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Muere Frank Stella a los 87 años: del minimalismo al barroco

En el Nueva York circa 1960 fue un adelantado del minimalismo. Luego evolucionó hacia un arte barroco y profuso

Frank Stella: «La calidad del arte no ha experimentado un desarrollo espectacular»

Fotografía de archivo fechada el 6 de septiembre de 2012 del artista estadounidense Frank Stella EFE

Juan Manuel Bonet

Ocho días antes de cumplir los 88 años, ha fallecido el sábado en Nueva York, víctima de una leucemia, Frank Stella, uno de los nombres centrales del canon norteamericano. Nacido en Maiden, Massachussets, localidad próxima a Boston, en una familia de inmigrantes italianos, los rudimentos del oficio los aprendió en la Phillips Academy de Andover, en el mismo Estado, donde Barnett H. Hayes le descubrió a Hans Hoffmann, y a Albers. Estudiante en Princeton, donde coincidió con su futuro colega Walter Darby Bannard, gracias a su profesor de historia del arte, William C. Seitz, y su maestro en pintura, Stephen Greene, descubrió el expresionismo abstracto.

Ya trasladado a Manhattan, donde pronto sufrió la influencia de Jasper Johns, y conectaría con el gran marchand Leo Castelli, inició un proceso de ruptura con la herencia recibida. Sus «Black Paintings» de finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta nada tienen que ver con las de Goya en la Quinta del Sordo, ni con el negro precisamente goyesco de El Paso. Y sí con los negros de Albers o Ad Reinhardt, y con la búsqueda de estructuras repetitivas. Reino del silencio, aquellos cuadros geométricos, seminales para el minimal, poseían sin embargo una fuerte presencia pictoricista. Ya en 1976, cuando ni siquiera habían pasado veinte años, el Baltimore Museum of Art le dedicaba una muestra a la serie.

En Europa, su primera individual tuvo lugar en 1961, en la galería parisiense de Lawrence Rubin. Ese año se había casado con Barbara Rose, y por razones de trabajo de ella residieron en nuestra ciudad: ver su cuadro «New Madrid». Usando materiales como el aluminio, y contornos irregulares (los «Shaped Canvases» que expuso en 1964 en el Guggenheim), y colores vivos, empezaba su primer reinventarse como pintor. Su obra deslumbraba en la itinerante minimalista del MoMA neoyorquino The Art of the Real, que este cronista vio en 1969, en su escala parisiense. Poco después, nuevo deslumbramiento ante sus grabados en la londinense Kasmin, y lectura de la pionera monografía de Robert Rosenblum, aparecida en Penguin en 1971. El año anterior, William Rubin le había dedicado una retrospectiva en el MoMA, donde reincidiría en 1978 y 1987.

Más tarde, en una nueva pirueta, Stella se reinventó otra vez: como pintor barroco, amigo de la inestabilidad, la dispersión, la complejidad y la contradicción, y de meterse en el terreno de las tres dimensiones. Hubo no pocos críticos, y no de los menores, que no le siguieron en ese camino. Peter Schjeldahl, en fórmula cruel, llegó a calificarlo de cultivador de una «disco painting». En cambio, sería reivindicado por los cultivadores de la pattern painting. Expositor en los grandes museos de todo el mundo, en 1995 fue objeto de una retrospectiva en el Reina Sofía, y en 2011 se presentó en el zaragozano IACC Pablo Serrano su mural monumental con Santiago Calatrava, inspirado por un relato de Kleist.

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