La mesa de Carrascal
Entre sus brillantes notas de color, en sentido literal y figurado, José María era de los que consideraban la humildad como un requisito obligado para la práctica del periodismo
Sus restos permanecerán en el Tanatorio de San Isidro desde las 12 horas de este sábado
Su último artículo en ABC, deseando a Doña Leonor suerte tras la jura de la Constitución
La entrevista que se le hizo cuando recibió el Luca de Tena en 2021: «No soy un hombre de televisión, a mí lo que me gusta es escribir»
La crónica más recordada del periodista: «Aquí Base Tranquilidad. El Eagle ha alunizado»
Antes de llegar a Washington D.C. en el verano de 1990, gracias a una beca Fulbright y el respaldo de ABC, lo primero que hice fue ir a hablar con José María Carrascal. Yo era poco más que un becario con toda la ... ilusión del mundo y él, un gran periodista con toda la experiencia del mundo. Para mí era inconcebible abordar la aventura americana sin antes contactar y conversar con este referente, primero como corresponsal en Estados Unidos desde los años sesenta y luego como el icónico anchorman de las noticias de la noche en Antena 3.
Carrascal no tuvo ningún reparo en recibirme de inmediato. Quedamos en la tele a tomar un café. Me pareció que, a pesar de contar ya con una extraordinaria reputación profesional, no estaba ante una persona proclive a los consejos gratuitos ni a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Entre sus brillantes notas de color, en sentido literal y figurado, José María era de los que consideraban la humildad como un requisito obligado para la práctica del periodismo.
De aquella conversación me quedó muy clara la importancia de contar historias, de intentar explicar siempre y nunca dar nada por sabido, y de buscar siempre el valor añadido y la excelencia, aunque fuera en un texto breve. Después he llegado a comprender que para los grandes periodistas nunca hay trabajos pequeños. Y que de la primera a la segunda edición, no es suficiente con actualizar algunos datos sino que toca escribir la crónica de nuevo, especialmente con seis horas de diferencia horaria entre Madrid y Nueva York.
Que Estados Unidos sea un inagotable filón de noticias, no quiere decir que su cobertura sea fácil o que no haya que esforzarse cada día por ganar la complicidad con los lectores. En este sentido, todavía recuerdo una nota manuscrita de Don Guillermo Luca de Tena recordando que Carrascal era el mejor corresponsal de toda la Prensa española cuando durante un frenético turno de noche en ABC se había maltratado una de sus crónicas.
La crónica personal de Carrascal comienza el 8 de diciembre de 1930 en El Vellón, pueblo situado a unos 40 kilómetros de Madrid. Desde muy niño tenía afición a la lectura, desde tebeos de Flash Gordon hasta libros que ni siquiera entendía como la Ilíada. Sin leer mucho es imposible escribir. Y sin viajar y descubrir nuevos mundos, tampoco. En 1947, su primera gran experiencia cosmopolita llegó cuando su familia se trasladó a Barcelona. Fue una sobredosis de escaparates, cines de doble sesión, teatro universitario y descubrir a Sartre o De Beauvoir.
En Barcelona comenzó estudios de Filosofía y de Náutica. Y el niño nacido tierra adentro, a las faldas de la Sierra Norte, terminó realizando su viaje de prácticas en el vapor Vizcaya con singladuras por diferentes puertos. Hasta recalar en 1957 en Berlín, donde empezó a ganarse la vida como traductor y profesor de español. Aunque su vocación de contar historias y escribir le llevó a publicar en 1958 su primera colaboración en las páginas de ABC.
Berlín era la ciudad dividida y sitiada convertida en uno de los escenarios centrales y más dramáticos de la Guerra Fría. Para el incipiente corresponsal, Berlín supuso además un fabuloso caudal incesante de historias que contar. Muy pronto, Carrascal empezó a escribir todos los días para múltiples cabeceras, desde el Diario de Barcelona hasta Pueblo. Como él recordó en estas páginas: «Tenía un jefe que decía: Cuando llega un teletipo de Berlín, sé que va a ser el tema de apertura de la sección».
El antes y después de esta saga de PERIODISMO con mayúsculas fue 1966, el año en el que Carrascal llegó a Nueva York. Su aterrizaje coincide con la escalada militar en Vietnam ordenada por el presidente Lyndon B. Johnson. El consenso social de los años cuarenta y cincuenta, con su paz y prosperidad, había saltado por los aires y todo era cuestionado. En ese momento comenzaba a abrirse la grieta cultural que décadas después ha terminado por convertirse en una fractura que rivaliza con el gran cañón del Colorado. Tuvo el privilegio de ser testigo de «una revolución burguesa en la que los hijos de la clase media se rebelaban contra el sistema». Toda una excepcional fuente de inspiración para Groovy, la novela por la que en 1972 ganó el premio Nadal.
Libros, crónicas, televisión, artículos de opinión… no es fácil ser un maestro en tantos medios y géneros con reglas tan diferentes. Aunque en el fondo todo sea lo mismo: contar historias. En el excepcional caso de Carrascal el mérito incuestionable es haber llegado hasta los 92 años ocupándose de su esposa pero sin haber dejado ni un solo día de cumplir con su vocación y sin perder esa sonrisa, un poco kennediana, que siempre le ha acompañado.
En 1986 le concedieron el premio Mariano de Cavia, por el que le llegó a felicitar Ronald Reagan en una nota firmada y con membrete de la Casa Blanca. Todo un alarde de relaciones con la prensa internacional, en el que el presidente republicano incluso recordaba la entrevista que Carrascal había conseguido para ABC moviendo todos sus contactos.
En 1986 le concedieron el premio Mariano de Cavia por el que le llegó a felicitar Ronald Reagan, y en 2021, el Luca de Tena
Se dice que la mayor distancia del mundo es la que separa a un corresponsal de su redacción. Y en 1989, Carrascal cerró esa distancia regresando a España, donde supo reinventarse de nuevo como director de informativos de Antena 3. Esa es la gran ventaja profesional del periodismo, que cada día se empieza de nuevo. En reconocimiento a toda su trayectoria, recibió en 2021 el premio Luca de Tena. En aquella ocasión, cuando no esperaba el premio, ya expresó su deseo de irse sin que se enterase nadie.
Tras la estela de Carrascal –como corresponsal de ABC en Estados Unidos entre 1990 y 2011– nunca olvidaré cómo en el periódico se hablaba con cierta hipérbole de la oficina de Carrascal en la sede de Naciones Unidas, que en el fondo simbolizaba los contenidos internacionales como seña de identidad de ABC desde su primer número publicado el 1 de enero de 1903. Eventualmente, tuve que ir a Nueva York para cubrir la actualidad de la ONU. Y con una sobredosis de lo que ahora se conoce como síndrome del impostor, llegué hasta la mítica mesa de José María con los cajones vacíos pero repleta de recuerdos: desde una tecnología muy limitada hasta complicadas diferencias horarias, pasando por mucha espera y conversaciones de pasillo.
MÁS INFORMACIÓN
Años después, de vuelta en Madrid, coincidí con él en un programa de Telemadrid. Me sorprendieron tres cosas. Lo primero, su ritmo de trabajo a pesar de su edad. Lo segundo, la reverencia que le hacían compañeros que en su día habían tenido el privilegio de trabajar con él, frente y tras las cámaras. Le saludaban con un respeto, un cariño y una admiración nivel Walter Cronkite. Y tercero, su lección de cómo vivir la vida bien. Aunque le gustaba ironizar con que era tan mayor que ya no necesitaba renovar vestuario, creo que ha sido la persona más joven que he conocido.
Los restos del periodista permanecerán en la Sala 1 del Tanatorio de San Isidro este sábado desde las 12 horas.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete