Mucha música y un poco de ron: la vida anónima en Madrid de Eliades Ochoa
ABC pasa un día con la estrella del son cubano, fundador de Buena Vista Social Club, que vive en un pequeño piso del barrio de Quintana desde hace más de veinte años sin que mucha gente lo sepa

Comencemos por el final, cerca de las diez de la noche. «¡Anda, échame un roncito ahí!», comenta Eliades Ochoa (Santiago de Cuba, 1946) entre risas, sin soltar la guitarra. La jornada empezó temprano por la mañana, con el objetivo de hacer una entrevista, pero ... acabó al final del día en una fiesta improvisada en Rivas-Vaciamadrid, a 30 kilómetros de la capital. Grisel Sande, su inseparable esposa y biógrafa, le sirve un poco: «¿Así está bien?». No cuela. «Mujeeeer, echa un buchito más. Ya sé que los compañeros de ABC están grabando todo, hasta la cantidad de ron que tomo, pero no pasa nada», insiste.
No es el primero… ni el segundo, pero Ochoa parece feliz, relajado, como si no tuviera muchas oportunidades de reunirse con sus músicos, entre tanta gira por los cinco continentes, para tocar sin la presión del escenario. Suena un son antiguo. «Ese no, Eliades, mejor del último disco», le susurra su mujer, pero no hace caso y sigue con sus viejas canciones de Cuba, una tradición de la que hace décadas se convirtió en el principal guardián. «¡Son todas bonitas!», exclama.
Ha quedado claro que se ha acabado la promoción por hoy, aunque este domingo presente su nuevo trabajo, 'Guajiro' (BMG), en el Centro Cultural Conde Duque de Madrid y el 10 en la Granja de San Ildefonso, Segovia, antes continuar su periplo por Estados Unidos, Holanda, Bélgica, República Checa y Gran Bretaña. Un álbum en el que han colaborado Rubén Blades, Charlie Musselwhite y Joan As Police Woman.
Al cabo de un rato, Ochoa hace el primer amago de levantarse y cerrar el chiringuito, pero su amigo Demetrio Núñez, productor del disco y director de la Orquesta de Buena Vista Social Club durante veinte años, le para los pies:
—Espera, hombre, que nos terminemos el ron. ¿Tienes prisa?
—Yo, ninguna. ¡Siéntense, coño! Ponme otro, venga [se vuelve hacia mí]. No te creas, hace muchos días que no me tomo un trago. De gira nunca bebo, pero en momentos como este… ¡Pon otro ron a los chicos de ABC!

«¿Es usted Eliades Ochoa?»
El día se ha torcido… o enderezado. Un regalo, en cualquier caso. Habíamos quedado con el célebre músico cubano para contar cómo era su vida en Madrid. Se mudo a la capital con su mujer hace más de dos décadas, como centro de operaciones en sus idas y venidas por el planeta. Los tres primeros años residió en un hostal de la calle Fuencarral, pero luego se compró un pequeño piso en el barrio de Quintana, donde Ochoa hace vida como un vecino más sin que la gente lo sepa.
«A veces me siento en la plaza y alguien me pregunta con timidez: 'Perdone, ¿es usted Eliades Ochoa?'. Siempre bromeo: 'No creo que nadie se parezca más a él'. Otras personas me miran sorprendidas y pasan tres veces antes de parar: 'No me equivoco, ¿verdad?'. Es bonito que te conozcan por tu música», reconoce, mientras andamos hacia su bar de confianza.
A Ochoa parece extrañarle lo razonable, que lo conozcan. Un turista dominicano se levanta rápido de su mesa para agradecerle que sus canciones hayan marcado la vida de sus padres y la suya. «Ese hombre es dios», asegura. Un dios que empezó muy abajo, con 12 años, tocando de noche, de forma clandestina, en la «zona de tolerancia de Barracones», el barrio marginal que concentraba la prostitución de Santiago de Cuba. «Las prostitutas me ayudaban mucho. Al entrar en los bares, apagaban el tocadiscos y me pedían boleros para que sus clientes me soltaran unos céntimos», recuerda.
Casa Blanca
Las cosas se pusieron difíciles para este hijo de campesinos cuando Fidel Castro cerró esos barrios en 1959, pero con 16 años fue contratado por el Quinteto de la Trova y el Septeto Típico Oriental y todo cambió. Continuó con el mítico Cuarteto Patria, pero la vida le deparó una sorpresa aún mayor en 1996, cuando el productor Ry Cooder y el cineasta Wim Wenders lo ficharon para el álbum y documental 'Buena Vista Social Club'. El resultado: tres premios Grammy, una nominación al Oscar, más de 12 millones de discos vendidos, giras mundiales y el honor de formar parte del primer grupo cubano invitado a la Casa Blanca gracias al presidente Obama.
—Si no fuera por usted y ese disco, el mundo no habría conocido a Compay Segundo.
—No es una historia de la que me guste hablar, pero fue antes. Compay vino a conocerme a Santiago de Cuba con una casete en la que había grabado toda su música. Me pidió que la tocase con el Cuarteto Patria para cobrar algo de los derechos de autor. Yo conocía esas canciones campesinas, pero me dijo que había una nueva: la primera versión del 'Chan Chan'.
—Eso lo rescató…
—Sí, porque estaba muy mal. Desde que dejó el mítico dúo de Los Compadres con Lorenzo Hierrezuelo, en 1955, nunca volvió a tener éxito. Arrepentido, trabajó durante treinta años en la tabacalera sin querer saber nada de su tres [guitarra clásica de Cuba originaria de las zonas rurales]. Cuando fue a verme, no hacía nada. Sobrevivía haciendo puros a particulares...
—¿Lo incluyó en el Cuarteto?
—Sí, desde mediados de los 80 hasta 1992. Si no, probablemente habría muerto y nadie se habría enterado. Un día me llamó un famoso locutor de Cuba, Eduardo Rosillo, de Radio Progreso, para entrevistarme y que tocara algo en directo. Le dije que haría dos temas de Compay Segundo con él a dúo y me soltó alterado: «¡Oye, respeta a los muertos!». Me quedé sorprendido: «¿Cómo? Compay está ahí fuera esperando».
—Buena Vista sí que les dio fama internacional. ¿A qué se dedicaban sus colegas antes?
—La mayoría, a nada. Llevaban décadas alejados de la música. Ibrahim Ferrer limpiaba zapatos en la calle. Lo recuerdo cantando en el estudio con Ry Cooder y las manos manchadas de betún. Rubén González no hacía nada, ni siquiera tenía piano. 'Cachaíto' López tocaba el bajo por ahí, pero no ganaba dinero... De todas formas, aquel éxito se debió a que no eran unos musiquitos cualquiera, sino grandes músicos con una experiencia y talento enormes, aunque estuvieran olvidados.

Su segunda casa
Continuamos la charla en la pequeña tienda de instrumentos Domínguez, su segunda casa desde que se instaló en Madrid y en la que le guardan con celo el secreto de la guitarra que se inventó en los años 60: «Le añadí dos clavijas y dos cuerdas a una guitarra normal para lograr una sonoridad única, parecida a la del tres, pero nunca cuento cómo la logro. Mucha gente me lo pregunta y una empresa de Estados Unidos hasta me propuso crear la fábrica 'Guitarra Especial Eliades', pero no quise ni por dinero».
Prueba guitarras y toca el 'Chan Chan' junto a su contrabajista, Santi Jiménez. La hija del luthier que fundó la casa, Eneida, canta a regañadientes otra canción: «¡No, Eliades, me da vergüenza!», pero accede. Y pasadas las 14.00, suelta de repente: «Oye, me tienen que dar de comer… miren la hora». Vamos al restaurante Cuando Salí de Cuba, en Callao, donde nos reciben con el plato favorito de Ochoa: cerdo frito con yuca.
Lo frecuenta desde hace años y ha llevado allí a Omara Portuonado y a otras estrellas cuando pasan por Madrid. Nos sirven también chicharritas y zumo de zapote. «Tomen mejor un poco de ron de Santiago, es bueno para la salud», aconseja mientras le sirven el primero del día. «¿Quieren ser los más sanos del cementerio o qué?», bromea, y pregunta al empezar a sonar música en la cadena. «Eso es mío, ¿no?». Se lanza a cantar sobre su voz mientras baila con Grisel: «Campesino he nacido / y ahora vivo en el poblado / pero no me he olvidado / que en el campo he vivido… ¡Soy guajiro!». Cerca de las 16.00, su esposa advierte de que nos esperan en Rivas y nos ponemos en marcha…

Ópera de Sídney
Llegamos a la casa con jardín de su amigo el saxofonista Ángel Aguiar, la misma en la que se han grabado algunas partes del disco. Saludos cariñosos por doquier. Sobre la mesa del jardín, muchas cervezas, más comida y unas maracas. «¡Santi, ponle las pilas a ese bajo ya!», exclama Eliades. Su músico pregunta: «¿Pero qué vamos a tocar?». «Lo que nos dé la gana, se tendrán que conformar». Y ya ninguno dejará de sonreír en las próximas tres horas, entre discusiones sobre la revolución cubana, habaneras, sones, guarachas y un montón de antiguas anécdotas de sus aventuras. Como aquella vez en San Diego que les lanzaron sujetadores y bragas al escenario o cuando Demetrio Núñez estaba con Buena Vista Social Club en el camerino de la Ópera de Sídney, conversando con los músicos antes del concierto, e Ibrahim Ferrer comentó: «Si os digo la verdad, yo era más feliz cuando limpiaba zapatos en la calle».
El sol empieza a esconderse y Ochoa hace un nuevo intento de marcharse, pero alguien aparece con cinco botellas de ron: «¡Venga, venga, aquí no se va nadie hasta que no se acabe esto... Y todos son buenos, ¿eh?».
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