Tras las pruebas de la batalla de Aníbal en el Tajo
Una investigación pionera del equipo arqueológico de Caraca, en la que participa el Museo Nacional de Arqueología Subacuática, la Universidad de Cádiz y la Guardia Civil, explora las profundidades del río frente a esta antigua ciudad de Guadalajara en busca de restos de la contienda librada en el 220 a.C.
La casa romana de Mérida que fue más que una vivienda hace 2.000 años

Vencida la ciudad de Arbocala, no sin esfuerzo, y saqueada la de Helmántica, Aníbal regresaba de la guerra contra los vacceos con su botín, camino a sus cuarteles de invierno en Cartagena, cuando «no lejos del río Tajo» fue atacado por sorpresa por carpetanos, ayudados ... por olcades y por helmantinos supervivientes en el año 220 a.C. Tito Livio cuenta que el líder cartaginés evitó el combate en campo abierto pues las tropas indígenas «sumaban cien mil», una cifra probablemente exagerada que, sin embargo, debía superar con mucho a su ejército, que se dice de unos 60.000 hombres. Para compensar su inferioridad numérica, el estratega cartaginés levantó una empalizada al otro lado del río con la que atrajo a sus enemigos y los atacó cuando cruzaron confiados por los vados más cercanos. Tanto Livio como Polibio de Megalópolis relatan que en pleno cauce del Tajo los jinetes de Aníbal luchaban con ventaja contra los carpetanos a pie y los caídos en el río eran después aplastados por los 40 elefantes que el estratega cartaginés había dispuesto en la orilla. Diezmadas las tropas indígenas, el mismo Aníbal cruzó el río con el resto de sus jinetes, obligando a huir a los atacantes que quedaban.
Más de 2.000 años después, Rafael Sabio, director del Museo Nacional de Arqueología Subacuática (Arqva), y los investigadores de la Universidad de Cádiz Felipe Cerezo y Soledad Solana se subían el pasado 16 de agosto a una canoa de la Unidad de Actividades Subacuáticas de la Guardia Civil para investigar las profundidades del Tajo en un tramo situado frente al yacimiento arqueológico de Caraca, en Guadalajara. Antes de convertirse en la ciudad romana que mencionaron Plutarco o Ptolomeo, este enclave estratégico en el camino de Segóbriga a Complutum que llevaba hasta Cartago Nova (Cartagena) fue un 'oppidum' (asentamiento) carpetano situado en una vía ya conocida y transitada desde la antigüedad.
«Sería el paso natural de Aníbal en su regreso a los cuarteles de invierno», afirman Emilio Gamo y Javier Fernández, directores del equipo arqueológico de Caraca, que desde 2019 defienden junto a geólogos del Instituto Geológico y Minero de España que ese es el escenario más plausible para la batalla del Tajo de Aníbal. Además de contar con la amplitud de espacio que requerirían los ejércitos, en ese tramo del río hay zonas vadeables que ya existían en el momento de la contienda y en el meandro, enfrente de Caraca, han observado una estructura cuadrangular que tal vez corresponda con la empalizada que cita Livio.
Los arqueólogos han dejado de excavar por un momento en la necrópolis de época visigoda que se extiende a pocos metros para acercarse a ver cómo sus colegas se embarcan en la lancha neumática con un magnetómetro para registrar la existencia de armas y otros elementos metálicos sumergidos y un perfilador de fondos para obtener una imagen de las profundidades del río, las dos herramientas de prospección geofísica con las que van a estudiar un margen de unos 5 kilómetros arriba y abajo de Caraca.
Abrir una brecha en entornos fluviales
Sorprende encontrar al director de Arqva en estas tierras castellanas, tan lejos de Cartagena. «La idea que tenemos es abrir una brecha que creemos que en España no se ha explotado que es la de trabajar en entornos fluviales, prácticamente inexplorados», avanza Sabio a ABC. El entorno del Guadiana, en las cercanías de Mérida, había sido su primera elección -«y no la descarto todavía», dice- pero al estar inmersos en el próximo salvamento del Mazarrón 2, se decantó por comenzar en Caraca, un proyecto que requiere «menos implicación temporal» y que, sin embargo, «puede ofrecer unos resultados interesantes».
Con intervenciones como ésta pretenden fijar los pasos para investigaciones futuras. «Como en España prácticamente somos pioneros, queremos ver cómo podemos actuar en estos entornos, con qué herramientas y qué metodología, y por otra parte, tratar de verificar teorías arqueológicas, como por ejemplo, la existencia de confrontaciones bélicas en los vados, que es uno de los grandes filones de la arqueología fluvial», explica.
Los ríos no solo guardan en sus profundidades armas y otros elementos perdidos que pueden aportar valiosos datos sobre conflictos bélicos, también son vertederos naturales, «verdaderas minas de información para los arqueólogos» y en ocasiones albergan estructuras que quedaron sumergidas, ya sean diques o puentes, o restos de edificaciones terrestres anegadas por cambios en los cauces. «Todas estas circunstancias se dan en el entorno de Caraca», comenta Sabio, que junto a Cerezo dirige este proyecto de Arqva y la UCA que cuenta con el apoyo técnico y la colaboración de la Guardia Civil.
En las primeras inmersiones se han topado con cuatro alineamientos de piedras que apenas se ven a un palmo de distancia y que ahora tratan de averiguar si fueron construidos por el hombre. También ha aparecido «un poquito de cerámica», avanza Cerezo.
Desde la orilla, los geólogos del IGME Miguel Ángel Rodríguez-Pascua y María Ángeles Perucha seguían con interés los trabajos. «Habría que ver si esa especie de muro que ven es de origen antrópico o es un afloramiento rocoso como los que tenemos en esta margen del río», comentaba Perucha mientras su compañero explicaba que los vados de la zona están asociados a la falla del Tajo. «Por eso sabemos que estos vados llevan funcionando muchísimo tiempo, porque geológicamente son activos desde mucho antes de que estuviese el hombre aquí», decía Rodríguez-Pascua. A juicio de este experto del IGME, «ríos, fallas, vados y batallas, esa es la clave, es lo que hizo Aníbal, diseñó muy bien la batalla aprovechando los elementos del terreno».
300 tumbas
Mientras los arqueólogos subacuáticos navegan río arriba, Gamo y Fernández regresan a la necrópolis, donde el sol cae a plomo abrasando los huesos de vivos y muertos. Por las prospecciones realizadas con georradar saben que el cementerio albergó «cientos de tumbas, probablemente en un número superior a 300» en un periodo en el que ya la ciudad había sido abandonada. «Creemos que por algún motivo que todavía desconocemos este fue un lugar de referencia religioso, de cierto respeto, que acogió a fallecidos de un hábitat disperso en antiguas villas romanas de los alrededores, un cementerio de varias comunidades rurales. De ahí que fuera tan grande», explica Gamo.



Han excavado un total de 37 tumbas, algunas parcialmente y otras al completo durante las campañas de excavación. Entre ellas hay fosas cavadas en la tierra y cubiertas con grandes losas y otras de cista, con sepulcros recubiertos de piedra. «La excavación de 2023 ha permitido profundizar en cuestiones importantes respecto a la distribución, ritual y condiciones físicas de los difuntos», explican los arqueólogos.
En primera instancia, se ha podido discernir la existencia de agrupaciones de cistas, probablemente organizadas por parentesco, con orientación este-oeste de los enterramientos de grandes losas, mirando al amanecer y la esperada resurrección. Los difuntos estaban depositados en posición decúbito supino, con los brazos extendidos a ambos lados y en muchos casos, después de apartar los restos de familiares o allegados con los compartían sepultura.
Por la posición algo forzada de los hombros y la ausencia de clavos, creen que algunos fueron enterrados solo con sudarios, pero en otros casos, como en una tumba infantil que Gamo muestra a ABC, han hallado remaches metálicos de ataúdes o parihuelas. La sepultura de este pequeño de unos cuatro años se encuentra junto a la de otros niños muertos hace más de 1.300 años, cerca de una diminuta cista, donde solo recuperaron un diente de un neonato.
«La deferencia en su sepultura hizo que fueran arropados por una almohada de piedra bajo la cabeza y sus respectivos catafalcos de madera registrados por las escuadras y clavos de hierro de la caja», señalan. En estas sepulturas de individuos de corta edad no se observan reducciones.
Las fosas de los enterramientos visigodos destruyeron parte de sus niveles, pero el espacio entre inhumaciones ha permanecido intacto, revelando la existencia de un posible poblamiento fuera del oppidum carpetano de Caraca.
«Al hacer la necrópolis visigoda en los siglos VI y VII cortan los niveles anteriores, de época carpetana (s.III-I a.C.», remarca el arqueólogo mientras señala una línea de tierra de un color ceniciento en el sector noreste y recuerda que han desenterrado cerámicas datadas siglos atrás. El espacio entre inhumaciones ha permanecido intacto revelando la existencia de un posible poblamiento fuera del oppidum carpetano de Caraca.
Se encuentra a pocos metros del lugar donde se descubrió en 1945 el tesorillo de Driebes que se conserva en el Museo Arqueológico Nacional, un ocultamiento de unos 14 kilos de plata del siglo III a.C. que posiblemente formó parte del mismo tesoro carpetano que encontró un pastor muy cerca de allí en época de Felipe II, ambos con monedas de tiempos de Aníbal y restos con decoraciones púnicas. Otro elemento más que, en su opinión, refuerza su hipótesis sobre la ubicación de la batalla del Tajo.
Algunas de las tumbas ya están tapadas con arena y geotextil para que los visitantes puedan hacerse una idea de cómo es la necrópolis. José Luis Aguado, primer teniente de alcalde y concejal de Cultura de Driebes, pretende mostrar el próximo año los datos de cada enterramiento en carteles con fotos y un código QR. «De alguna manera son nuestros ancestros», dice entusiasta, convencido de que «para el pueblo, Caraca es nuestra bandera, hay mucha ilusión y expectación con las excavaciones». Y a los hechos se remite. El Ayuntamiento, que participa con la contratación de nueve peones y unos 27.000 euros al año, ya prepara un centro de interpretación de Caraca.
Por el momento, se ha señalizado el yacimiento con carteles que recogen la historia de la ciudad y muestran las últimas imágenes de georradar de su trazado urbano, en las que se distingue el foro o las termas monumentales de la segunda mitad del siglo I, de unos 900 metros cuadrados, que se surtían del agua de un acueducto de unos 3,5 kilómetros que también han investigado. «Tenemos un conocimiento muy profundo del trazado urbanístico, ahora lo que nos falta es ir excavándolo, pero eso es un trabajo de años», dice Javier Fernández y Gamo le secunda: «de varias vidas».
En las operaciones quirúrgicas que han realizado para resolver interrogantes que les iban surgiendo, han descubierto junto a la puerta norte de la ciudad un 'ustrinum', un edificio de unos 80 metros cuadrados utilizado por los romanos para incinerar a los difuntos, con espacio para dos piras funerarias y restos de diversos animales sacrificados. «Incluso apareció una garra de un águila, un animal muy simbólico para Roma», detalla Fernández antes de recordar que en los funerales de emperadores romanos se soltaba un águila, símbolo de la elevación del alma del difunto al más allá. Se ve que alguien en la antigua Caraca quiso emular al emperador.
La campaña finalizó dos días después de la visita de ABC. El magnetómetro se averió, pero las investigaciones continuarán en busca de huellas de la batalla del Tajo.
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