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The Breeders: el penúltimo chapoteo del alegre y retorcido indie de los años noventa

La banda de las hermanas Deal revive en Barcelona y por primera vez en sala desde 2002 el brillante y crispado 'Last Splash', álbum que las convirtió en superestrellas del rock alternativo en 1993

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Kelley y Kim Deal, durante una actuación reciente de The Breeders BREEDERS
David Morán

David Morán

Barcelona

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Como no todo van a ser quejas y lamentos, a veces hay que agradecer a los festivales que echen la caña y sean luego los grupos los que distribuyan el cebo como mejor les plazca. No es lo mismo, lo habrán leído por ahí, ver a Pearl Jam en un descampado de sonido apocado y bisbiseante que en el Palau Sant Jordi hecho una olla a presión; y no es lo mismo tampoco diluir el delicioso candor punk de las Breeders entre tropecientos grupos de una supuesta clase media que dejarse despeinar por el bufido en 'Divine Hammer' en una sala con todas las entradas agotadas y la electricidad y la nostalgia retroalimentándose a cubierto y bajo techo. Lo normal, vamos, por más que en los últimos años se haya convertido en algo excepcional, una auténtica rareza.

Como muestra, el regreso a Barcelona de las hermanas Deal, carne de Primavera Sound y Summercase en las últimos años pero animal mitológico si hablamos de conciertos en sala: veintidós añazos, toda una vida para la mayoría de la gente que llenaba anoche la sala Razzmatazz, han pasado desde que actuaron por última vez en Bikini en junio de 2002 para presentar el herrumbroso y minimalista 'Title Tk'.

Tampoco es que en todo este tiempo hayan mantenido una actividad frenética (sólo dos discos, amén del retorno de Kim Deal con los Pixies y su abrupta salida poco después) pero el trigésimo aniversario de 'Last Splash', pieza de caza mayor del indie noventas, fue reclamo suficiente para que las entradas volasen. Normal. Como para perdérselo. Ahí estaba, camuflado bajo el gancho comercial de 'Cannonball', el punk de espacios vacíos y rabia sabiamente dosificado. La guitarras cubistas y asonantes y los ritmos espasmódicos. El indie que lo mismo caía por el lado del noise atropellado que por el del surf-pop galáctico. El single, celebrado en Barcelona con euforia futbolística, las convirtió en superestrellas del indie, pero fue el resto, un laberíntico sigue tu propia aventura en clave punk-rock, lo que apuntaló su reputación tras el fenomenal 'Pod'.

En la pista, suma y sigue, difícil encontrar a alguien de menos de treinta años (por no decir cuarenta) y un 'sold out' tirando a confortable, nada que ver con las apreturas y sudores de otras noches de llenazo en la misma sala. Sobre el escenario, una gigantesca reproducción de la portada de 'Last Splash' ante la que Kim y Kelley Deal ajustaban la configuración de sus pedales antes de lanzarse con 'Saints' a ese agujero de gusano que lleva a los alegres y estridentes noventas. Los que el grunge eclipsó y la MTV mercantilizó hasta dejarlos en los huesos.

Las gemelas Deal, fieles a sus rarezas y propensas a inesperadas invocaciones del caos, siempre fueron a la suya y ahí siguen, más de tres décadas después, hurgando en el nervio de 'Doe', avivando la llama del indie anguloso con 'Wait In The Car' y exprimiendo hasta la última gota de 'Last Splash'. No lo tocaron entero, pero casi: diez de quince y atención especial al amasijo de hierros retorcidos de 'No Aloha', al barullo de guitarras de 'I Just Wanna Get Along' y a la electricidad a ratos narcótica y ratos maníaca de 'New Year'.

Cosas de la edad, sonaron más templadas y ordenadas, si es que eso es posible, que en anteriores visitas, pero canciones como 'Off You', 'Huffer' e 'Iris' conservan aún el brillo en los ojos y el fuego en el corazón. Notable fue, por ejemplo, el atropello de 'Only in 3's' y 'Hag', aunque si algo celebró el público fue ese inmenso 'Gigantic' de los Pixies en el que Kim Deal volvió a agarrar el bajo tras 'delegar' las cuatro cuerdas durante casi toda la noche en Josephine Wiggs. En breve, por cierto, vuelven los de Boston, también a Razzmatazz.

Tiempo habrá para comparar, pero en lo que seguro que nadie gana a las Deal es en entrega, entusiasmo y jovialidad: tampoco deben quedar tantos músicos de más de sesenta años (ni de menos, ya que estamos), que aguanten todo un concierto, la hora y media larga que va de 'Saints' a 'Divine Hammer', con una sonrisa de felicidad en la boca. Será que, en realidad, tampoco deben quedar tantos músicos como Kim y Kelley Deal.

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