ENTREVISTA
Sergio Ramírez: «Esperan de mí una novela política, pero no puedo mutilarme como escritor»
El premio Cervantes publica su más reciente libro 'El caballo dorado' (Alfaguara)

Una princesa coja cruza el imperio austrohúngaro para hacerse con un carrusel. En el trasiego, pasa de noble a sombrerera, conoce a un peluquero escultor, se topa con un indigente aristócrata, rivaliza con una institutriz desalmada y se alía con un modista italiano. Acaba en ... Nicaragua, justo el día del derrocamiento del general José Santos Zelaya. En un alarde de imaginación y belleza, Sergio Ramírez publica 'El caballo dorado' (Alfaguara), un libro que mezcla la aventura, la historia y el juego literario.
Esta novela aparece tras la publicación del volumen de relatos 'Ese día cayó en Domingo' y de 'Tongolele no sabía bailar', una novela negra sobre Nicaragua que le valió el exilio a Ramírez, debido a sus críticas contra el dictador Daniel Ortega. Desde entonces, vive en Madrid. El premio Cervantes 2018, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura de Anastasio Somoza. Apoyó al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y formó parte de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional. En 1984 fue elegido vicepresidente de Nicaragua como compañero de fórmula de Daniel Ortega, con quien se mostró crítico hasta alejarse definitivamente de aquel proyecto político. Así lo explicó en 'Adiós muchachos', su memoria personal de una lucha política fallida.
Cuatro años después de dejar la política, volvió a la literatura con 'Castigo divino' (1988), a la que siguieron 'Un baile de máscaras', 'Margarita, está linda la mar', 'Sombras nada más (2002), 'Mil y una muertes' (2005) y 'El cielo llora por mí' (2008), donde apareció el inspector Dolores Morales, ex guerrillero sandinista que él usará como espejo de un país que sigue alojado en su mente. 'El caballo dorado' es la expresión más reciente de una vocación y una potencia literaria irrefrenables. Alguien que ha dedicado una vida entera a las palabras, las mismas que retomó cuando dejó de lado las armas, coge al lector de la mano en este libro y lo lleva muy lejos, lo suficiente como para llegar hasta la infancia.
—¿Qué es 'El caballo dorado'?
—Es un libre ejercicio de imaginación. Me permitió gozar la escritura. No hay cosa que divierta más que la invención sin límite, cuando no antepones reglas ni tienes la vigilancia estricta de la realidad pidiéndote cuentas. En este libro hay multiplicidad de formatos: historias antiguas, diálogos incompletos, informes, documentos, notas apócrifas.
—¿Cuántos años lleva escribiendo esta novela?
—Comencé en 2014 y la abandoné un tiempo, porque no le encontraba las salidas. Yo estaba creando la historia de este carrusel, un viaje desde los lejanos Cárpatos, pero tenía que desembocar en Nicaragua, ajustándola hasta el momento en el que José Santos Zelaya es derrocado, se va al exilio a México y ese mismo día, en la novela, entra la princesa con el carrusel en Nicaragua.
—El carrusel es juego. ¿Y qué más?
—Hay un rostro oculto de este libro, que es mi relación con los carruseles durante mi infancia. Yo vivía frente a la plaza del pueblo. Mi padre tenía la tienda frente a la plaza y ahí mismo vivíamos. En las fiestas patronales del Cristo Negro de la Santísima Trinidad, aparecían las ruletas y los camiones llevando las piezas del carrusel. Para mí era una fascinación ver armar el carrusel. Me sentaba a ver cómo ponían la cruceta, subían el palo mayor, lo izaban con una grúa manual, cómo iban armando, organizando el techo, colgando los caballos, la plataforma. Puedo armar de memoria un carrusel.
—¿Este libro es una forma de regresar a Nicaragua?
—Yo soy un exiliado. He sido privado de mi nacionalidad. Nada peor me puede haber pasado más que estar preso. De haber estado en la cárcel, me habría muerto. Ante estas calamidades, reacciono frente al mundo y frente a la vida como escritor. Lo que se espera de mí es una novela política. Una novela realista, política. Seguir con la serie del inspector Morales sobre qué va a pasar con la dictadura de Nicaragua. Pero no puedo estar atado a un compromiso que mutile o limite mi capacidad de escritor. He decidido irme por un lado donde nadie me espera con una novela de pura imaginación.
—Ni en la ficción es posible escapar del todo.
—'El caballo dorado' tiene raíces políticas, obviamente, porque en América Latina siempre hemos vivido bajo dictaduras. Y aquí se trata de la caída de la dictadura liberal de José Santos Zelaya y la intervención militar de los Estados Unidos en Nicaragua. Pero bueno, eso es un episodio de la historia que calza con mi novela. Pero no se trata de que la vida política tenga que calzar necesariamente con mi novela.
—¿Fue una manera de crearse un mundo propio?
—Digamos que sí. Fue una forma de crearme una habitación propia. Creo que para eso es que sirve escribir. La verdadera diversión de un libro está en escribir sobre lugares que no conozco y en los que nunca he estado. No conozco Siret. Pero leí mucho sobre Siret, obviamente. También sobre el imperio austrohúngaro, porque tienes que saber qué moneda circulaba, a dónde llegaba la frontera. Este juego tiene un sedimento de investigación, porque tú tienes que mentir, pero tienes que mentir con base en la verdad.
—¿La novela es un género que no prescribe?
—Es un artefacto cambiante. Por muchos experimentos que se hagan, la novela siempre va a volver al canon del siglo XIX, que es cuando se escribe la novela que viene del modelo cervantino. La novela como género es imperecedera porque aguanta cualquier tipo de experimento y es mutable.
—¿Por qué las personas tendemos a consumir relatos?
—En el ser humano existe una necesidad imprescindible de contar y escuchar. La vida social en general está hecha de relatos. El relato hace preguntas y tú estás buscando la respuesta. El final es una respuesta. Por eso a nadie le gustan los relatos inconclusos.
—¿Vivimos en un mundo distópico?
—Es una visión muy ingenua. Decir que vivimos en una distopía, que estamos controlados, que vivimos en dictaduras. Porque en muchos sitios sí vivimos en dictaduras. Y en muchos sitios sí existen... En fin, no creo que este mundo sea más distópico que el de la Primera Guerra Mundial o el anterior a la Segunda Guerra Mundial. Si yo hubiera vivido en los años 30, lo habría encontrado como una cosa terriblemente distópica. La idea de esta persecución contra los judíos no pertenecía sólo a Hitler, era una idea social en toda Europa. En Francia había un enorme antisemitismo, que viene de antes. No olvidemos los pogromos en Rusia.
—¿Qué ha cambiado?
—Lo que ocurre es que este es mundo distópico con altoparlantes. Las redes sociales son el altoparlante de este mundo distópico. A mí me exaspera, porque hay un bullicio contradictorio. Que todo el mundo dice lo primero que se le ocurre, dice la peor barbaridad. Es un altoparlante de la ignorancia también. Pero la distopía sigue allí.
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