EL MOMENTO DE LA VERDAD
El coloso de Híspalis en la tarde en la que no quisieron ver a Roca Rey
Manuel Escribano, con una cornada de diez centímetros, escribe una épica página y Borja Jiménez da una maciza tarde con la exigente corrida de Victorino
¡Que viene Luque! ¡Y cómo viene!

En la mirada de Escribano se agitaba la furia del guerrero, con el mandamiento primero de llegar hasta el final. La sangre derramada se convertía en épica tinta; el dolor, en emoción. Cuando el titán de Gerena apareció en el ruedo después de ser operado ... de una cornada hora y media antes, los aplausos removían hasta los cimientos de la Giralda. Enfundado en unos vaqueros de Chimy Ávila, regresó a los terrenos del miedo y el drama. De rodillas frente a chiqueros en la espera más larga. Con la cicatriz del fuego reciente, con la herida que hubiese dejado al común de los mortales dos semanas en la cama. Allí estaba Manuel, vestido de héroe, con el chaleco de oro y los pantalones del delantero bético. Todo lo hizo: ¡hasta banderillear!
Un tipo de otro planeta que nunca perdió la sonrisa. Bramaba el graderío mientras el torero escribía una nueva página de gloria en su intachable trayectoria. Aquel esfuerzo tuvo la recompensa de las dos orejas, aunque algunos perdieron el oremus solicitando el rabo. Toda la sensibilidad que, ¡aleluyal!, tuvo entonces Sevilla le faltó en la exigente faena de Roca.
Se había llenado hasta la bandera la plaza para ver al peruano, pero luego no quiso verlo. No eran los rebujitos, ni que el sol deslumbrara la vista. Aquellos que ocupaban los tendidos maestrantes ni lo quisieron ver ni tampoco se enteraron de la autoridad de su obra con un victorino que no regaló nada. Y la banda, a la que le gusta más un protagonismo que un salseo a los de 'Socialité', dijo que nones, que la música para los nacidos de Despeñaperros para abajo. Cicatera en Mi mayor. Con lo que eso cuenta en este escenario, donde sin notas no hay paraíso. Frialdad absoluta con Roca Rey. Lo inverso a esa manera de empujar a Daniel Luque la tarde anterior. Aquello no eran sólo 'vendettas', parecía un rebaño conducido por la inteligencia artificial, sin receptividad para captar una faena de figura. Por mucho menos se ha tocado pelo en el Baratillo.
La generosidad que la Maestranza tuvo con otros tampoco apareció con Borja Jiménez, al que ni la fiebre frenó su maciza actuación. Hubo hondura y entrega, verdad y compromiso. Y sí, ¡hay que matar los toros!, pero un solitario trofeo no representa la dimensión de su cita con Victorino. Qué pedazo de tarde la suya. Menos mal que ante el gesto y la conquista del coloso de Híspalis, con los puntos quemando y su vergüenza torera, la llama de la sensibilidad se prendió.
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