza para reivindicar su figura y el proceso político que permitió la llegada de la democracia sin demasiados sobresaltos y en tiempo récord. Su sobrino nieto, periodista de ABC, rememora su obra a través de sus frases
¿Qué habría dicho Torcuato Fernández-Miranda en el acto de inauguración de su propia plaza en Madrid? No lo sabemos, nunca lo sabremos, pero sí sabemos lo que dijo cuando su ciudad natal, Gijón, le dedicó una calle en 1973, al lado de la ... playa y muy cerca de El Molinón: «Y ahora, de pronto, es como si mi nombre dejara de ser mío y formara parte de mi ciudad». Es lo que dijo, antes de añadir otra frase propia de ese sentido del humor que él mismo habría definido como asturiano: « Me siento un poco responsable de lo que en esta calle ocurra ». Transcurridos 41 años, pienso en mi tío abuelo cada vez que paso por allí o cada vez que leo en ‘El Comercio’ que en esa calle se ha producido un accidente o un turbio suceso. «¿Y qué culpa tiene él?», y me sonrío, enlazando en diferido con ese sentido del humor tan particular. Tan asturiano . Así era don Torcuato.
Han tenido que transcurrir más de cuatro décadas desde la muerte del presidente de las Cortes de la Transición , en 1980, para que la capital de España le haya dedicado una plaza. No es un aeropuerto, ni la avenida principal de la ciudad, pero quizá así enlaza mejor con su ejecutoria política: entre bambalinas, con discreción, sin que la mano izquierda supiera lo que hacía la derecha. En su lápida en el cementerio de Navacerrada tampoco pone nada: «1915-1980». Sin más. Ante la contundencia de una vida no hacen falta adjetivos ni autocomplacencia. Él, cuya vocación intelectual siempre anduvo entre el Derecho político y la Filosofía del Derecho, dejó escrito que « un hombre es lo que ha hecho ». Hoy, el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, y la concejal de Cultura, Andrea Levy, han enlazado así con su legado al dedicarle la actual Plaza de la Pradera del Saceral en el distrito de Fuencarral-El Pardo.
Este artículo va de todo esto: aprovechar el reconocimiento que el Ayuntamiento de Madrid acaba de otorgar al guionista de la Transición para conocer su obra –sus hechos– y su personalidad y a través de él entenderlo todo: el tardofranquismo y la Transición, y hacerlo sin los tabúes que la izquierda trata de imponer hoy a los jóvenes. Revisemos, pues, a don Torcuato, y, sin ánimo de entrar en contradicción, accedamos a los hechos a través de sus discursos, siempre medidos, cultos, cargados de ironía y dobles sentidos... «Al intentar definir quién es una persona cualquiera, lo que tenemos que hacer es definir lo que esa persona ha hecho, porque en eso que ha hecho ha forjado eso que es». A través de lo que dijo recordaremos lo que hizo y entenderemos lo que fue. Empecemos por el principio.
1. «Decir sí o no a las asociaciones políticas es, sencillamente, una trampa, una trampa saducea»
La voz más polémica de 1970 fue ‘asociacionismo’. Una parte de la clase política alentó el debate sobre el aperturismo, y el mensaje caló en la sociedad española. Aquello fue una ensoñación, pero durante unos años se habló de la posibilidad de abrir un resquicio en el régimen para dar espacio a las asociaciones políticas. En ese momento Torcuato Fernández-Miranda era secretario general del Movimiento, esa suerte de partido único de un régimen que proscribía la pluralidad. Desde esa atalaya, alentó el debate sobre la regulación de las asociaciones políticas... Hasta que a Franco se la acabó la paciencia y zanjó el debate en privado en 1972: «No habrá asociaciones mientras yo viva y haré lo posible para que no las haya después. Serían partidos políticos». El problema era para Fernández-Miranda, que debía desinflar el globo, dar explicaciones públicamente y asumir el desgaste por el fracaso de una expectativa que él mismo había alimentado.
Él, que tenía claro que el aperturismo llegaría de la mano de Don Juan Carlos cuando fuese proclamado Rey, se vio así abocado a quedar como el malo de la película . El momento más tenso fue en una comparecencia en la Cortes. Manuel Fraga, paladín del asociacionismo, le presionó todo lo que pudo: «Señor ministro, ¿asociaciones políticas sí, o asociaciones políticas, no?». Ante esa tesitura, Torcuato tuvo que tirar de astucia y conocimientos del evangelio a partes iguales. La respuesta dejó atónitos a todos los presentes: «Decir sí o no a las asociaciones políticas es sencillamente una trampa, una trampa saducea». Y lo explicó: «Los saduceos preguntaban así, montando una alternativa respecto de la cual si se aceptaba uno de los términos, malo, y si se aceptaba el otro, peor». Tema zanjado, en una versión a la española del «ni confirmo ni desmiento». Una respuesta ilustrada para sortear encerronas o preguntas capciosas. Su estrategia política por el aperturismo no consistía en cabalgar hacia los molinos de viento del asociacionismo, sino trabajar por la figura que estaba dispuesta a representar ese cambio: el Príncipe. Pero para eso aún había que esperar.
2. «Se ha dicho que soy un hombre sin corazón, frío y sin nervios. No es verdad. Lo que sucede es que soy asturiano»
Esta frase es Fernández-Miranda en estado puro. Tras el atentado de Carrero Blanco, en su calidad de vicepresidente del Gobierno, asumió la Presidencia en funciones durante dieciséis días. Gestionada la crisis con notable éxito, todo apuntaba a que sería ratificado en el cargo; pero finalmente Franco decidió nombrar a Carlos Arias Navarro, a pesar de que era el ministro del Interior al que le acababan de matar al presidente. Los ortodoxos del régimen, los inmovilistas, hicieron llegar a Franco un soniquete incesante: «Cualquiera menos Torcuato». Demasiado independiente, demasiado imprevisible, demasiado libre. No era del club, porque él nunca fue de ningún club. El día que cesó decidió pronunciar un discurso anotado en unas cuartillas. Todo muy críptico: «Los asturianos tenemos cierto miedo al corazón y al sol. Sí, al corazón y al sol. En las tardes abiertas de cielo raso, cuando el sol luce con toda su fuerza, los asturianos sabemos que a la caída de la tarde las nieblas y las nubes surgirán de las entrañas de la tierra o desde la invasión de la mar. En esos atardeceres, los valles, las montañas y senderos se hacen peligrosos».
Sin decirlo, Torcuato iba a dibujar una metáfora llena de contenido político: que la avanzada edad de Franco –a la caída de la tarde– le impedía tomar decisiones serenas –las nieblas– y le convertía en una persona influenciable, y que Carmen Polo ganaba peso en las decisiones políticas de El Pardo: « Hay quien dice que entre la densa niebla cabalgan las brujas ». Nadie entendió esas palabras, salvo una persona, que se lo espetó a la cara cuando fue a despedirse al palacio de El Pardo: «No, Miranda, no me he equivocado», le dijo Franco en referencia al nombramiento de Arias, y moviendo la mano de izquierda a derecha repetidamente delante de la cara, añadió: «Y los montes están despejados». Y así acabó su carrera política en el franquismo.
3. «Señor, el hombre político que soy quiere ser presidente del Gobierno, pero le seré más útil en la Presidencia de las Cortes»
Esta frase es la respuesta a la pregunta que todo político desea escuchar, y que le formuló el Rey poco después de su proclamación, el 22 de noviembre de 1975: « Torcuato, ¿quieres ser presidente del Gobierno o presidente de las Cortes? ». Y, como me dijo en una ocasión Manuel Martín Ferrand, la respuesta fue inédita en la Historia de España: un político renunciando a presidir el Gobierno en aras del interés general. Inaudito, y necesario para aplicar el plan que tenía en mente Don Juan Carlos. Aunque para eso habría que nombrar a un presidente del Gobierno. ¿Quién?
4. «Estoy en condiciones de ofrecer al Rey lo que me ha pedido»
Como presidente de las Cortes, Torcuato era también presidente del Consejo del Reino, una institución que durante el franquismo tenía la misión de entregar a Franco una terna de candidatos cada vez que había que nombrar a algún cargo relevante. Todo era un inmenso paripé, porque –oh casualidad– entre esos tres siempre estaba el favorito del jefe del Estado. La cuestión es que muerto Franco, el Consejo del Reino aún seguía ahí, y lo formaban las mismas personas que el jefe del Estado había designado. Probablemente a eso se refería Franco cuando dijo que lo dejaba todo «atado y bien atado». La que tuvo que organizar Torcuato para meter a Suárez en la terna da para un thriller político . Aquello fue más que acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma. Lo cierto es que el Rey quería a Suárez y Torcuato se lo consiguió, pero no podía decirlo abiertamente. Hubo que continuar el paripé. Y cuando, tras la reunión más larga de la historia del Consejo del Reino salió de las Cortes camino de la Zarzuela, la Prensa esperaba ansiosa. Y Torcuato les respondió con esa frase, una larga cambiada que no satisfizo a nadie y que desató las especulaciones. ¿Qué quería decir?
5. «De la Ley a la Ley a través de la Ley»
Estas once palabras resumen el proceso de reforma política y por extensión la Transición española. Es casi un trabalenguas que, sin embargo, es todo un hallazgo, político, jurídico y lingüístico. Fernández-Miranda llegó a esa conclusión al conjugar las dos facetas que resumen su vida profesional: el catedrático de Derecho Político que estudió, entendió y deconstruyó el entramado jurídico franquista (y cómo desmontarlo) y el político que aceptó ser ministro del Movimiento para conocer uno a uno a toda esa clase política franquista: desde los miembros del gabinete hasta los jefes locales. Fue en 1969, y al trascender su nombramiento un discípulo conocedor de sus planes aperturistas le preguntó sorprendido cómo aceptaba ser ministro de Franco, incluso le advirtió de que eso le iba a marcar para el futuro. Pero Torcuato tenía las espaldas anchas y la mirada larga : «Hay que ser ministro, aunque sea de Marina», le dijo recurriendo a una frase clásica de la política española. Y ahí empezó el proceso de la ley a la ley que se consumó el día que las cortes franquistas se hicieron el harakiri al votar la Ley para la Reforma Política. De la legalidad franquista, a la legalidad democrática siguiendo la normativa vigente: sin vacíos, sin violencia. De la Ley a la Ley. Soberbio. Todo empezó tres meses antes con un borrador.
6. «Aquí tienes esto, que no tiene padre»
Con esta frase y un puñado de folios mecanografiados Fernández-Miranda entregó a Adolfo Suárez el borrador de la Ley de Reforma Política. Fue un lunes de agosto de 1976 por la mañana. El viernes anterior Suárez le había confesado telefónicamente que el Gobierno estaba atascado y no sabía cómo proceder para caminar a la Democracia. Torcuato estaba en Gijón de vacaciones, pero no dudó en coger el coche con su esposa y viajar a Madrid. En su casa de Navacerrada dedicó el fin de semana a escribir el borrador que abrió el candado del franquismo, que desató el atado y bien atado. Él dictaba y su mujer tecleaba. Y el lunes por la mañana, Adolfo Suárez lo hizo suyo.
7. «Evidentemente, sí»
En las semanas previas a la celebración del Pleno en el que se debatiría el proyecto de Ley para la Reforma política –que el Gobierno había perfeccionado– la dupla Torcuato/Suárez funcionó como un reloj. Cada uno con su equipo habló individualmente con los 540 procuradores para explicarles la trascendencia de su voto; incluso se ocuparon de que la votación fuera nominal y se retransmitiera en directo por televisión: millones de españoles, y la Historia, estarían pendientes. Además Torcuato tomó dos decisiones técnicas para evitar que el proyecto fuera paralizado: creó el procedimiento de urgencia y el germen de los grupos parlamentarios. Es decir, puso un plazo tope para tramitar el proyecto y fragmentó el hemiciclo: divide y vencerás. Ante esta sucesión de medidas, hubo un conato de rebelión contra el presidente de las Cortes, que tuvo que intervenir ante muchos de esos procuradores, que le acusaban de estar posicionándose en favor del proyecto reformista. La respuesta fue contundente: «Evidentemente, sí. El procedimiento de urgencia solamente se justifica en la situación actual si se parte del concepto de que las Cortes quieren la reforma y están dispuestas a colaborar con el Gobierno. Quienes no acepten el espíritu de la reforma, que lo digan con claridad». Finalmente el proyecto salió adelante con abrumadora mayoría de procuradores. El franquismo se hizo el harakiri .
8. «Tranquilo, Juan, ante todo la dignidad del cargo»
Esta frase es poco conocida, y muy relevante. La pronunció tres semanas después de la aprobación de la Reforma política, cuando los más exaltados del franquismo identificaron a Fernández-Miranda como el sepulturero del régimen. Era 20 de diciembre de 1976, tercer aniversario del atentado de Carrero Blanco. Al salir del funeral una turba de extrema derecha brazo en alto rodeó a Torcuato, a su mujer y a su jefe de Gabinete, Juan Sierra. Le gritaron de todo: « Perjuro», «traidor», «masón», «al paredón ». Con el corazón enjuto, pero el mentón alto, Torcuato susurró a su asistente: «Tranquilidad, Juan, ante todo la dignidad del cargo». No eres sólo una persona, eres la institución que representas. En ese momento, las Cortes españolas. Es la dignidad del cargo. El respeto por las instituciones.
9. «Tenemos ante nosotros un grave problema»
Torcuato no se presentó a las elecciones del 77 porque tenía la convicción de que hacerlo desde el poder vulneraba la neutralidad de unos comicios constituyentes. Era jugar con ventaja. En aquel momento el Rey tenía la prerrogativa de nombrar algunos senadores, y nombró a auténticas personalidades: además de Fernández-Miranda, por ejemplo, Enrique Fuentes Quintana, Camilo José Cela o Julián Marías. Como senador, Torcuato participó en el debate constitucional y advirtió de una equivocación que daría problemas en el futuro: la inclusión del término ‘nacionalidades’. «Concita el consenso de quienes creen en la unidad de la Nación española y quienes creen exactamente lo contrario», aseguró antes de exigir a la Unión de Centro Democrático que retirara a ese término del texto constitucional: «Estamos ante un juego peligroso de ocultar intenciones y confundirnos». No sólo no le hicieron caso, sino que le expulsaron del grupo parlamentario de UCD para silenciarle. El tiempo le dio la razón. Leer en 2021 aquel debate en la Comisión Constitucional del Senado conduce irremediablemente a la melancolía, no sólo por lo clarividente de la predicción de Fernández-Miranda, sino por la altura intelectual y política de los argumentos utilizados por unos y por otros. Eran otros tiempos.
10. «La Transición fue como una obra de teatro con un empresario, el Rey; un actor, Adolfo Suárez, y un autor, Torcuato Fernández-Miranda»
Esta frase hizo fortuna porque explica el reparto de papeles en la primera fase de la Transición, la que transcurrió desde la proclamación de Don Juan Carlos hasta la celebración de las primeras elecciones democráticas. Dieciocho meses en los que funcionó como un reloj el triángulo al que hay que agradecer la llegada de las libertades políticas: el Rey, Fernández-Miranda y Suárez entregaron a los españoles la capacidad de decidir su propio destino, y ahí empezó todo .
Porque la Transición bien vale una plaza.
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