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Joaquín, un mito contemporáneo

Mateo González

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A la altura de Del Sol, Gordillo y Cardeñosa, el capitán del Betis se despide dejando una carrera aplaudida por compañeros y rivales

Mito: «Persona, cosa o hecho de reconocido prestigio que sobresale entre los de su género hasta tal punto que ha entrado a formar parte de la historia o se ha convertido en un modelo». No cabe ninguna duda de que Joaquín Sánchez Rodríguez encaja a la perfección con esta definición. En el Betis contemporáneo no hay cuestión sobre su magnitud. En la historia el debate se centra en qué lugar del podio ocuparía. Hablamos de mucho más que un futbolista. Un chico de El Puerto de Santa María que llegó a Heliópolis para cambiar su historia, para convertirse en el motivo por el que muchos profesaron la fe verdiblanca, para levantar dos títulos y pulverizar un récord tras otro. Así han sido los 23 años de Joaquín en la elite. Joaquín, el del Betis. Así, con nombre y apellido. Porque un mito no se despide todos los días y tendrá que pasar mucho tiempo para que alguien aspire a igualar la dimensión que ha alcanzado su figura en el momento del repaso de sus logros, en la hora de su despedida.

525 partidos (de los 934 oficiales que ha jugado) han dado para moldear una leyenda que sobrepasa el 107x64 del Villamarín. Es el único jugador que tiene una puerta a su nombre en la casa de los béticos. Ahí está su dimensión. Desde muy pronto Joaquín fue un fenómeno de masas, arrastrando jóvenes con carpetas forradas con sus fotos a los aeropuertos. El Julen Guerrero verdiblanco. Con un carisma muy especial, siempre sonriente. A Joaquín le vino bien crecer acompañado de amigos, en un vestuario en el que su gracia y su descaro tenían eco.

Joaquín, junto a Ito, celebra el gol marcado en el Real Betis - RCD ESpanyol, jugado en septiembre de 2001 Díaz Japón

Su fútbol fue tan sobresaliente que personificó lo que debía florecer tras las cenizas del descenso. A Joaquín se agarró aquel Betis de Fernando Vázquez para que el paso por Segunda fuera mínimo. Con Juande explotó en Primera y las puertas de la selección se le abrieron hasta ser protagonista en el Mundial. Sus lágrimas maldiciendo a Al-Ghandour dieron la vuelta al planeta. Porque Joaquín siempre fue más que un simple jugador de fútbol.

«Es el único jugador que tiene una puerta a su nombre en la casa de los béticos. Ahí está su dimensión»

Víctor Fernández se rindió a sus encantos y supo entenderle. Entonces ya empezaron los cantos de sirena de clubes grandes. Con Serra Ferrer llegó a su apogeo y Chelsea y Real Madrid plantearon sus propuestas, ya mareantes. En el beticismo estaba Joaquín en un lugar preferente, capote en mano en el Calderón. Protagonista de un título esperado durante tantos años, algo parecido a los que tuvo que aguardar esta fiel infantería hasta que él mismo lo levantó en la Cartuja en 2022.

Aquel Joaquín tenía ya ese perfil mediático y con su vida privada más que abierta con la presencia de cámaras el día de su boda, con la Copa tratando de restarle protagonismo hasta a Susana. Ya le iba a ser difícil al Betis y a Lopera retener a una estrella que había entrado en la rifa del fútbol mundial. Era uno de esos jóvenes con proyección como el tal Custodio que jugó un amistoso con el Sporting en un verano ante el Betis y que después rompió en Cristiano Ronaldo. Con Lopera no podía acabar bien la cosa y su método de presión para que aceptara la oferta del Valencia era mandarle al Albacete. Entre lágrimas, en un hotel de Sevilla, Joaquín dijo adiós a su Betis. Al club al que había llegado por su hermano Ricardo y cuya camiseta se pegó a su cuerpo. Días de luto entre el beticismo, orfandad y temor ante lo que podía venir, que se confirmó como un desastre. Le suplió Odonkor y con eso está ya dicho todo.

Joaquín atiende las instrucciones de Ronald Koeman en un partido durante su etapa en el Valencia ABC

Lejos de Heliópolis siguió haciendo Betis. Lo visitó con el Valencia y marcó. También con el Málaga, años después, tiró un penalti ante el debutante Adrián. Jamás celebró un tanto contra el Betis. Se había tenido que ir como le ocurrió a Del Sol, Gordillo, Cuéllar o Alfonso. Todos volvieron. Porque llevaban el Betis en la sangre, como Joaquín. Tras ganar la Copa con el Valencia y ser protagonista en el mejor Málaga de la historia se alejó hacia Florencia pero se dio cuenta de que no podía vivir sin el verdiblanco. «Soy Joaquín, el del Betis», dijo cuando volvió rodeado por la masa bética en septiembre de 2015, con el Betis recién retornado a Primera y él con un brazo escayolado por presionar a los dirigentes de la Fiorentina para que le dejaran marchar.

Era un Joaquín maduro al que el beticismo se entregaba como una esperanza de un tiempo nuevo. El Betis fue creciendo quizás más lentamente de lo esperado, con él como capitán indiscutible. Ya había llevado el brazalete antes pero su brazo había crecido. No pudo tomar el 17 porque Westermann se lo había pedido antes. Joaquín se quedó con el 7, que completó la secuencia con el 27 del estreno y con el 17 que ya es leyenda.

Joaquín con la Copa del Rey ganada por el Betis en 2022 en Sevilla Efe

Muchos pensaban que volvía para retirarse pero éstos no esperaban que iba a tardar ocho años en decir adiós. Y le dio tiempo en esta fase a clasificar al Betis cuatro veces para la Liga Europa y a levantar la Copa de una generación, 17 años después. Justo su número. Joaquín ya era un mito con el que salía barata la entrada para ver al Betis. Los campos de España se levantaban a su paso. Lo pasó mal con Víctor Sánchez del Amo pero recuperó la sonrisa con Quique Setién y Serra Ferrer. Entonces se revitalizó y unió ese paso adelante futbolístico con otro perfil que le equipara a Rafael Gordillo en su compromiso fuera del campo. Joaquín compró acciones mientras era futbolista. Ahora le servirá para entrar en su consejo.

Joaquín se ha ido cuando y donde ha querido. Se ganó ese derecho como mito que es. Tiene tres peñas a su nombre y en la ciudad deportiva Rafael Gordillo le esperará algún homenaje más. Su presencia impone allá donde va porque es el Betis personificado. Joaquín siempre ha tenido una sonrisa preparada en el bolsillo para cualquier labor social, para el niño que se le acerca en una cafetería o en el aeropuerto, para alegrarle el día a quien corresponda. Así, con esa naturalidad, lo ha mostrado en televisión, donde también sigue portando la camiseta del Betis como el mito en vida que es. Los que han vivido estos años, los parroquianos de Heliópolis de inicios del siglo XXI, podrán contarle a sus nietos que ellos vieron jugar a Joaquín. La finta y el sprint. La felicidad hecha fútbol. El hijo de Aurelio y Ana que selló una era y que ahora dice hasta siempre porque un mito así no se marcha jamás.

Érase una vez una risa pegada al reglamento de un balón que se fundó en El Puerto de Santa María hace 41 temporadas. Respondía y así seguirá siendo al nombre de Joaquín Sánchez, pero todos en aquel humilde barrio de la Fermesa lo conocerán siempre como el más chico y retozón de los ocho que sacaron adelante Ana y Aurelio. Ese chiquillo de ojos verdes que rompía ventanas propias y ajenas a base de disparos en la plazoleta. Y es que jamás habrá cristales suficientes para cuantificar el talento de quien se convertiría décadas más tarde en un futbolista irrepetible para el fútbol español, y el Real Betis, casa merecida de quien besará su escudo por última vez con unas botas puestas este 6 de junio en ese partido en el que la nostalgia se regateará a sí misma sin éxito. Porque no existe un lateral en el mundo del que no se haya ido antes Joaquín.

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Joaquín con sus padres, Ana y Aurelio

Carisma y autenticidad. Dos palabras que valen para describir a la perfección lo que es Joaquín Sánchez. No solo en el campo, donde lleva más de dos décadas mostrando su calidad y personalidad con el balón en los pies. También fuera de los terrenos de juego, un entorno en el que le cambian el apellido y pasar a ser 'Joaquín, el del Betis'. Un nombre que manifiesta, no solo el reconocimiento y cariño que la gente le profesa, sino también su especial vínculo con el club de las trece barras.

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Desde que dio el salto al primer equipo verdiblanco han sido 23 años como profesional, con cuatro equipos a sus espaldas. Además del Betis, también jugó en el Valencia y en el Málaga en España y en la Fiorentina en Italia. Veintitrés temporadas en la máxima élite del fútbol en las que ha deleitado a los aficionados con multitud de asistencias, goles y también algunas jugadas y regates inverosímiles, sobre todo en su primera etapa en Heliópolis. Tres Copas del Rey, dos con el Betis y una con el Valencia; participaciones en la Champions League, tanto con el equipo de sus amores como con el Málaga y el cuadro de la capital del Turia... Y un montón de récords y plusmarcas que ha conseguido en una trayectoria en la que ha habido también momentos para los sinsabores.

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Leyenda del Real Betis y el fútbol español, Joaquín se retira, pero su duende no se acaba. Ese don, que se tiene o no sin que se pueda impostar, lo posee Joaquín y además como marca registrada. Ha hecho disfrutar mucho al beticismo con su fútbol pero también fuera de él con un sinfín de chistes y anécdotas que abarcan desde su 'fichaje' por el Albacete a ese sobrevenido amor por el tenis que desternilló a Julio Baptista o ese encuentro con Erling Haaland, la estrella del City, en plenas vacaciones. Porque Joaquín es mucho más que fútbol y así seguirá siendo cuando cuelgue las botas.

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Termina la trayectoria profesional de un emblema del Betis. Un camino de casi 23 años que comenzó una tarde de septiembre en Santiago de Compostela. El Betis había descendido meses antes y afrontaba el comienzo de la temporada en Segunda división. Fernando Vázquez era el entrenador del equipo bético y el técnico gallego decidió dar plaza en la alineación inicial a un canterano que venía llamando la atención.

Joaquín fue titular en un Compostela-Betis que acabó en empate (0-0). A toda velocidad, el portuense fue ganando importancia en el esquema del equipo bético. El ascenso de junio de 2001 abrió las puertas de LaLiga a Joaquín.

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