La decimoquinta de San Isidro: de toros no entienden ni las vacas
El magistral espectáculo de Perera y su cuadrilla con un manso se queda en el umbral de los tres avisos
Amor y odio en tiempos de figuras

«¡Veterinarios, culpables!», se desgañitaba el sol, bañado en agua como la sombra. Si ni las vacas entienden de toros, ¿cómo van a entender los veterinarios? Después de las protestas del jueves en medio de un insufrible ambiente, el 'tuitendido' ardía ayer ya tras el ... sorteo y las fotos, que rara es la vez que no son engañosas. Porque ahora no hay tres toros, sino cuatro: el del campo, el de los corrales, el del Twitter y el de la plaza. Aunque hubo uno en el que la mayoría se puso de acuerdo, un primero falto del remate necesario para Madrid, o al menos para el Madrid del toro con imponente trapío. Espantoso se llamaba, y lo cierto es que guapo no era. «¡Toro, toro!», gritaba la afición tras desplegar unas pancartas en el 7: «Pagamos mucho, seremos exigentes». Apenas morrillo ni fuerza lucía Espantoso, aunque sí nobleza. Para potencia, la de la lluvia. Cómo jarreaba en Las Ventas del Espíritu Santo cuando apareció este primero de Cuvillo. Miguel Ángel Perera, que se había ajustado por chicuelinas, principió por alto para cuidar la fortaleza. Maullaba el 7 en cada pase. Y el de Puebla del Prior, a lo suyo, volvió a destapar los secretos del temple y de las alturas. Pluscuamperfecto el extremeño, que exprimió la buena condición del animal por el pitón derecho. Punteaba por el zurdo, con peor estilo. Como el aguacero, hecho ahora diluvio. Se descalzó Perera para entrar a matar, aunque la espada no se afiló lo suficiente.
Ídem sucedió en el cuarto después de una faena de asombrosa capacidad. Se vio obligado a tomar el olivo en el saludo a este ejemplar de Victoriano del Río, que lo puso en apuros. Nada se empleaba Curioso, al que Ambel bajó el capote, llevándolo toreado hasta el infinito y enseñándole los caminos. Magistral su lidia, que puso a la plaza en pie. Como la pondría Curro Javier, superior en banderillas mientras el manso apretaba hacia los adentros. De desmonterarse. Honores para la cuadrilla de Perera. Y honores entonaban también para el matador antes de atascarse con el acero. Metía la cara con clase el manso Curioso, en constante huida. Pero un inmenso torero logró robarle muletazos profundos en su querencia. Descalzo, sintiendo las raíces del toreo en la tierra mojada –curiosamente la lluvia arreó en sus dos faenas–, embarcó la embestida. A placer, cerca de las rayas del 5, rotó a placer con enorme temple y exprimiendo la nobleza del victoriano. Que se piraba. Y Perera lo seguía, permitiendo que se marchara a su jurisdicción para allí extraerle muletazos que desataban los oles. Frente a chiqueros, con lo que eso pesa, se atrevió con una espaldina, con las medias rosas hundidas en la arena. Tiró también de Curioso por el zurdo en los terrenos donde sonaban los cascabeles de las mulillas. Porque el toro ya andaba pidiendo la muerte. Pero la ambición pererista quería más y en el 10 acabó fantaseando una arrucina imposible. Hasta pasarse de faena en esas bernadinas que trataban de amarrar el triunfo definitivo. Pero oyó un aviso y se atragantó con el acero hasta el punto de quedarse en el umbral de los tres recados. Qué importante es el sentido de la medida. No merecía el gran espectáculo de Perera y su cuadrilla un final de silencios.
Se enfundó la escopeta nacional del tendido cuando Talavante recogió por bonitos delantales a Berlanguillo, que así se llamaba el segundo, con opciones. Prometía la pareja feliz de Talavante y Cuvillo, que tan bien se entienden. Cruzó el torero el ruedo de punta a punta y se plantó en el 6 por estatuarios, enjaezados a una espaldina y pintureros remates por bajo. Muy variado, como toda su actuación. Corría por sus yemas el toreo, fluido y queriendo. En El Tala que gusta, aunque sin terminar de arrebatar por cante grande ni con esa colocación que tantas veces cautivó. Aun así, anduvo por encima del cuvillo, con pasajes sensacionales, como esa ligazón o la caricia en el cambio de mano. O aquel natural ceñidísimo, el más encajado de la lluviosa fiesta, con esa pureza que seca las gargantas después de una ronda muy ligada. Giraban los talones y giraban sus muñecas. Firme y asentado remató: cuando al noble Berlanguillo le costaba ya tirar hacia delante, acarició el pitón y se marcó unas manoletinas con guiños al público, sumido en el «ooohhh» de la decepción por la tizona. Y por tantas cosas...
«¡Toro, toro!», gritaban en el 7 cuando asomó un quinto con el que Talavante enseñoreó su izquierda después del toreo a dos manos. Encajado y al ralentí parió aquilatados naturales, que a estribor el animal protestaba más. Centrado en el lado bueno, mostró la versión de la verticalidad y la del desmayo, con aplomo, aguantando las paradas de Casero. Hay que tener valor del auténtico para no inmutarse y permanecer con los pitones oliendo la taleguilla con el único arma de un trapo muerto. Lástima que de nuevo no lo viese claro con la espada.
Feria de San Isidro
- Monumental de las Ventas. Viernes, 26 de mayo de 2023. Decimoquinta corrida. 'No hay billetes'. Toros de Núñez del Cuvillo (1º y 2º), Toros de Cortés (3º) y Victoriano del Río (4º, 5º y 6º), desiguales de presencia y juego, decepcionantes en conjunto.
- Miguel Ángel Perera, de teja y oro. Estocada baja y media defectuosa (silencio). En el cuarto, dos pinchazos, media y siete descabellos. Dos avisos (silencio).
- Alejandro Talavante, de blanco y oro. Dos pinchazos, aviso, se echa y descabello (silencio). En el quinto, pinchazo y estocada corta caída y atravesada y descabello (silencio).
- Ginés Marín, de tabaco y oro. Estocada (silencio). En el sexto, pinchazo, media tendida y descabello (silencio).
Un trasiego era el graderío cuando apareció el colorado tercero. Arrolló a Larios en la lidia y puso en aprietos a los banderilleros. Poderosos los doblones de Ginés Marín rodilla en tierra para limar el dificultoso viaje. Un mundo le costaba pasar al toro, que se lo pensaba mucho y medía aún más. De esos de pasar un trago delante aunque el público no apreciara su peligro sordo. Con habilidad lo cazó. Con la tarde ya en decadencia, tampoco pudo lucirse con un sexto que lo mejor que tenía era su parentesco: familiar por parte de madre del famoso Duplicado. No hubo otro como ese ayer. Que ya se sabe que de toros no saben ni las vacas.
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