La Feria de Otoño de Juan Ortega: el toro de debajo de la cama hubiera embestido mejor
La belleza de un quite a la verónica de Ortega, que regresó a Madrid con el peor lote, da luz a la apagada corrida de El Pilar
El penúltimo toro de una vida

De eternidades la verónica de las seis y cuarto. La película inspirada en la novela de Michael Ende cabía en aquel lance. Pero lo que allí se rodaba era cine de autor, filmado por el propio Juan, bajo la mirada misma de Ortega. Toreo ... de autor, que diría José Luis Garci, el director que no pone 'un filme de', sino 'dirigido por'. Y así fue el quite del trianero, que de ser actor se asentaría en Hollywood, con ese porte de Cary Grant en 'Historias de Filadelfia'. Como aquel miraba a Katharine Hepburn, Ortega miraba al del Pilar, seductor en el trébol de la madre del toreo de capa. Sin traje diplomático, con un rosa palo y oro, sin corbata pero con corbatín, atrapaba en cada encuentro con Potrillo, el toro con más clase de la descastada corrida del Pilar. Porque ojo cómo fue el lote orteguiano, al que esperaba Madrid. Era su momento, pero no eran sus toros. Porque hasta el que le ha acompañado debajo de la cama desde que se anunció su vuelta a la capital, el toro del miedo, del canguelo y el repullo, era más bonito y embestía de otro modo a las sábanas. Aquí no había lugar a dudas entre buenos y malos, distinción de Truffaut: pésimo su dueto del campo charro para tan buen torero sevillano. Porque Ortega sí pertenece a los primeros, a los que saben torear como Dios incluso en el infierno.
Había barbeado las tablas ese primero, que apuntó ya su calidad en el saludo de Damián Castaño, sustituto de Daniel Luque. Cosas de la vida, el de Gerena acabaría siendo el triunfador quedándose en casa con el sabor de San Miguel y no con tal desfile de toros que se arrastraban como las ilusiones. Y eso que al tal Potrillo lo hubiese toreado a placer, que no es lo mismo que acompañar. Más de eso hubo en la faena del salmantino, sin lograr conjuntarse con el pilarico en una labor a la que trató de imprimir más gusto que acople. Ay, Potrillo, con el que se desbocaron las pasiones de los partidarios de Ortega cuando se marchó a los medios para soplar las citadas verónicas. De despaciosidad absoluta, con dos por el izquierdo que nacían cien años atrás en las fraguas de Triana y morían en la pureza de la media, en las muñecas del ingeniero del toreo del siglo XXI.
«¡Toro, toro!», gritaban cuando apareció el segundo, de aires más sevillanos que madrileños. Por abajo lo saludó Ortega mientras observaba ya las justas fuerzas de Bastardero, desentendido en cada lance. A medida que se desarrollaba la lidia, peores modales se le veían. Entre 'miaus' y un bullicio estrepitoso transcurrió la faena. Una faena para mirar en silencio, regada de torerísimos detalles: ora esa trinchera, ora ese cambio de mano, ora ese pase de pecho, ora esa manera de echar el de ídem a derechas, ora ese doblón. Instantáneas de cadencia, fotografías en blanco y negro para el archivo de Botán.
Una belleza era el tercero, un tacazo que no terminó de desplazarse en el capote de Aguado, que dejó para quien quisiera capturarlo un lance somnoliento, de esos de manos bajas que ahondan en tierras prometidas. Apretó en banderillas este colorado ojo de perdiz, tónica del conjunto ganadero, costoso con los palos. Lo que chocaba con aquella naturalidad del prólogo aguadista, desmayado como se desmaya el agua al caer de la fuente. De toma que toma fue el trincherazo. Para embelesarse en un museo con el letrero de prohibido hacer fotos para no quemar el tiempo que no volverá. Porque como aquel cartel ya no habría ninguno en su faena, que no disparó, y eso que Liebrez acudía con positivo embroque, metiendo la cara. Pero ni terminó de romper el toro ni tampoco la obra.
Con el reloj en hora (poco más de las siete, qué bendición), apareció el cuarto, el único negro del sexteto, de insulsas hechuras. Castaño quiso animar el aburrimiento en el que se sumían los tendidos con una larga cambiada de rodillas, pero ni el quite por Chicuelo de Ortega resucitó las emociones. Sólo la buena lidia de Marcos Galán hizo que las retinas volvieran a conectar con el ruedo. Y Damián, a lo Esplá, planteó faena con la montera calada mientras Guantero, con sus cositas potables, perdía las manos. Tan cortito empuje necesitaba de telas medicinales que apenas llegaron. En un sí pero no navegaron unos naturales del corte de Bilbao con los de Dolores, pero que en Madrid, con los del Pilar, ni nacieron igual ni conectaron con los tendidos. Y otra vez se preguntaba el aficionado qué hubiese sido de ese lote –sin ser nada del otro mundo– en la muleta de Luque.
.
Feria de Otoño
- Monumental de las Ventas. Sábado, 7 de octubre de 2023. Quinto festejo de feria. Casi lleno. Toros de El Pilar, muy desiguales de presencia, descastados, de pobre fondo y empuje; destacó el 1º, el mejor y de más clase, y en menor medida dieron opciones 3º y 4º.
- Damián Castaño, de azul cobalto y oro. Estocada perpendicular y descabello (silencio). En el cuarto, estocada delantera (silencio).
- Juan Ortega, de rosa palo y oro. Estocada tendida (palmitas). En el quinto, pinchazo y estocada tendida (silencio).
- Pablo Aguado, de nazareno y oro. Pinchazo hondo y descabello. Aviso (silencio). En el sexto, estocada delantera (silencio).
Todo lo puso Aguado en el quite al quinto, que nada decía y al que picaron malamente. A punto estuvo de llevarse por delante a Fuentes y la esperanza de los que decían «mi Juan, mi Juan» se desvanecía. No había duda alguna: el de las patas negras que andaba debajo del colchón hubiera embestido mejor. Aun así, Ortega lo intentó con delicadeza y deseos, pero Medicillo no podía ser más asquerosete y la gente se impacientó. Cosa extraña, se miraron el reloj.
No arregló la tarde el playero sexto, de lavada expresión y hueco comportamiento. Entre los «ooles» de guasa a Aguado y el «Plaza 1, dimisión», tronó con fuerza el «¡pum, pum!». Un formidable petardo el de la corrida del arte, aunque no tan mala como el aburrimiento del personal la pintaba a la salida. Tan sólo quedaba el recuerdo del quite de las seis y cuarto: las verónicas de sábana santa sin cama ni colchón en la torera hora de Ortega, Juan a secas para sus íntimos.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete