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Locos por los libros: un Sant Jordi pletórico desborda Barcelona

Sin lluvia a la vista ni restricciones pandémicas, un Día del Libro masivo y eufórico va camino de batir todos los récords

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La 'superilla' literaria de Paseo de Gracia, a rebosar de gente este domingo efe
David Morán

David Morán

Barcelona

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Vista al cielo y mano al bolsillo. Sant Jordi, el gran bazar de la lectura, la librería más grande del mundo, ya está aquí. Otra vez. Sin restricciones. En jubiloso domingo. Pletórico y eufórico. A lo grande. «La fiesta más bonita del mundo», anuncia la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, desde ese desayuno de escritores en el que no cabe ni un alfiler. El Sant Jordi más grande de todos los tiempos. «Es como el año pasado pero sin lluvia» , dice alguien. Mejor así. Será cuestión de cruzar los dedos.

«Este fin de semana me acordaba de los Sant Jordi de los años noventa y eran muy pequeñitos, con todos ahí metidos en una librería. Ahora cada año es más grande, todo es batir récords», recuerda entre firma y firma Ignacio Martínez de Pisón. Y este, con más gente, más paradas y atascos en casi cada esquina, va camino de hacer una marca histórica. Por delante, 4,3 kilómetros de libros y el objetivo de superar los 22, 5 millones de euros facturados el año pasado. A eso vamos.

Antes, en el Palau de la Virreina, pleno del sector editorial. Vestíbulo a reventar, editores sacando músculo y la mayor concentración imaginable de autoras y autores por metro cuadrado. Porque si algo sobra en Sant Jordi, día grande del libro y la rosa, ya se sabe, son escritores. Este año, en algo se ha de notar que se aproximan elecciones, también hay superávit de políticos (el sábado, en la fiesta de 'La Vanguardia', se dejaron ver media docena de ministros, además de candidatos municipales variados), pero hay tanta gente en la calle que cuesta lo suyo cruzarse con alguno. Mejor así. Sin lluvia ni políticos.

A los escritores, ya lo dice Carlos Zanón, se les paga una parte en dinero y el resto, en vanidad. Así que, a la espera de lo primero, vayamos a por lo segundo. Paseo de Gracia, diez de la mañana. A pocos pasos de la Casa Batlló, hace rato que se ha empezado a amontonar gente. Colas madrugadoras («llevo aquí desde las ocho y media», dirá una madre pasadas las doce del mediodía) para hacerse con un autógrafo y una fotografía con Alice Kellen, fenómeno superventas de la literatura juvenil. «Da un poco de vértigo afrontar el día», reconoce la autora de 'Nosotros en la luna'. A Kellen la han puesto a firmar justo en el centro de la 'supermanzana literaria', iniciativa municipal para concentrar buena parte de la actividad libresca alrededor del Paseo de Gracia, y el colapso es más que notable. El gran atasco de Sant Jordi. Todos locos por los libros.

«Al ser España, ya me imaginaba que sería una locura, pero no tanto»

Camilla Läckberg

Escritora

Un poco más abajo, en plaza Cataluña, una multitud sacude libros en el aire a petición de un fotógrafo. En todos, el mismo nombre: Javier Castillo. El malagueño firma sin parar ejemplares de 'El cuco de cristal', pero la cola no disminuye. Al contrario. Serpentea y se convierte en doble hasta que se funde con una tercera que forma la legión de admiradores de Camilla Läckberg. Si este no es el Sant Jordi más grande de todos los tiempos, poco le falta. «¡Crazy! ¡Amazing!», exclama la autora sueca. «Al ser España, ya me imaginaba que sería una locura, pero no tanto», añade la gran dama de la novela negra nórdica, de estreno en la diada junto al mentalista Henrik Fexeus.

Läckberg, firmando ejemplares de su último libro EP

Cambio de caseta y ahí está Máximo Huerta, estrenándose en Sant Jordi como escritor y librero. «La cultura tiene que recibirse como una fiesta, y en eso Barcelona es maestra», concede el autor de 'Adiós, pequeño'. A su lado, Juan Gómez Jurado no para quieto: salta la mesa para saludar a una conocida, interroga amablemente a un crío que le tiende un ejemplar de su serie 'Alex Colt', se hace fotos con los lectores y, claro, firma copias de 'Todo arde' como si no hubiera un mañana. «Ya había venido dos veces este año a firmar y el libro es de septiembre, pero esto es lo nunca visto», aseguran desde su editorial.

El madrileño ha llegado media hora antes de lo previsto pero, aún así, no da abasto. «Hay algo muy especial, hay un rollo que no hay en ningún sitio del planeta», defiende el autor de 'Reina roja'. «Los libreros de Madrid cada año me dicen que a ver si me quedo algún Día del Libro ahí, pero mientras haya Sant Jordi lo tienen claro -bromea- Me lo paso mejor aquí. No es solo la gente, es la fiesta». Lo dicho: locos por Sant Jordi. Al mismo tiempo. En todas partes. «No nos lo creemos», asegura la acompañante de Dolores Redondo. «En la primera firma ya se han agotado los libros», asegura.

En La Central, Enrique Vila Matas, Ignacio Martínez de Pisón y Eduardo Mendoza parecen los tres amigos. Trajeados, elegantes y firmando a un ritmo sostenido. Mendoza dedica 'Sin noticias de Gurb', 'El rey recibe', 'Transbordo a Moscú', 'La ciudad de los prodigios'. Lo que sea. Es lo que tienen los clásicos, que combinan con todo.

No andará lejos, por aquello de equilibrar la balanza generacional, Andrea Genovart, ganadora del último premio Anagrama de novela en catalán con 'Consum preferent'. Se estrena al otro lado del tablero con «mucha curiosidad», oídos sordos a los fundamentalistas de lo normativo, y una 'tote bag' repleta de libros que espera que vuelvan a casa con autógrafo y dedicatorio. A saber: 'La familia', de Sara Mesa; 'La mestra i la Bèstia', de Imma Monsó; y 'Anoxia', de Miguel Ángel Hernández. Todos compañeros de sello. Todos recién salidos de la librería. «Sí, me he comprado los libros de mi propia editorial«, asegura entre risas.

Después de comer, y con el fútbol mendigando atención, la calle se esponja un poco, aunque el gentío sigue siendo notable. Éxitos del año pasado como 'Roma soy yo', de Santiago Posteguillo, y 'Cauterio', de Lucía Lijtmaer siguen movilizando a cazadores de autógrafos. A esas horas mucha gente ya no sabe muy bien qué hacer con la rosa que llevan medio paseando como si fuera un candelabro, una antorcha olímpica en pleno maratón, pero nadie desiste.

Tampoco los autores que afrontan San Jordi como prueba de resistencia física («es muy divertido pero muy duro», dice Gómez Jurado) y aquellos, los más, que se las tienen que ver a las puertas de casi todas las casetas con la más incómoda de las preguntas:

«¿Y tú quién eres?».

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