Lobanovski, zorro plateado

Lobanovski podía ser cruel, pero en su concepción del fútbol siempre pasaba algo. Viene Lobanovski a este álbum con cara de adusto actor inglés como símbolo de aquella URSS que llegó a la final de la Eurocopa de 1988. La perdió, sí, pero delante había una pléyade de estrellas de aquellos Países Bajos que eran la envidia de un continente: Gullit, Van Basten y por ahí seguido.

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Hasta el día de la final, la URSS de Lobanovski había puesto sobre el campo los rudimentos de este ingeniero que, en eso de las ingenierías, se adelantaría a Pellegrini. Su filosofía, llevada al extremo, era el de la presión. Por eso fue tenido, y por eso en aquel año 1988, pudo llevar a los soviéticos, con el régimen a punto de colapsar a una final en una Eurocopa.

El campeonato de la URSS no fue un camino de rosas, pero el mantra del juego físico de Lobanovski se iba imponiendo. En la fase de grupos ganaron incluso a esos Países Bajos tan floridos que hemos mandado aquí. Consígnese aquí, también, un 2-0 a Italia en las semifinales que ilustra una filosofía de estar en el campo espartana y efectiva. Científica, si se puede usar este adjetivo.

Lobanovski tenía fama de fiero, pero eso es algo negado por el reconocimiento de la profesión. Ucrania, tras su fallecimiento lo nombró Héroe Nacional, y otro ídolo, Andriy Shevchenko, tras ganar la copa de Europa de clubes con el AC Milan, viajó raudo a Kiev a condecorar con su medalla el túmulo de un revolucionario de este deporte.

Lobanovski fue pionero en muchos aspectos, que llevó a la URSS a una final de la Eurocopa muchos años después. Después de Lobanovski, el fútbol había evolucionado siglos.