SAN SEBASTIÁN
¿Cuánto dura un desamor? Un mar de trincherazos de Pablo Aguado
Roca Rey logra la mejor entrada y la naturalidad del sevillano agita la tarde hasta salir a hombros; oreja para Talavante con el mejor toro de la desigual corrida de Cuvillo
Carteles de la Semana Grande donostiarra
![Pablo Aguado, en un trincherazo al melocotón tercero, al que cortó una oreja](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/08/17/aguado5-RV3kwCXM4IH2SkA9ecttNPJ-1200x840@diario_abc.jpg)
¿Cuánto dura un desamor? Un río, ¡qué digo río!, un mar de trincherazos de Pablo Aguado. Cuando la tarde caminaba por las sombras, volteó los corazones en un prólogo por alegrías. Henchido de naturalidad, con esa torería que le fluye sin forzar, tan ... única y suya. No se le hubiesen escapado a Tiziano en sus 'Poesías' aquellas trincheras que eran seda en las yemas y látigo en la muleta para limar esa aspereza del tercero. Su mitología torera arrancó con una media del saludo y una verónica del quite, que no pudo ser limpio por la condición del toro. Pero tal era el aroma de la carta que ofrecía que abrió el apetito de los más exquisitos paladares.
A punto había estado Tristón de derribar al picador y puso en apuros a Diego Ramón Jiménez en un par de enorme exposición. Al cuvillo, que no se le adivinaba ninguna clase, le vino fenomenal ese océano por abajo, esas trincheras sin guerra, para apaciguar el oleaje. Y si bien regaló alguna embestida con mejor son por el derecho, por el zurdo nunca perdió tan molesto calamocheo. A media altura lo guio Aguado con la estética de la sencillez -bendita sea- para hacernos olvidar el alma desclasada de Tristón, que cada vez se quedaba más corto. Pero Pablo anduvo muy a gusto, queriendo y siendo fiel a su sello. Las perlas se engarzaban a unos ayudados primorosos, pese al mal estilo del rival y compañero. Fue una faena de diferente sabor, premiada con una oreja tras una buena estocada.
Dos cariñosas le otorgaron en el último. A esas alturas, los tendidos andaban deseosos de un triunfo para amortizar la entrada. Decepcionados con la corrida de Núñez del Cuvillo, bien comida y de aparente presencia dentro de su desigualdad de hechuras y caras -algunas, como la del primero, demasiado agradables-, gritaban «¡toro, toro!» cuando apareció el sexto y acusó falta de fuelle. Cumplidora en general en el caballo, los hubo a medio camino entre la casta y el genio, otros mansos y la mayoría con el sambenito de deslucidos. Entonces, cuando Aguado se puso a torear con su verticalidad, con su gusto, cocinando a fuego muy lento la obediente pero rebrincada embestida de Violeta, la gente se volvió loca. Locos en el molinete, en ese nuevo trincherazo, en los torerísimos ayudados rodilla en tierra. En su faena de chef 'triestrellado'. Porque tres orejas se ganaría después de que en este último clamaran por las dos. Y el palco, para qué mosquear al personal, atendió la petición. Y todos contentos.
O casi. Porque la mayoría había acudido a ver a Roca Rey, que consiguió la mejor respuesta del público: casi nueve mil personas, un entradón en una plaza y en una afición tan vapuleada por la política. No tuvo suerte el Cóndor con su lote, ni tampoco sacó sus garras como acostumbra. La prueba: un solo quite -al primero- y faenas sin principios ni finales explosivos. Claro que no tuvo toros, pero ni siquiera con la espada anduvo con su soberbia autoridad.
San Sebastián
- Plaza de toros de Illumbe. Sábado, 17 de agosto de 2024. Última corrida. 8.900 personas. Toros de Núñez del Cuvillo, bien comidos dentro de su desigual presencia; obedientes pero deslucidos y de poca clase en general; cumplidores en el peto, el mejor fue el 4º.
- Alejandro Talavante, de sangre de toro y oro: pinchazo, otro hondo bajo atravesado y cuatro descabellos (silencio); media trasera y tendida (oreja y peticións).
- Roca Rey, de caldero y plata: dos pinchazos y estocada caída (silencio); pinchazo hondo y dos descabellos (silencio).
- Pablo Aguado, de verde y oro: estocada tendida (oreja tras aviso); estocada desprendida (dos orejas).
Fue el peruano el único que se marchó de vacío, pues Alejandro también puntuó, aunque a estas horas pensará por qué a Aguado sí le concedieron el doble trofeo que a él le negaron. Del extremeño fue el de mejor condición, un cuarto que, de contar con más poder, hubiese sido un gran toro. Con dos faroles en posición vertical había dado la bienvenida a este Tortolito, en el que Javier Ambel se desmonteró. Talavante, sin chispa con un primero de más de 600 kilos que iba y venía sin maldad, buscó ahora la conexión desde que se echó de rodillas con un pendular. Alegró su galope en la distancia y se puso a torear en series cortas. Variado y entonado, se ganó los plácemes y, en su afán de la puerta grande, firmó dos finales: por luquecinas, sin enmendarse un ápice, y por manoletinas de ajuste. Tras media estocada, el palco no atendió la solicitud del segundo premio, que sí había conquistado Aguado con su sevillanía, con ese toreo para saborear, de lo dulce a lo salado. Faenas para curar el desamor. Y si no que se lo pregunten al de la fila ocho, que llegó llorando y salió con la sonrisa de lo caro, del toreo que enamora y no se marchita. Sí, la entrada mereció la pena. Larga vida al sueño de don Manuel Chopera en Illumbe.
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