toros
Roca, Rey en San Fermín: al rojo vivo Pamplona con la fiera peruana
Andrés Roca Rey descifra con inteligencia los códigos pamplonicas y corta tres orejas en una tarde en la que 'sólo' le faltó exigir una corrida con el trapío de esta plaza. Justísimo de todo el conjunto de Cuvillo, que nunca rompió hacia delante y en el que Morante, cómo no, se llevó el peor lote
Quién es quién en los carteles de San Fermín

Un hormiguero era el tendido, poblado de figuras que se hacían diminutas desde la última fila de la andanada. Miles de almas para inmortalizar en los pinceles de Juan Genovés. En medio del jolgorio, de las camisetas empapadas de tinto, de los pañuelos granas anudados ... al cuello y de los cánticos, se palpaba un runrún diferente. «¡Perú, Perú, Perú, Perú!», corearon toda la tarde. Era el día de Roca Rey. Y en San Fermín se coronó como Su Majestad Andrés I del Perú. Qué manera de descifrar los códigos pamplonicas, de trepar peldaño a peldaño la pirámide de Maslow sobre las necesidades de las peñas y de ser el líder de masas en la teoría de Katz y Lazarsfeld. En dos pasos: adelante su furia y atrás las dudas. Ni una tuvo el limeño, listo como los ratones coloraos. En lo que no anduvo mandón fue a la hora de elegir una corrida con la seriedad requerida en Pamplona. Había toros que parecían pintados a vista de pájaro por el autor de 'El abrazo'. En miniatura para un escenario donde lo primero que (se) impone es el trapío desbordante, el torazo.
Claro que al gentío poco le importaron volúmenes ni caras, que fueran toros de primera-primera (ni uno) o de primerita tirando a segunda y tercera. Al rojo vivo puso la Monumental con un Fargonillo que apuntó rácana casta y no escondía ningún paraíso. Igual dio: el edén se escondía en la bravura de Roca, una máxima figura que cumple con la norma primera: creerse lo que es, el número 1. Pero como número 1 que es, ¿dónde queda la seriedad de las corridas elegidas? La cosa es que Roca se marchó a los medios para brindar este tercero mientras ondeaban las banderas de un país de Nobel. «Somos la revolución, ehh, ehh, ¡resistencia!», cantaban en la solanera. Y el que revolucionó de verdad fue Roca. Quería irse al platillo, pero el viento le hizo buscar el tercio. De rodillas se echó en un prólogo emocionantísimo, con un cambiado por la espalda que incendió. Puro fuego la faena. Se caía la Monumental, ardía hasta el tejadillo. Al fondo el luminoso anunciaba que sonaba 'Nerva', pero lo único que se escuchaba era el rugido de «¡Perú, Perú!» mientras Roca concedía distancias sobre la derecha. Obedecía a su poderío el toro, que le obligaba a perder pasos. Qué animal más asquerosete. El de Lima le dio fiesta por todos lados y se encajó en unos zurdazos. Su arrogancia se merendaba al toro y al público. Soberbia su mirada, soberbio su estar en el ruedo. Cuando acortó terrenos y se metió entre los pitones, partió la pana. Por delante y por detrás, con un aplomo brutal, jugaba a su antojo con el 30 como el que juega un número a la lotería. Otros dos cambiados trenzaron un zigzag de escalofrío en la elevada temperatura, que hubiese quebrado cualquier termómetro. Roca se tomaba un café con el valor y se dejaba olisquear la taleguilla mientras observaba al tendido, pendiente del toro y de la muchedumbre. Listísima su lectura de las claves de Pamplona, que se hacía ascuas en la hoguera roquista tras el desplante a cuerpo limpio. Faltaba la firma y logró lo imposible: callar a la plaza del ruido. «Silencio, que hay un torero», decían. Derecho como una vela se tiró a matar. Sol y sombra se convirtieron en un chupinazo de 6 de julio con los pañuelos al viento. Dos orejas paseó en una apoteósica vuelta al ruedo. De todo le tiraron, desde una colchoneta hinchable a las banderas LGBT y del Osasuna. «¡Perú, Perú, Perú...!»
Si algún despistado pensaba que se iba a vestir de inconformista en el sexto es que no conocía al fiero torero. Ni guapo ni con el trapío de referencia fue este último, justísimo de todo. Pronto se puso a torear al colorado, que obedecía a su toque. Barría el polvo el mandón Roca, pero cuando vio que aquello no trascendía lo suficiente, su mente dio la orden de marcharse a los terrenos de Lorenzo. Un lío formó a los pies de las peñas, rendidas a su autoridad. Ya lo dijo aquel, «esto es para listos». Y Andrés tiró de su inteligencia natural, de su valor descomunal, para coser cambiados y circulares invertidos frente al 7 y entre las rayas rojas. Todo al rojo, que era el color que brilló de nuevo cuando enterró la espada. Aunque se cayó, pidieron con frenesí el doble trofeo, pero el palco se puso serio y concedió uno.
Amarró Talavante en el quinto la estocada de la orejitas pamplonicas, aunque la señora presidenta rompió la tónica triunfalista del día anterior y se guardó el pañuelo. Hacía gestos el extremeño, que tuvo que conformarse con la vuelta al ruedo, que ya era sobrado premio. Repitió este hechurado Ganador en el prólogo de hinojos. Un espejismo: pronto se desfondó y simplemente se limitó a ir y venir con noble son y con menor recorrido por el zurdo. Quiso Alejandro, que por momentos anduvo birlonguete. Suciamente, como su pelo jabonero, se movió el segundo. Con mejor embroque que finales aquello no rompió. Como nunca rompió la corrida, que obedeció sin entrega ni clase.
Feria de San Fermín
- Monumental de Pamplona. Martes, 11 de julio de 2023. Quinta corrida. Llenazo. Toros de Núñez del Cuvillo, desiguales y de justo trapío, terciados algunos para esta plaza, de pobre casta y clase, no rompieron hacia delante.
- Morante de la Puebla, de rojo y oro. Media desprendida y atravesada (saludos). En el cuarto, dos pinchazos, media atravesada y descabello. Aviso (palmas de la sombra).
- Alejandro Talavante, de blanco y plata. Espadazo (dos orejas). En el sexto, estocada caída (oreja con fuerte petición de otra). Salió a hombros.
- Roca Rey, de blanco y plata. Espadazo (dos orejas). En el sexto, estocada caída (oreja con fuerte petición de otra). Salió a hombros.
¿Qué tienen en común Paulina Rubio, Barricada y La Pegatina con Morante? Que fue lo que sonó durante su faena. Más ritmo tenía la música del sol que el Morito primero, sin celo ni clase. Suyo fue, cómo no, el lote más infumable. Porque si bello no era el primero, el cuarto dejó la señal de sus gigantescas pezuñas. Qué basto era. Y así embistió, con una aspereza de bruto que no merecía las toreras maneras del sevillano, que dejó apuntes de encaje y pureza antes de los pinchazos y de tener que pasar a la enfermería por una distensión de ligamentos en la muñeca.
El destino de la puerta grande estaba escrito para la fiera peruana. Al rojo vivo seguía Pamplona con la noche oscura en lo alto.
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