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Juan Ortega: «Para ser torero hay que nacer con una condición que te da Dios»

El sevillano conversa con Juan del Val («la cosa más importante del mundo es ser torero», dice) antes de su cita del sábado en Las Ventas con Pablo Aguado

Daniel Luque corta la temporada y no estará en Madrid

Juan Ortega y Juan del Val, en un momento del coloquio APV

Alicia P. Velarde

Madrid

Setenta y dos horas quedan para que Juan Ortega haga el paseíllo en Las Ventas. En una temporada en la que empalma triunfos y faenas para el recuerdo, su ausencia fue una de las más destacadas de San Isidro. El toreo del sevillano encanta en la Monumental madrileña -más de un abonado dice que a Juan lo descubrió Madrid un 15 de agosto-, y los aficionados cuentan los días para su regreso a esta plaza, después de éxitos en Málaga, Santander, Almería, una tarde tan extraordinaria como la que cuajó en Valladolid, hace menos de un mes; sin olvidar el tercio de quites que ofreció el día del rabo de Morante, en Sevilla.

Ya en capilla, el trianero mantuvo este miércoles una charla con el periodista Juan del Val, ferviente partidario de su tocayo, en el Hotel Santo Mauro de Madrid, en un acto conducido por Isabel Forner. «La cosa más importante del mundo es ser torero», sentenció el escritor. «Todos los que hemos sido aficionados, de alguna manera o de otra, hemos querido ser toreros. Quería ser torero porque era la cosa más fascinante del mundo. Soy la respuesta a una pregunta habitual: ¿Torero se hace o se nace? Yo no soy torero, porque yo no nací torero. Juan es torero porque nació torero. Es la diferencia entre los que son y sueñan con serlo», dijo el comunicador, a lo que Ortega contestó que «para ser torero hay que nacer con una condición que te da Dios. Aunque una persona puede nacer con condiciones, pero si no aprende a torear, al final esas condiciones se pierden. Por eso, creo que hay que nacer con condiciones; pero además hay que hacerse torero para trabajarlo».

Desde que era un niño, Juan tenía clara su vocación. Su familia era aficionada, con parientes ganaderos por parte de su padre, quien le transmitió la pasión por el toreo. «Yo recuerdo desde niño que siempre que íbamos a cualquier ciudad, mi padre, lo primero que hacía, era localizar la plaza de toros», cuenta a modo de anécdota para mostrar lo dicho. «Eso a mí me condiciona desde niño. Las primeras ideas de querer ser torero que tengo fueron un poco para que mi padre se sintiese orgulloso de mí». Con apenas siete años, su padre ya vio el temple que tenía su hijo ante la vida -se torea como se es, como decía Belmonte, uno de los espejos de Juan-. Tuvieron un accidente, y el progenitor cuenta que «un motorista se metió debajo del coche para intentar socorrer a un motorista. Yo recuerdo a mi padre desquiciado, aunque no lo recuerdo muy bien tampoco, pero él lo cuenta muchas veces. Ese día mi padre me dijo: vas a ser un tío templado». «Ahí yo creo que, en ese momento, se demuestra cómo es una persona», apuntó Del Val. Pequeños detalles que van mostrando y definiendo la personalidad de las personas.

Los detalles, eso tan intangible a veces, es otra de las cosas que obsesionan a Juan. Procura guardar todos los detalles del ritual, de la liturgia. «Cuando cuidas los detalles, la obra adquiere una magnitud mucho mayor. A mí siempre me ha gustado estar con gente mayor, porque se aprende, transmiten más por la experiencia, y se avanza mucho más rápido. Al estar con ellos, todos esos detalles se aprenden, y siempre me ha gustado aprender». Esos detalles pueden pasar inadvertidos, pero a la larga, marcan la diferencia, y también se pueden apreciar en el ruedo.

«Yo tenía muchas supersticiones, pero llegué a un punto en que me di cuenta de que esas cosas que me preocupaban eran un agobio, y me he esforzado por quitar eso de mi vida», dijo el sevillano, a lo que Del Val recordó aquella frase de 'La Vaquilla' (L. G. Berlanga, 1985), en la que un maletilla le comentaba a otro que estaba intentando quitarse supersticiones, porque eran un sinvivir. A colación, contó Juan una anécdota que le contó José Luis Moreno, con Canito, el famoso fotógrafo. «Me dijo: me daba la sensación de que me daba mal bajío el hombre cuando me tocaba en el patio de caballos. La cuadrilla, que lo sabía, intentaban evitar que me tocara, pero para mí era un sinvivir. Cuando llegaba a las plazas, estaba más pendiente de dónde estaba Canito que del toro. Un día le dije a la cuadrilla: 'Hoy le voy a saludar'. Le vi, le di un abrazo impresionante, y pensé 'ya está'. Tanta superstición y tanta tontería … Bueno, pues salió el primer toro y me dio una de las cornadas más fuertes que he tenido». «Por eso hay que dejar a un lado las supersticiones, pero tampoco hay que hacer tonterías», terminó diciendo, mientras se oían las risas de los presentes.

«Se torea como se es, y se torea como se está. Yo creo que tú estás en el mejor momento, tu mejor temporada», le dijo Juan del Val. Rara es la tarde en la que Ortega no desoreja a un toro o sale por la puerta grande. «Siempre he tenido la sensación -las veces que venía a torear en Madrid-, de venir en mi mejor momento. Luego echo la vista atrás y digo, madre mía… Pero es verdad que ahora mismo me encuentro con confianza, y la confianza se traduce en valor». Del Val hizo una reflexión acertada: el torero más valiente es el que más despacio torea. Hay que tener más valor para pasarse al toro cinco segundos que para pegar uno ligerito. «Y por esa regla de tres, el más valiente eres tú», expresó el periodista. «El miedo es tu instinto de conservación. El valor es saber vencerlo. Yo siempre lo digo, para mí lo más difícil que hay en el toreo es lo más antinatural. Lo que es más antinatural, es lo más difícil. Yo cuando estoy asustado con un animal, quiero que pase lo más rápido posible, y no se me ocurre darle el pecho, echar la pata p'alante y presentarle la panza de la muleta».

Otro tema tratado fue la entrega, el vivir las veinticuatro horas por y para el toro. «Para mí lo más difícil es que consigas hacer del toreo tu vida, tu prioridad, pero prioridad de verdad. Queda muy bonito cuando lo dices, pero hacerlo de verdad me parece lo más difícil». Persona clave en la carrera de Ortega ha sido su apoderado Pepe Luis Vargas, con el que contó varias historias. «En eso de la prioridad recuerdo una vez con el maestro Pepe Luis Vargas, que lo íbamos comentando. Estábamos en el coche unos cuantos, y nos preguntó el maestro que cuál era nuestra prioridad. Yo me acuerdo que dije que mis padres, mi hermana, el toreo y la salud. Los otros chavales más o menos lo mismo. El maestro puso cara de decepción, y nos dijo: 'Si en esta vida hay algo que te haga más feliz que torear, que te dé más paz interior, no vales para esto'. Yo pienso que los toreros somos bastante egoístas».

El modo en el que se conocieron ya indica cómo es la personalidad de Vargas, y también la de Juan al elegirle como pieza clave para evolucionar. Ortega fue a ver a un amigo a la Escuela Taurina, en la que Pepe Luis estaba como maestro, y fue a presentarse: «Me preguntó si no estaba retirado, y no se me ocurrió otra cosa que decirle: 'No, lo que pasa es que toreo muy poco. Es que esto está muy difícil'. Me acuerdo que me puso una cara … 'Difícil está para el que no se arrima y no quiere ser torero. Si me necesitas para cualquier cosa me llamas', me dijo. Y eso hice. Él vive justo pegado a la Basílica de la Macarena. Fui a hablar con él, y le dije que me apoderase. Me dijo que no conocía nadie, que lo mismo no hacía ni campo, pero le dije que no necesitaba torear, que quería aprender a torear. Y me dijo: 'Espérate, que lo tengo que hablar con la vecina'. Yo no sabía qué vecina era. Y la vecina era la Virgen. Salió y me dijo 'vamos a hacerlo, que me ha dicho la vecina que va a ir bien'».

Terminó el coloquio hablando de otra obsesión: la profundidad. «Cuando he sido capaz de hacer cosas profundas, es cuando he sido capaz de emocionar al público. Yo pienso que el medio de expresión de los toreros es el cuerpo, como un pincel para el pintor. Cuando tú no tienes tu cuerpo bien colocado, es imposible dar profundidad. Y es algo a lo que doy mucha importancia, que mi cuerpo sea capaz de transmitir lo que yo estoy sintiendo». Y capaz de transmitirlo es como pocos toreros del escalafón.

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