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SAN FERMÍN

Del grito de horror por la cogida a Pinar al triunfo de Colombo al calor de las peñas

El dramático percance del albaceteño dejó la corrida de Miura en un mano a mano entre el francés Leal y el venezolano Colombo, que cerró la feria de Pamplona por la puerta grande

Quién es quién en San Fermín

Durísimo el impacto de Rubén Pinar contra la arena tras ser prendido por el primer toro de Miura Efe
Rosario Pérez

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Inerte sobre la arena yacía un torero. De purísima y oro Rubén Pinar. De hierro de negra leyenda el toro. De 'Grito' de Munch los tendidos. Apretaba el gentío las mandíbulas, con unos ojos de par en par y otros tapados para no ver ... lo que ver no querían. Completamente desmadejado estaba el hombre que se había postrado de hinojos para recibir al primer miura. Como si matar ya la divisa que no deja dormir de noche y genera pesadillas de día no fuese suficiente penitencia. De rodillas se puso una mujer en la andanada del 7 mientras apretaba la imagen de san Fermín, pidiéndole un último capote en esta feria... Pinar había librado la larga cambiada, pero en el momento de incorporarse se trastabilló con Reinasolo, que así se llamaba este imponente toro. En el sitio de la extremaunción lo prendió mientras sus manos servían de escudo al rostro. Oculta su mirada, pero sintiendo el aliento del cárdeno, que lo elevó a la altura del pecho por la chaquetilla con su enorme envergadura y sus 615 kilos a cuestas. Durísimo el impacto contra la arena, sobre su propio cuello. Un 'craaaaac' retumbó. Dolían los huesos sólo de ver y escuchar el impacto. Dolía luego el alma al ver al torero boca abajo mientras más de media tonelada pisoteaba la figura que vestía el color del Monstruo de Córdoba en la poesía de Sabina. La leyenda siempre al fondo de la divisa verde y roja de Lora del Río. Pinar no movía ni las pestañas y las cuadrillas volaron hasta las manos del doctor Hidalgo. «No se mueve, no se mueve», musitaban los aficionados. En voz baja, con las sílabas temblando. Recuerdos de un pasado no tan lejano, recuerdos de sangres derramadas que no se querían recordar. Olor a hisopo de sacristía... Hasta que entró en la enfermería y todo fue de nuevo bullicio. Que era 14 de julio, las peñas entregaban sus últimos cánticos y en cinco horas el reloj de Estafeta marcaría la cuenta atrás.

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