Baloncesto
Antonio Díaz Miguel: 25 años sin el maestro del básquet español
No solo llevó a la selección a los primeros podios de su historia, sino que creó una cultura que permitió a nuestro país ser uno de los grandes dominadores de la canasta
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Todas las grandes epopeyas del deporte tienen un punto de partida, un Ulises que decide romper con lo establecido e iniciar una nueva era. Y en el baloncesto español ese hombre se llama Antonio Díaz-Miguel, del que hoy se cumplen 25 años de su ... fallecimiento. Un día para honrar una trayectoria legendaria, técnico de la selección el de Ciudad Real durante la friolera de 27 años (1965-1992), donde sumó 431 partidos y una buena cantidad de instantáneas que aún retumban en el imaginario colectivo español. Cientos de capítulos y heroicidades que forjó junto a sus pupilos que convirtieron al básquet en el segundo deporte más practicado y adorado de nuestro país.
Su currículum habla por sí solo. Conquistó dos platas en los Eurobaskets de Barcelona (1973) y Nantes (1983), además de un bronce en el de Roma (1991). Pero, sin duda, su obra magna se escribió durante los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 84, en los que España fue subcampeona y solo el equipo de ensueño, el 'Dream Team' liderado por Michael Jordan, pudo privar de lo más alto del podio al combinado nacional. Aquella gesta, simplemente, lo cambió todo.
Con sus gigantescas gafas y rostro de detective en una escena de un crimen, le dijo a un país que soñaba con los Lakers y los Celtics que en casa había una cantidad ingente de talento, que para disfrutar del baloncesto no había que mirar al otro lado del Atlántico. Y, lo más importante, estableció las bases para que la edad de oro, la de los Gasol, Navarro, Rudy, Chacho, Llull y compañía, fuese una de las generaciones más temidas y exitosas de la historia del deporte.
Viajes a Estados Unidos
Han sido muchos los que han bebido de su conocimiento, pero fue Fernando Romay, legendario pívot del Real Madrid, uno de los más influidos por su figura. Bajo su tutela, el chico que era conocido en su Coruña natal como 'o fillo do portaxeiro' fue capaz de ascender a lo más alto e incluso taponar a Jordan, el que es considerado como el mejor jugador de todos los tiempos. Además, con Díaz-Miguel también tejió una fuerte relación personal. No en vano, era el padrino del primer hijo de Romay. Con su carisma habitual, el gallego atiende a ABC para rememorar a su viejo amigo.
«Antonio era tan apasionado como innovador. Era un estudioso enfermizo del baloncesto, y eso solo se puede alcanzar si tienes una pasión desbocada por lo que amas. Su legado no se puede explicar en un artículo, pero él sabía hacia dónde iba el deporte, y el tiempo le ha dado la razón. Si me preguntas por qué fue tan innovador, la respuesta es que él fue de los primeros en viajar a Estados Unidos, porque creía mucho en el baloncesto estadounidense y, todos los años, en verano, estaba un mes estudiando y compartiendo el día a día con figuras tan legendarios como la de Bobby Knight (entrenador de Estados Unidos en Los Ángeles 84 y deidad en la Universidad de Indiana). Cuando trajo todo ese conocimiento a España, fue el momento en el que cambió nuestra historia», explica el gallego.
Era un mago en la estrategia, un hombre que creía en la figura del pívot por encima de todo, consciente de que el juego interior, el más cercano a la canasta, era el mejor camino hacia la victoria. Pero, sobre todo, Díaz-Miguel era un hombre que quería convencer y no imponer. «Era muy cercano y humano. Él decía que erais vosotros, los periodistas, los que hacíais las convocatorias, los que os fijabais en los que mejores estadísticas tenían o en los que destacaban en cada puesto. Y una vez teníais la lista, Antonio convertía eso en una selección, en un equipo. Curiosamente, ese es el espíritu que se ha instalado en la Federación hasta hoy en día. No es un combinado nacional, se hace llamar 'La Familia'. Hasta ahí ha llegado su legado, fíjate».
Paz entre Madrid y Barça
A Romay, siempre bonachón y alegre, a veces se le atranca la voz al recordar una vida, la de Antonio, que necesitaría una enciclopedia para ser narrada. Cuenta el coruñés que su poder de convicción era tal que incluso consiguió reconciliar a los jugadores del Real Madrid y Barcelona tras las finales de la ACB de 1984.
En el segundo partido, una trifulca a puñetazos y codazos acabó con tres expulsados y, aunque los catalanes se llevaron el duelo y podían ir a por el título en el último encuentro, se sintieron tan perjudicados por las sanciones y el arbitraje que decidieron no comparecer en Madrid, lo que le dio el título a los blancos. Solo diez días después comenzaba la concentración para los Juegos de Los Ángeles y Díaz-Miguel fue capaz de llevar un grupo roto hasta un podio olímpico. «Tuvo que ser más Antonio que nunca porque habíamos cerrado la liga a leche limpia».
«Lo es todo, incluso sus enseñanzas se transmiten en las canteras de los clubes. Igual me dejo llevar por el cariño, pero creo que su figura no está tan valorada como se debería. Es un hombre de pedestal. Pero es cierto que somos menos mitómanos que los americanos. Antonio es nuestro Phil Jackson o nuestro Pat Riley. Pero, de todas las alabanzas que puedo hacerle, la mejor es cómo nos cambió fuera de la cancha», concluye Romay de nuevo entre carcajadas.
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