SAN ISIDRO
De la cornada de Garrido a la faena sin espada de Robleño
El extremeño resulta herido grave con el toro más complicado y el madrileño, el nuevo consentido de Madrid, da dos vueltas al ruedo tras dejar naturales extraordinarios y pinchar al mejor toro de una corrida de Adolfo de la que se esperaba mucho más
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Sentía José Garrido el aliento del toro en su boca. Sevillanito husmeaba cada centímetro del rostro del torero, que se tapaba la cabeza con las manos. Entrelazadas, en un rezo íntimo del que no sabe si vivirá para contarlo. Un ovillo hacía su propia ... figura, buscando resguardar las partes más sagradas, con el oro del vestido embadurnado de sangre y arena y con un boquete que anunciaba la cornada. La caída había sido durísima: un crujido sonó contra aquel barrizal que era entonces el ruedo. Porque sobre Madrid llovió sin consuelo, con charcos en el redondel que ya resbalaba. Aunque nadie se quejara. Porque, sí, los toreros están hechos de otra pasta y en ningún momento hubo el mínimo amago de suspender la corrida. Como algo natural lo vivieron los de luces, aunque lo que allí se escribía era heroico. Toros que matan, el aguacero y el barro. Y un viento que, ni con lluvia, dejó de soplar por momentos. El vuelo de los vencejos pronosticaba ya que la tarde sería desapacible. Sin necesidad de mirar aplicaciones móviles, los viejos aficionados daban fe de que andaría pasada por agua. Ataviados con chubasqueros y paraguas, de ahí no se movieron, empapados en el ecuador hasta los huesos. ¡Qué afición! Bendito veneno. Aunque para veneno, el del cinqueño tercer toro, el más complicado de una corrida de Adolfo Martín tan seria como falta de casta. Tan ausente... Salvo el lote de Fernando Robleño, con toros y faenas para marcharse a hombros, pero con una espada tan desafinada que de nuevo se dejó las orejas por el camino.
El de la enfermería tuvo que tomar Garrido, aupado en una camilla humana, después de hundirse el pitón mientras toreaba por la derecha. En cuanto se confió y se asentó con Sevillanito –con cara de saber latín–, el adolfo lo prendió frente al 10, donde se contaban «cinco chubasqueros amarillos –'lagarto, largato'– que Antoñete hubiese prohibido». Lo comentaba un abonado de esos que dicen que no son supersticiosos porque da mala suerte. Claro que también apostaba por este número 82 y sus nostalgias de la época de Naranjito, pero lo cierto es que fue el más incierto del sexteto, lo que ya se adivinó al arrollar en el capote. Tuvo que darle matarile Robleño, que curiosamente fue el único al que mató a la primera. El único con el que nada se jugaba, más allá de su vergüenza torera.
Al madrileño le correspondió el lote con más opciones. Humillaba el primero, un toro con transmisión por ambos pitones, con los matices y las dificultades propias del encaste, que a veces iba a dos velocidades. Pero un Horquillón con importancia y para apostar. Con mucho oficio, perdiéndole pasos, lo cató por los dos lados meritoriamente, con algunos muletazos notables en una labor que por h, por b o por v (el viento), no terminó de levantar el vuelo.
El mejor ejemplar sería Aviador, lidiado en quinto lugar al quedar el festejo en mano a mano. Qué clase y profundidad se vislumbró en el maravilloso recibo, ganando terreno. Pero sobre el cárdeno oscuro pesaba la losa del justo poder y los pañuelos verdes ondearon en medio de sonoras palmas de tango. Menos mal que don Eutimio lo mantuvo con buen criterio en el ruedo. Y los mismos que protestaban al toro acabaron aplaudiéndolo.
Había querido la cuadrilla –qué soberano par de Sánchez– aliviarlo por arriba, pero Aviador lo exigía todo por abajo. Y eso hizo Robleño, que volvió a rendir Madrid con naturales extraordinarios. Sin probaturas, pronto y en la mano, le presentó la zurda. Al ralentí, profundo y gustándose frente al burladero de areneros. Inteligente, lo oxigenó y siguió por la senda del temple y sin dar toques bruscos a un animal que no lo permitía. De uno en uno por el derecho, con altibajos, hasta coronar un cambio de mano inmenso. Cuando regresó a la izquierda, Aviador –que antes había hecho surcos– se quedó más corto y optó por coger la espada. Faena medida en la que el triunfo se presentía por lo caliente que estaba la plaza, pero su consentido –que dirían en México– pinchó y el palco no estimó suficiente la petición, aunque le obligaron a dar dos vueltas al ruedo.
Feria de San Isidro
- Monumental de las Ventas. Domingo, 28 de mayo de 2023. Decimoséptima corrida. 18.666 espectadores. Toros de Adolfo Martín y un sobrero de Pallarés (6º bis), de serias caras y bajos de casta y fondo; destacaron 1º y 5º.
- Fernando Robleño, de verde pistacho y oro. Estocada que hace guardia, pinchazo y estocada. Aviso (saludos). En el tercero, que mató por Garrido, estocada (silencio). En el quinto, pinchazo, estocada y descabello (petición de oreja y dos vueltas al ruedo).
- Román, de corinto y oro. Tres pinchazos y media puñalada. Aviso (silencio). En el cuarto, pinchazo hondo tendido y descabello (silencio). En el sexto, estocada (silencio).
- José Garrido, de azul marino y oro. Herido, pasa a la enfermería.
- Parte médico: José Garrido sufrió «una cornada en la cara posterior del tercio inferior del muslo derecho, con una trayectoria hacia delante y abajo de 15 centímetros que produce destrozos en músculos isquiotibiales y contusiona nervio ciático. Pronóstico grave».
Quería Román superar lo del día anterior. Pese a sus deseos, no pudo ser. Ni con un segundo con tanta calidad como falto de celo, ni con el descastado cuarto, ni con un sobrero feo y sin alma de Pallarés, que salió como sexto bis después de que el titular Chaparrito sembrase el pánico al saltar al callejón y quedara mermado.
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