EL MOMENTO DE LA VERDAD
El rugido de Roca Rey en el templo del silencio
Del odio al amor sólo hubo un paso: su poder de primera figura y su valor desaforado. Hasta gritar su supremacía y abrir la Puerta del Príncipe de Sevilla
El don divino del gafe que sigue a Morante
![Roca Rey, por la Puerta del Príncipe](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/04/20/roca7-RENBURDkLd4mm7wQgQjXXVK-350x624@diario_abc.jpg)
Pocos públicos hay tan veletas como el de los toros: los mismos que un día encumbran a un torero se la juran para la próxima. Y viceversa. Claro que para eso hay que tener la capacidad de Roca Rey, a quien le tocó sufrir ... la hostilidad de Sevilla en la victorinada. De los tendidos y de la banda, que ayer sopló pronto trompetas. No le quedó otra con la volcánica apertura de rodillas. Hasta ponerse en pie mientras flotaba en un molinete engarzado a uno de pecho, que los abrocha con una redondez suprema.
Como el toro se movía con bravo son, a la gente se le olvidó pronto su anovillada presencia –qué feota y poco sevillana la corrida de Victoriano–. Y desde el saludo capotero, el más rematado en la tarde de los artistas, al graderío se le vio otra predisposición: el corazón de hormigón era ya de material moldeable. Y bombeó con la entrega desaforada del peruano, mandón entre intermitencias, con la muleta a rastras y el compás muy abierto; para acortar luego terrenos en su desafío al valor, fiel a sí mismo. Hasta sentir tan cerca el pitón que acabó con la taleguilla abierta y la piel quemando. Más crecido siguió, por bernadinas ceñidísimas antes de enterrar el acero que desempolvaba del balcón los pañuelos blancos de las dos orejas. A algunos les dolieron como si se las arrancasen a ellos. Ese es el pan de cada día en las primeras figuras: los trofeos son más discutidos que los presupuestos generales. Pero ahí seguía el Cóndor, colgando ‘No hay billetes’ y cada vez más rico.
Aplastante su aplomo con un quinto en el que no se podía exponer un alamar más. Brutal su honestidad, ofreciendo a los que habían pagado por verlo aquello que querían. Muy de verdad. Rendido acabó Descreído ante la bravura de Roca. A tumba abierta la estocada, una declaración no de intenciones, sino de realidades, la de quien antes que Príncipe nació Rey. De figurón frente a este victoriano, al que sólo el peruano era capaz de arrancar una oreja. Para hablar de tú a tú a cualquier rival. Como Aquiles frente a Boagrius, aunque un niño le advirtiera que «jamás lucharía» contra semejante bestia. «Por eso nadie recordará tu nombre». Y ahí queda dicho todo: en la guerra de Troya del toreo gobierna Roca, que entre los delantales de pausada antología de Ortega y la torerísima faena de Aguado -la de mayor belleza- , logró la hazaña de la feria: el paso del odio al amor, de la inquina al torbellino de una salida a hombros de pasión y juventud. Un grito de supremacía en el templo del silencio.
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