El baúl de los deportes
Una aventura que causó impacto mundial hace 100 años… pese a que las noticias llegaban con semanas de retraso
Crónicas periodísticas publicadas en 1924 sobre la expedición británica que intentaba la conquista del Everest
Y Naranjito, tildado de «mierda», «furúnculo», «horroroso», «casposo» o «eructo», triunfó
![Los alpinistas Andrew Irvine, George Mallory](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/deportes/2024/06/06/irvinemallory-ROtTTHCxnTbW0rysfolyHeM-1200x840@diario_abc.jpg)
Hace un siglo, la senda que lleva a la cumbre del monte Everest no era la Gran Vía en hora punta. De hecho, ningún ser humano había puesto aún el pie en el lugar más elevado del planeta Tierra. ¿O sí? Posiblemente, nunca lo ... sabremos a ciencia cierta. Y es que el 8 de junio de 1924, a más de 8 kilómetros de altitud, los ingleses George Mallory y Andrew Irvine salieron del último campamento de la expedición que pretendía alcanzar la cumbre del Everest. Horas más tarde, miembros de dicha expedición aseguraron haber visto entre las nubes las siluetas de sus dos compañeros ascendiendo con brío. Poco después desaparecieron… y nunca más se supo. ¿Qué ocurrió? ¿Lograron ser los primeros en alcanzar la cima de la montaña, un coloso de 8.848 metros sobre el nivel del mar? Es la gran pregunta sobre lo sucedido aquel día, sigue sin respuesta y ha forjado una de las más excitantes leyendas del alpinismo mundial.
Las noticias viajan a la velocidad que marcan las circunstancias de cada época. Hace 100 años no era sencillo conocer con rapidez lo que ocurría en la lejana cordillera del Himalaya. Así, en la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional la primera información sobre el fatal desenlace del intento de conquista de la cumbre asiática está fechada en Londres el 21 de junio de 1924. Fue publicada por el diario 'El Sol' bajo un aséptico titular: «La expedición al monte Everest»
El texto de la noticia arranca y concluye trágico: «George Mallory y A. C. Irvine han muerto al intentar coronar el monte Everest. El resto de la partida regresó al campamento sin continuar la ascensión… Con gran ansiedad se esperan nuevas noticias de la expedición al monte Everest. Sir Francis Younghusband, ex presidente de la Real Sociedad Geográfica, ha dicho que probablemente el lunes (23 de junio) se recibirán noticias; mas como la estación telegráfica del Tibet está bastante alejada de la base de los exploradores, las noticias se recibirán algo después de la fecha indicada por sir Younghusband. Este, al hablar del desastre, ha dicho que por el momento es imposible saber con exactitud lo ocurrido a la expedición. No obstante, es evidente que aquélla se encuentra en situación difícil».
Un día antes, 'La Voz' había publicado un titular premonitorio: «La montaña invencible». El madrileño «Diario independiente de la noche» ampliaba la noticia en el texto. Y compensaba la ya citada tardanza de las informaciones con una profusión de detalles que describen la magnitud de la odisea vivida por aquellos valientes pioneros:
«Las noticias que aquí se reciben del Tibet acerca de la expedición emprendida por el coronel Norton y sus compañeros Mallory, Hazard y Geoffrey Bruce no son muy satisfactorias. El 29 de abril establecieron su campamento en la base del Rongbuk, a unos 5.182 kilómetros de la cima del Gaurisankar o Everest, después de ascender hasta allí entre grandes dificultades con una agrupación de indígenas gurkhas (sic). Desde aquel elevado lugar se extendían en una extensión de tres mil kilómetros la formidable cadena de montañas que forman el Himalaya, rodeando el Norte de la India con infranqueable barrera, detrás de la cual las altas mesetas del Tibet se extienden hasta los horizontes llanos de la Siberia rusa. Delante de los viajeros, a 8.839 metros de su base, se alzaba el Gaurisankar, coronado de nieve, con penachos de nubes grises, como si fuera humo que saliera de un cráter invisible».
30 grados bajo cero
«Los expedicionarios intentaron alcanzar la garganta norte del Everest, jalonando el camino con cuatro puestos de avituallamiento. Por las pendientes deslizaderas del hielo, y sirviéndoles de puntos do apoyo los bastones ferrados y algunas plantas que se destacaban de la helada superficie, los viajeros progresaron hasta el puesto número 2. El frío era intenso; el termómetro señalaba 23 grados bajo cero, y el aire cortaba como una navaja de afeitar, lo cual constituía un verdadero suplicio. 'Al mediodía del 17 de mayo —dice el coronel Norton— vimos un espectáculo lamentable. Un grupo de hombres transidos, extenuados, sin aliento, venían deslizándose y dando traspiés sobre los hielos del puesto número 8. No habían podido resistir durante la noche anterior el frío intensísimo que helaba todo cuanto había en derredor de ellos, bajo los 30 grados centígrados'. Por fin, después de esfuerzos terribles y de haber arriesgado cien veces la existencia en la caída a abismos de 10.000 o 12.000 pies (3.000 a 3.600 metros) de profundidad, los exploradores llegaron al puesto número 3. Pero allí los sorprendió una tempestad, que se desencadenó por espacio de cuarenta y ocho horas; una de esas tempestades del Himalaya, de que no es posible dar idea aproximada. Primero, la nieve lenta; luego, el viento convirtiendo los copos en guijarros golpeadores, y después, los violentos remolinos huracanados que arrancaban los bloques de hielo con el granito sobre el cual se sustentaban, haciéndoles descender con ruido de truenos, hicieron creer a los viajeros que había llegado el último día de su vida».
«El Everest se resistía a ser hollado por la planta de seres humanos, defendiéndose con las armas terribles de la tempestad. 'La noche del 20 al 21 de mayo —describe Norton de un modo emocionante— el viento llegó a ser tan fortísimo, que amenazaba llevarse nuestras tiendas, a pesar de que sobre ellas habían caído toneladas de nieve que las sujetaban por su base. Nosotros estábamos aterrados bajo aquella masa de nieve y abríamos caminos subterráneos para poder salir por el declive. Imposible aventurarse hacia la garganta Norte. Los indígenas, que al comienzo de la expedición se habían mostrado tan animosos ly resistentes, estaban reducidos a verdaderos guiñapos de hombres, sin energías para el más insignificante trabajo. Por fin llegamos, tras de muchos esfuerzos, a la cima del Rongbuk; pero esta tentativa nos ha costado un muerto, un gurkha que sucumbió por hemorragia cerebral, lo más amenazador en esta atmósfera inaguantable. Otro indígena tiene los pies helados. Otro se ha roto una pierna a causa de una caída y otros se hallan enfermos graves de bronquitis'».
«A pesar de estas desdichas, Norton dio orden de seguir el ascenso, y llegaron al puesto número 4 con el auxilio de una cuerda que tendieron los que les habían precedido conduciendo los avituallamientos. Sin embargo, les fue imposible pernoctar allí, y todos tuvieron que descender al puesto número 3, en espera de que abonanzara el tiempo. Se duda de que puedan proseguir la ascensión».
«Tumba y monumento a su valor»
Pero aquellos bravos alpinistas no dudaron. Prosiguieron la ascensión y dos de ellos, George Mallory y Andrew Irvine, se fueron en busca de la cima y la gloria. Como relató ABC, los «héroes del Everest» lo pagaron con sus vidas: «Otra vez ha derrotado Everest a los hombres que intentaron dominar sus alturas. La tercera tentativa ha terminado en tragedia, y la expedición, capitaneada por el teniente coronel Norton, tuvo que regresar a su base, dejando en lo más elevado de las cumbres a dos de sus compañeros, sin saber dónde reposan sus cuerpos, con sólo una idea vaga de la forma en que hallaron la muerte. Los restos de dos hombres valientes, Mallory e Irvine, han quedado en los últimos trescientos metros del monte más alto del mundo, el gigante del HimaJaya, que les servirá de tumba y de monumento a su valor».
«Si el Everest acaba de ser vencido, los vencedores no han vuelto para contar su hazaña. Pero a la tercera tentativa seguirán otras, y algún día la victoria será completa»
Crónica de ABC (1924)
«El más profundo misterio rodea la muerte de los dos héroes, pero la hazaña que les costó la vida resplandece claramente en todo su esplendor. 'Mis ojos—escribe al Times el compañero que los vio por última vez—se fijaron en un pequeñísimo punto negro, que se destacaba contra un montículo de nieve situado bajo un escalón cortado en la roca de la loma, y el punto negro se movió. Apareció un segundo punto negro y avanzó sobre la nieve hasta alcanzar el puesto que ocupaba el otro sobre la loma. Entonces el primero se acercó al gran escalón en la roca y surgió a poco en lo alto; el segundo hizo otro tanto. Después desapareció toda la visión fascinadora, envuelta nuevamente por las nubes'. No es posible describir la escena con palabras más gráficas, más sencillas, más conmovedoras…».
«El que describe el cuadro estaba situado a una altura de 8.250 metros sobre el nivel del mar; es decir, 600 metros debajo de la meta que buscaban sus compañeros. Eran entonces las doce cincuenta de la tarde, y los dos exploradores avanzaban con un retraso de cuatro horas en el plan que se habían propuesto seguir. Sin embargo, y dado el punto alcanzado, no es difícil que llegaran a la cumbre tres horas después…. Una caída, o la imposibilidad de llegar al campamento antes de que anocheciera, nos da la causa probable de su desaparición; inclínanse a creer los compañeros que la noche les alcanzó muy lejos, que se acurrucaron al abrigo de alguna cavidad, y que, dormidos, sin dolor, perecieron de frío. Esta es la explicación más piadosa. Nada fijo se sabe, pero es casi seguro que pusieron pies en la cúspide antes de morir; el recorrido que les quedaba era el más fácil del trayecto. Después vendría la venganza de Everest, y una tormenta conspiró con el coloso para imposibilitar las pesquisas de los demás... ».
«Estábamos aterrados bajo aquella masa de nieve… Los indígenas, que al comienzo de la expedición se habían mostrado tan animosos y resistentes, estaban reducidos a verdaderos guiñapos de hombres, sin energías para el más insignificante trabajo»
Edward F. Norton
Coronel del Ejército británico y líder de la expedición al Everest (1924)
«…Mallory, profesor en la Universidad de Cambridge, de la que fue alumno brillante, era probablemente el primer alpinista de nuestros tiempos, hombre de una tenacidad, una resistencia, un valor y una originalidad e iniciativa extraordinarios; había participado en los dos asaltos previos y conocía como nadie los riesgos y las dificultades de la empresa. Irvine era muy joven; terminó sus estudios en Oxford el año último, después de ser elegido para remar en la gran regata anual contra Cambridge, y pasó el verano explorando las regiones polares con varios compañeros de Universidad. El jefe de la expedición les encomendó el último asalto, confiando que las admirables condiciones físicas de ambos y la gran experiencia del primero les daría la victoria en la etapa final. Hay que creer que los hombres llegaron a la cumbre; sus almas volaron aún más alto».
Viento gélido y avalanchas
«La nieve, las rocas y los vientos conspiran con el frío y la altitud para proteger al Everest de los ataques humanos; los obstáculos conocidos por todos los alpinistas se centuplican en un monte casi dos veces más alto que el mayor existente en Europa. El enrarecimiento del aire dificulta extraordinariamente cualquier esfuerzo; el corazón late 180 veces por minuto; hay que respirar ocho o diez veces antes de dar un paso y descansar varios minutos después de avanzar treinta metros. Todas las precauciones contra el frío resultan inútiles; el viento corta las ropas como un cuchillo, hasta helar la sangre y los huesos, levantando al mismo tiempo densas polvaredas de nieve que impiden ver dos metros más allá. Menudean las avalanchas como la que costó la vida a siete indígenas en la expedición de 1922. El sueño se hace imposible. Se entabla la lucha entre la altura y la vida, y en el mejor de los casos son necesarias varias semanas antes de que los que participan en la aventura puedan reponer su salud y recobrar sus fuerzas habituales».
«El premio está en el triunfo sobre tantas adversidades, en la victoria que gana el hombre a la Naturaleza, Una parte de la recompensa se encuentra en la portentosa vista que es posible disfrutar desde tales alturas. Dicen los que la han gozado que no hay palabras para describir la extensión y magnificencia del panorama que se desarrolla alrededor de Everest. Quedaban a sus pies las cumbres de Gyachung, Chouyo y Pamori, que figuran entre las más elevadas, rodeadas de un verdadero mar de altos picos, 'todos gigantes entre las montañas, todos enanos debajo de nosotros'. Allá en lontananza brillaban las llanuras de Tíbet, distantes más de 300 kilómetros. 'Parecía como si estuviéramos por encima de todo lo existente en el mundo, como si nos hubieran dado la vista de un Dios'. Una luz exquisita, rosada y amarilla, bañaba la salvaje confusión de rocas y picos, algunos de los cuales, cubiertos de nieve, parecían flotar en el espacio... Si Everest acaba de ser vencido, los vencedores no han vuelto para contar su, hazaña. Pero a la tercera tentativa seguirán otras, y algún día la victoria será completa. Este año han llegado más arriba que en 1922, y entonces subieron más que en 1921, el año del primer asalto. En su vano empeño de socorrer a las víctimas, algunos de los expedicionarios pudieron alcanzar la enorme altura de 8.550 metros sobre el nivel del mar. El hombre persistirá en la empresa, y no tardará en poner los pies en el punto más alto de su imperio».
Nadie volvió a ver con vida a Mallory e Irvine. Por tanto, nadie supo si antes de fallecer se habían convertido en los dos primeros hombres en alcanzar el techo de la Tierra. Pasado un siglo, el misterio permanece. El cuerpo de Irvine no ha aparecido; el de Mallory fue hallado en 1999. Sin pruebas fehacientes de la conquista, el ser humano siguió soñando con alcanzar la cumbre del Himalaya. Y tres décadas más tarde, 29 de mayo de 1953, el alpinista neozelandés Edmund Hillary y el sherpa nepalí Tenzing Norgay se convirtieron en los primeros conquistadores oficiales del Everest. Pero esa es otra historia que, enterrada bajo la nieve, guarda la hemeroteca del baúl de los deportes.
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