Leonardo Padura: cartografía histórica y sentimental de La Habana
El escritor cubano, padre del célebre Mario Conde, publica 'Ir a La Habana', biografía emocional de la ciudad en la que nació en 1955
Leonardo Padura: «Mario Conde es nieto de Philip Marlowe e hijo de Pepe Carvalho»
![El escritor Leonardo Padura, fotografiado en Barcelona](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/10/11/padura1-Ra0aKix9H5oWAdBClNOt97L-1200x840@diario_abc.jpg)
«Hay que saber hacer los frijoles negros, es la prueba de fuego», dice Leonardo Padura (La Habana, 1955) segundos antes de que la mesa se convierta en un desfile de arroz congrí, masas fritas, picadillo habanero, tostones y, claro, frijoles negros.
Estamos en ... el barrio viejo de Barcelona, a pocos pasos del jaleo turístico que rodea al Museo Picasso, pero todo apunta en la misma dirección. Sí, La Habana. La vieja y la nueva. Su ciudad, «abierta como un abanico, intrincada como un misterio, incitante como una invitación a descubrirla, a poseerla, a emprender la fiesta innombrable».
«Todavía esta ciudad tiene algo mágico, como un espíritu poético invencible, ¿no?», que escribió él mismo en 'Máscaras', una de las primeras entregas de la serie Mario Conde.
La cita la encontramos ahora al comienzo de 'Ir a La Habana' (Tusquets), un paseo literario y sentimental por las calles de la capital cubana en el que Padura se explica a sí mismo mientras recorre la historia de su ciudad. «Es la posibilidad de contar la ciudad desde mi perspectiva, la de un niño de la periferia de La Habana que la va conociendo y describiendo», resume el autor de 'El hombre que amaba a los perros'. Así, Padura hace memoria, evoca los primeros viajes de Mantilla a La Habana en un Chevrolet o un Plymouth y las novelas se encargan del resto.
Pasajes de 'Pasado perfecto', 'Vientos de cuaresma', 'Paisajes de otoño' y 'La transparencia del tiempo', entre otras, salpican y enriquecen las idas y venidas del autor por su propio callejero emocional y sentimental. «Es el testimonio de una época; el proceso de haber vivido muy poco pero de un modo muy intenso la ciudad prerrevolucionaria y ver ahora con desilusión una ciudad en recesión», relata. «Como cualquier organismo vivo, las ciudades reclaman afectos y desde hace décadas La Habana ha recibido pocos con la abundancia exigida», lamenta al final del libro.
Dimensión literaria
Entre la ciudad que fue y la que será, todo un mundo: su debut en la adolescencia en la urbe de la Ofensiva Revolucionaria, la pasión por el béisbol, El Vedado, la Escuela de Letras, las 118 salas de cine de las que apenas sobreviven (es un decir) siete u ocho, los comedores bautizados como 'paladares', el Malecón, el Estadio Latinoamericano… «Es una relación personal, si, pero también histórica y cultural», asegura. Y, cómo no, también literaria. Porque la literatura, recuerda, «formó parte de la construcción de la ciudad». «En 1840, los cubanos se dan cuenta de que es importante tener una simbología para cuando se funde el país», explica. Más de un siglo después, añade, aparecerá por ahí Cabrera Infante para darle al habanero una dimensión literaria.
![Padura posa para la prensa en Barcelona](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/10/11/padura2-U02268103311Dgv-760x427@diario_abc.jpg)
Tras los pasos de su investigador favorito, Padura recorre unas calles que se resisten a ser mero escenario -«es un estado de evolución histórica y social de una identidad», escribe- y brinca de siglo en siglo para seguir los pasos de los catalanes en Cuba. Los Xifré, Samà, Martí, Crusellas y Bacardí. «Cuba se fue llenando de evidencias catalanas y Cataluña se fue transformando con dinero y costumbres cubanas», leemos. Además, añade, un matiz. «Está la leyenda negra de los negreros catalanes, que los hubo, pero igual que hubo negreros gallegos o gaditanos, de los que no se habla tanto», explica Padura.
Llegan los frijoles y aparece en la conversación, no podía faltar, la música. «La columna vertebral de la cultura cubana», celebra. «Es una de las grandes músicas del mundo», defiende Padura. También la que acumula más historias trágicas y finales infaustos. Ahí está, recuerda, el ilustre Chano Pozo. El tamborero que introdujo la percusión cubana en el jazz; el fichaje estrella de Dizzy Gillespie para su concierto en Town Hall en 1947. Un rey de la rumba cuyo triste final evoca el cubano en un emocionante capítulo.
Habitan las página de 'Ir a La Habana' otros espectros del pasado como Yarini, el Chori o Zacarías el americano, personajes que acompañan al autor en este viaje alrededor de sí mismo y de la geografía cambiante de una ciudad también aquí fotografiada por Carlos T. Cairo. «La Habana se aleja de mí, pero también se aleja de sí misma», sentencia Padura a modo de coda final. Los frijoles, por cierto, de lujo.
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