EL MOMENTO DE LA VERDAD
El mundo (taurino) al revés
Miraban los toros de Miura como don Eduardo al ministro de Cultura en una corrida de alta tensión en la que El Fandi mereció la oreja que el palco racaneó
El rugido de Roca Rey en el templo del silencio
Miraba el primer toro de Miura como don Eduardo miraba al ministro de Cultura. De frente, sin quitarle ojo, con semblante de pocos amigos para aquel que ha dejado a la tauromaquia sin más medallas de oro. Venía la corrida de Zahariche con su ... tirón taquillero y toda la leyenda a cuestas, con la seriedad de su sangre y la psicosis que brota nada más ver su nombre en el cartel. ¡Que viene Miura! Y eso son palabras mayores y voltajes superiores. En tensión siempre. Como el ñu con la manada de leones. Titánico el esfuerzo de la terna –meritísima la reaparición contra todo pronóstico médico de Escribano y el premiado toma y daca de Esaú–, vibrante cada batalla entre presa y depredador.
De emociones fuertes la miurada, la primera que mataba El Fandi, uno de los toreros más honestos del escalafón, un profesional como la copa de una Champions, un coleccionista de orejas que mereció la del cuarto Tejón. Inapelable su espada a una bella bestia cárdena de casi seiscientos kilos, 599 según la báscula. No hubiese estado de más tan rigurosa precisión pesadora en la cosa del trapío –que no es cuestión de tonelaje– en algún que otro encierro anterior. Porque mientras en Sevilla ha sonado el estribillo de 'No hay toros en el campo', en Madrid se lidiaba este domingo una novillada de criminal seriedad, astifina y con unos pitones que ni se han visto ni se verán en las corridas de primera de estas plazas de Dios. El mundo al revés.
Como al revés caminan de vez en cuando los palcos, alegres en sus pañoladas para unos y rácanos para otros. Con lo trabajosa que fue aquella faena del granadino –todo lo hizo y, además, arrastraba una severa lesión–, el presidente se puso a contar pañuelos y la recompensa quedó en una vuelta al ruedo. Nada se guardó un torero bautizado como David por la pelea contra Goliat que tuvo su madre en el embarazo. Y no sólo fue su querer, sino su conocimiento de terrenos, su oficio y su listeza para entender perfectamente a los toros y una ambición inagotable. ¿Qué necesidad tenía Fandila de matar con casi un cuarto de siglo de alternativa y con la cartilla llena de ceros una corrida de la A con asas? Ninguna, salvo la espiritual de escribir otra nueva página en su currículum, con cifras de las que muy pocos pueden presumir. Orejas de sobra tiene, como para tapizar el ruedo de la Tate Modern a lo Ai Weiwei con las pipas de girasol. De sobresalto en sobresalto -Miura es siempre otra película de señales antiguas en la época de la modernidad-, nadie las comería en el broche del gran serial firmado por Ramón Valencia.
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