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John Irving: «El fascismo está de vuelta en el escenario. Se supone que tienes que aprender del pasado, no repetirlo»

El escritor estadounidense explora ocho décadas de historia americana en 'El último telesilla', su última gran novela

«Si no hay algo incómodo o perturbador, ¿qué te empuja a leer una novela de 300 o 400 páginas?, se pregunta el autor de 'El mundo según Garp'

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John Irving IVÁN GIMÉNEZ
David Morán

David Morán

Barcelona

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John Irving, lo saben los lectores y los libreros que han de portear sus libros como si fueran esforzados sherpas, no se pone por poco. ¿Las más de seiscientas páginas de 'Avenida de los misterios', su anterior novela? Una minucia al lado de las más de mil de 'El último telesilla' (Tusquets), nuevo portento narrativo con el que el escritor estadounidense destila una vez más sus obsesiones, ancladas casi siempre en los márgenes de la vida y el sexo, mientras sigue en busca de la Gran Novela Americana.

Un 'tour de force' que se remonta a los días de 'El mundo según Garp' y 'Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra' y que, al parecer, concluye aquí mismo. O eso desliza el escritor desde su estudio de Toronto, donde vive desde hace casi una década y donde en 2019 se hizo finalmente canadiense sin renunciar a su nacionalidad estadounidense. «Os puedo asegurar que las novelas que me quedan por escribir serán todas más breves», anuncia Irving, 81 años en el zurrón y pocas o ningunas ganas de bajar los brazos. «No tengo ninguna intención de dejar de escribir», asegura, solemne, segundos antes de desvelar que ya tiene 14 capítulos terminados de su nueva novela. «La alternativa a morirse es ser viejo, por lo que me siento muy afortunado por ser viejo», dice.

Así que 'El último telesilla', matiza, no es una novela de despedida, pero sí su adiós a un tipo de artefacto que reclama tanto músculo creativo como páginas del calendario. «Esta es mi novela más larga, pero no la más difícil –ilustra–. No había nada que estuviese fuera de mi experiencia ni que tuviese que aprender, así que 'sólo' me tomó seis años. Seis años 'sólo' de escritura». Más de media década que Irving ha expandido sobre el papel para comprender 80 años de historia de Estados Unidos, de los años 40 a la irrupción de Trump y de la Guerra Fría a la de Vietnam, a través de los ojos de Adam, un guionista y escritor que busca a su familia y acaba encontrando fantasmas.

Una novela que algunas voces han querido ver como política y reivindicativa pero que Irving considera más bien «didáctica». «No es polémica como pudo serlo 'Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra' –apunta–. 'El último telesilla' es una novela desde el punto de vista de un personaje heteroseuxal en una familia homosexual». Y es que, apasionadamente decimonónico en las formas, sus novelas, dicen, se adelantaron años, por no decir décadas, a debates sobre el aborto, la sexualidad y los derechos de la comunidad LGTBIQ+. «¿Profético? Se me da muy mal predecir el futuro, por eso escribo sobre el pasado», asegura el también autor de 'Oración por Owen'.

«Mi país de nacimiento me hace parecer inteligente, pero no lo soy; simplemente es que está muy atrasado. La política sexual está yendo hacia atrás, especialmente en Estados Unidos. Es un lugar realmente atrasado», enfatiza Irving. Tanto como para que una novela como 'El mundo según Garp', publicada en 1978, pueda estar de plena actualidad. «Yo no inventé los derechos LGTBIQ+ con 'El mundo según Garp'. He sido un aliado porque es la manera en que crecí», dice.

El sexo, la lucha contra la intolerancia y los 'outsiders' siempre han sido los pilares maestros de su literatura, por lo que cualquier retroceso en estos aspectos es una pésima noticia . «No soy politólogo ni profeta y no puedo decir por qué, pero parece que el fascismo está de vuelta en el escenario. Se supone que tienes que aprender del pasado, no repetirlo, pero sabemos que se repite. Siempre se repite. No sería la primera vez que los seres humanos no han aprendido las lecciones de la historia y vuelven a tropezar con la misma piedra. Estados Unidos nunca ha sido un país del todo unido, pero la polarización actual es más extrema que nunca. Mucho más que durante los años de la guerra de Vietnam», explica. Y la culpa, añade, va más allá de lo evidente. «Es fácil señalar con el dedo a un mentiroso tan terrible y fraudulento como Trump, pero no se le puede dar tanto crédito. Las personas que le apoyan, las que están tras él, ya estaban ahí antes de que entrase en escena. El odio que sienten por las minorías sexuales no es nada nuevo; se le ha vuelto a dar voz como en el pasado», asegura.

El siglo XIX como espejo

No hace tanto, cuando era aún un setentón con media vida (literaria) por delante, Irving no tenía reparo en reconocer que era la rabia lo que le motivaba a escribir. «Intento ser divertido y tierno con mis personajes, pero sé que el universo que habitan no es un lugar amistoso», decía. Ni amistoso ni, a juzgar por algunas escenas de 'El último telesilla' en las que aparece la madre de Adam, moralmente confortable. «Si no hay algo incómodo o perturbador, ¿qué te empuja a leer una novela de 300 o 400 páginas?», se pregunta un autor a quien el desacomodo agudiza los sentidos. «Estás más estimulado durante la lectura y sientes miedo por lo que le pueda ocurrir a los personajes», dice.

En su caso, todo esto comparte protagonismo con una veneración casi reverencial, aún hoy, por escritores como Charles Dickens, Herman Melville y Thomas Hardy. «He sido sorprendemente exitoso siguiendo el camino de escritores muertos hace más de un siglo», ironiza. «Cuando era joven, creía que sólo podía ser un novelista como Charles Dickens. Más tarde quise tener un estilo y un arco narrativo como el de Melville. No quería imitar a nadie contemporáneo ni moderno. Esas novelas del siglo XIX son la forma novelístico que admiro más. Y siempre será así. Es muy chapado a la antigua, sí, pero es así deliberadamente», añade.

De haber hecho caso a sus amigos de juventud y haberse fijado en Hemingway o Fitzgerald, asegura, «seguramente no hubiese sido novelista». Una tragedia, vamos. «Es un alivio saber que a partir de ahora, en el que tiempo que me quede, sólo escribiré novelas», suspira. «Me obsesionan, siempre han significado mucho más que las películas», añade en relación a una faceta como guionista a la que, dice, dio carpetazo en 2016, Además, asegura, tampoco es que esté muy sobrado de tiempo. «Tengo 81 años, hay pocas probabilidades de que siga vivo para ver otra película basada en una de mis novelas. No puedo esperar otros 14 años, como con 'Las normas de la casa de la sidra'», relativiza

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