fútbol
Morata aún busca su sitio: octavo cambio de equipo
El delantero se marcha al Galatasaray después de seis meses en Milán; solo en la selección ha encontrado la estabilidad
Los secretos de la Masía

Un rastreo por la hemeroteca personal de Álvaro Morata (Madrid, 32 años) deja un reguero de titulares que navegan entre la desazón, el disgusto o la turbación. Cualquier antónimo de serenidad, tranquilidad o sosiego. «Soy más feliz fuera de España», «Es probable que deje ... la selección», «Tuve ataques de pánico». En el delantero se plasma el mal de nuestros días, los problemas de salud mental.
Y no es de ahora. En una magnífica entrevista en ABC, dijo en 2018: «Necesitaba ayuda, no quería jugar ni entrenar». Solo en la selección española, reconfortado por un liderazgo sin tacha, parece haber encontrado los momentos de felicidad que se le niegan en los clubes por los que ha pasado. Tiene 32 años y ya son ocho cambios de equipo. El último, esta semana, del Milan efímero al Galatasaray turco, al que llega cedido hasta junio con una opción obligatoria de compra de 15 millones.
En esta vida instantánea y mundo de apuestas, cualquiera puede pronosticar sin temor al fallo que el Galatasaray no será el epílogo de Morata en el fútbol. Aún tendrá que escribir más renglones en otros parajes. Así lo decreta su infelicidad, esa que le mueve a cambiar cada poco de club, de liga y de país. Uno de los jugadores que más dinero ha movido en traspasos para solaz de él mismo y de sus representantes, también es un cometa errante.
En ningún lugar se ha asentado Morata. Ningún vestuario, club, entidad, entrenador o plantel de jugadores le ha proporcionado la suficiente ventura y afán de prosperidad como para plantar sus botas, regar el fruto y dejar crecer el árbol. Cada vez que se abre una ventana del mercado de fichajes, la liebre de Morata puede saltar por cualquier sembrado.
Es un caso digno de estudio. Un futbolista ejemplar en el terreno de juego, noble en el esfuerzo y goleador de mitad de tabla al que el aficionado medio, ya sea del Real Madrid o del Atlético –los dos clubes españoles en los que ha militado–, mira con escepticismo por su tendencia a la queja. Rechinan sus lamentos por mucho que desde el primer minuto sea patente un problema de salud mental, ansiedad, malestar en su trabajo.
Hijo del exdirector comercial de la cadena Ser, atlético de cuna como su familia, pieza de la prensa rosa por su matrimonio con Alice Campello, Morata inició su vida deportiva en el Real Madrid con una media goleadora que no pasará a la historia: 0,26 tantos por partido. El mismo porcentaje obtuvo durante dos años en la Juventus, su segunda casa: 0,26. De regreso al Madrid, una campaña (2016/17), poco progreso, 0,33. Desligado del club blanco, dos temporadas en el Chelsea cuadraron su perfil: 0,33 goles. Algo avanzó en el Atlético, 0,36, donde Simeone le dio confianza en sus declaraciones públicas.
Cedido a la Juventus, la historia no creció: 0,36. De vuelta al Atlético, más o menos parecido: 0,38 tantos por jornada. El último periplo, seis meses en el Milán, calcó la estadística: 0,26. Cabe concluir, a tenor de los números, que Morata es un delantero aguerrido, bravo en la pelea, que ayuda en defensa, pero que no marca diferencias. Juntando todas sus etapas en España, Italia e Inglaterra, su media de goles es limitada: 0,36 por partido. Una diana cada tres encuentros.
En la actual selección española campeona de Europa, es imposible tenerlo en mejor consideración. Para De la Fuente, son Morata y diez más. Capitán, titular y referente, el atacante ha elevado su coeficiente sin lanzar cohetes: 37 goles en 84 choques (0,44). Futbolista modélico y profesional, pero no determinante ni con caché de estrella.
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