Toros enamorados entre mojones y mapas
AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS
Cuando no existían las pantallas digitales, la mayor distracción en los viajes por carretera era observar desde la ventanilla las vallas publicitarias, guiarse por los mapas y contar mojones
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«Voy camino Soria, ¿tú hacia dónde vas? Allí me encuentro en la gloria que no sentí jamás», sonaba Gabinete Caligari desde la radio del coche. Década de los ochenta. El paisaje que se veía por las ventanillas era ocre por Castilla, rojo ... por Aragón, verde que te quiero verde por el norte y azul celeste en las costas bañadas por los mares del sur. Los molinos de viento, aquellos que confundió Don Quijote con gigantes, solo existían en Consuegra (Toledo). Aún tenían que pasar varios años para que la invasión de las enormes hélices de energía eólica rompieran la panorámica y se multiplicaran en cada explanada ventosa.
Al acercarse a las grandes poblaciones, cuatro anuncios a las afueras, y más. En las vallas publicitarias todo tenía cabida: desde las ofertas del supermercado al último modelo de lavavajillas o al seductor 'cowboy' del tabaco Marlboro. La imagen española del siglo XX, el toro de Osborne, diseñado por Manolo Prieto, asomaba sus cuernos en muchas de las lomas cercanas al asfalto. En la guantera, los papeles del automóvil, el seguro y el mapa oficial de carreteras: el cuaderno rectangular de amplias dimensiones con canutillo en espiral fundamental para llegar al destino. Sus hojas en tríptico, como el cuadro 'El jardín de las delicias', de El Bosco, se extendían para dar continuidad al trayecto. La misión del copiloto era ardua –«¡Carlos, trata de arrancarlo, por Dios!»– y sus indicaciones imprescindibles para no confundir la ruta.
En las gasolineras nunca faltaba un gran plano de España y Portugal, enmarcado para ubicar a los viajeros despistados. Aunque lo más práctico era preguntar por dónde ir a alguien de la zona. «Ay, majo, te has equivocado de desvío», suspiraba el paisano mientras indicaba cómo solventar el craso error y, de paso, interrogaba sin disimulo para averiguar de dónde eran los turistas, hablar del tiempo y descubrir su destino final. Los más golosos aprovechaban la parada técnica para comprar una bolsa de magdalenas o torta de chicharrones en el horno del lugar y, cómo no, pedir en el bar un café o carajillo para ahuyentar el sueño.
No todos los pueblos aparecían en el mapa, «aunque bebiendo vino nos conoce hasta el Papa», cantaban los quintos en las fiestas patronales.
Marca España
El toro de Osborne, diseñado por Manolo Prieto, asomaba sus cuernos en muchas de las lomas cercanas al asfalto
En los laterales del arcén, miles de hitos kilométricos jalonaban la ruta. Mojones blancos con la parte superior pintada de rojo si se trataba de una carretera nacional, verde si era una comarcal y amarillo si estaba instalado en una local. En cada mojón, el nombre de la vía.
Tras la prohibición de la publicidad en carreteras y arcenes, noventa y dos toros lograron el indulto gracias a la pañolada naranja de la sociedad y a la sentencia dictada por el Tribunal Supremo, en 1997. Los toros Osborne, catorce metros de negrura, otean desde la altura la evolución de los automóviles y avances viales. El navegador, el de Google o Waze, indican con precisión el trayecto, «a doscientos metros incorpórese en el siguiente desvío a la derecha». Los viejos mapas de carretera amarillean en la guantera, un objeto 'vintage' de otra época, como la brújula o el arte de contemplar las estrellas de los antiguos exploradores.
Los mojones han sido sustituidos por señales metálicas. Todas iguales, todas perfectas. Cae la noche en 2023. A lo lejos solo vigila «ese toro enamorado de la luna, que abandona por las noches la 'maná'», al ritmo de 'El Matador', en 'Spotify'.
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