Fauna estival
Mi reino por un chiringuito
El prestigio de la palabra chiringuito es tal que incluso restaurantes elegantes, con sus terrazas de madera sobre la arena y paredes de vidrio se han querido apropiar del término
Diez de los mejores chiringuitos de España

Desde que llegué al sur de España, me enamoré de la palabra «chiringuito». Lo cual tiene su lógica pues ese diminutivo tan sonoro es de origen cubano. Y ya se sabe que a los cubanos, los canarios y los venezolanos suelen confundirnos por el acento ... . «Chiringo» era el chorrito de café que los trabajadores de las plantaciones compartían después de filtrarlo en un calcetín. Nosotros no decimos «calcetín» sino «media», ni decimos «filtrar» sino «colar». Y el café, «tostao y colao», como dice la canción, es el mejor. De modo que el vocablo chiringuito me reconectó instintivamente con elementos fundamentales de mi alma caribeña.
La primera vez que me senté en uno de estos quioscos, y devoré unas frituras variadas con una cerveza helada, me dije que mi peregrinación había terminado. Había encontrado mi lugar. Después conocería una palabra hermana de chiringuito, no menos importante: «Espeto». Y aún hoy me siguen sorprendiendo esos barquitos ahogados en arena, que se transforman en toros de lidia en cuyas banderillas se han clavado sardinas, doradas y patas de pulpo. Surrealismo de grasas saturadas. Si a esto le agregamos el infaltable cantaor, que se aferra a las cuerdas gastadas de su guitarra y de su garganta para pescar algunas monedas, uno se puede creer que ha llegado al corazón de Andalucía. Sin embargo, existen varias Andalucías y ninguna parece hoy día tener predilección por estos lugares visitados principalmente por los turistas. Sobre todo en verano.
Yo ya he aprendido la rutina: llegar a la playa a las diez de la mañana, instalarme en el lugar escogido en la arena y acercarme al chiringuito a reservar mesa para dentro de dos o tres horas. Me piden el nombre, solo el nombre, sin el apellido, y el encargado sudoroso me anota en la clásica libretita golpeada, o también en una hojita cuarteada, con su bolígrafo de tinta azul. Este sistema tan precario –¿seré yo el único Rodrigo que reserva a esta hora?, ¿qué ocurriría si se moja el papel donde se lleva el orden de las mesas?– nunca falla. Y cuando me acerco a la hora convenida y escucho mi nombre, «¡Rodrigo!», me siento el único Rodrigo del mundo. Caminar hasta la mesa asignada tiene algo de alfombra roja, pues atrás han quedado los plebeyos que creyeron poder entrar a este reino del aceite requemado sin hacer una reservación previa. Una vez sentado, nada, ni las moscas ni las palomas, pueden alterar esa sensación de propiedad sobre el paisaje.
«Caminar hasta la mesa asignada tiene algo de alfombra roja»
El prestigio de la palabra chiringuito es tal que incluso restaurantes elegantes, con sus terrazas de madera sobre la arena y paredes de vidrio que «protegen» a los clientes de la brisa del mar, se han querido apropiar del término únicamente por estar ubicados en los paseos marítimos. Y en sentido contrario, también he visto en redes sociales un uso peyorativo de chiringuito para referirse a los negocios oscuros que los políticos con muchos años en el oficio hacen al amparo de sus cargos públicos. Usos y abusos de una hermosa palabra que no tiene nada que ver con el lujo ni con lo ilícito, ni siquiera con lo permanente. Es apenas una pausa en medio de la jornada. Un chorrito de café, cerveza y aceite antes de volver a asumir nuestra condición de vasallos del sol.
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