CROMOS DE NIETO / RECUERDOS DE LIGA
Kiko Narváez, aroma del 96
Refrenaba al 'imperioso' Gil y aquel tándem raro hacía funcionar el nervio vivo del Calderón
El Niño del Prater
El que iba para retomar el heroísmo con laureles del Manzanares de la mitad de los noventa se sacó el carnet de futbolista el último día en que se celebró un gol de España en el Camp Nou. Minuto 90, rechace, y un ... muchacho con empaque moreno y del sur (Quico en la camisola) le da a España una medalla olímpica que a nosotros, los de entonces, nos supo a Mundial con esa misma inocencia con que nos creímos el truco del pebetero en Montjuic o la sonrisa de Pasqual Maragall, presente en el palco el día de marras y con sonrisa ambivalente.
Fue Kiko Narváez, visto a la distancia, el jugador que mejor representó ese estigma de tocar el cielo en la temporada regular y tener que llorar, siempre, con la Selección mediando junio.
Un mal que afectó a futbolistas irrepetibles. Gozarlo ahora, con la sorna cachonda y en la 'arradio', con el rico acento de la Baja Andalucía, trae la moviola mental de aquel gol a Cedrún que significó la permanencia del Cádiz jugando una promoción en la que mandaron a la otra vida al CD. Málaga.
Había futuro en ese pelo negro y esas hechuras. Todavía no sabía que iba a acelerar el Calderón como un Dios jerezano que, cosas de la vida, tuvo que irse casi por la puerta de atrás; o que formaría parte de las musas de Joaquín Sabina en eso de componer himnos.
Hay que valorar un Kiko que se adapta el Atleti y otro que besa la gloria, que marca, que despeja defensas por mera ley física y abre el tapete para que Simeone fuera el que fue. Kiko no envejece. Al titán le fallaron los tobillos y se nos fue a reposar y al adiós a la dehesas del Extremadura.
La resignación melancólica y 'tobillera' no le impide una chanza, tomarse el mundo en broma cuando todo está medido al milímetro por los macarras de la moral.
La chiquillería atlética llevaba el retratito de Kiko en la cartera, carteras mal serigrafiadas que vendían los primeros chinos de Puerta de Toledo, después de aquel 96 del doblete. Refrenaba al 'imperioso' Gil y se vio que aquel tándem raro hacía funcionar el nervio vivo del Calderón.
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