Y Julio Iglesias inventó el Festival de Benidorm

O sea, que Julio no era Julio Iglesias, pero a partir de ese triunfo sí lo fue. Como un relámpago. Julio resultó un exitazo, y también así el Festival, que acababa de cumplir la segunda edición, imitando la fórmula, tan en forma, del festival de San Remo, génesis de Eurovisión, con el tiempo. De modo que lo de Benidorm lo vino a inventar Julio, que fue también inventado por el concurso, al que aportó la canción 'Todo sigue igual'. Y así hasta hoy.

El título de este trofeo musical de verano sigue atado gloriosamente al nombre del cantante, que viene sobreviviendo décadas a cualquier verano, y a todo trofeo. Julio se presentó en el escenario tal y como es, sólo que con menos siglos de biografía y un traje blanco, en lugar del traje azul que él ha convertido en traje de faena.

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Desde aquel día Julio no ha hecho carrera sino carrerón, pero lo que se dice carrerón, y encima sin cambiar la pose de perfil derecho, que es el que a él le ha gustado siempre, y moviéndose poco o nada en el escenario. Conozco muy pocos casos de artista que hayan llegado tan lejos, moviéndose tan poco.

Naturalmente, Julio es hoy un ilustre irremediable, zona premomias, pero hay algo en él, todavía, de aquel joven inquieto de Benidorm, de aquel chaval que amaba el vino, de aquel futbolista frustrado que elegía como nadie a las coristas. Porque a Julio, tras aquel exitazo de 'La vida sigue igual', le hicieron rápido el primer contrato para grabar un disco. Y hoy tiene hasta un Guinness, porque es el artista latino que más discos ha vendido en todo el mundo.

O sea, que es Julio el 'best seller' campeón del elepé, que ahora ya no sé si se llama elepé, o qué. No nos hacía mucha falta la contabilidad del Guinness, porque a Julio se le escucha en todos los ascensores de los hoteles del mundo, y es estrella de repertorio de karaokes. Difícilmente se puede triunfar más.

Es Julio, de algún modo, el hilo musical del planeta, incluyendo aviones, lupanares y verbenas. Estar de repertorio preferente en los karaokes es un modo de inmortalidad. Y Julio lleva ahí décadas. En Benidorm se vio lo mismo que hoy se ve: un melódico de embelesar a señoras de corsetería de oro. Tiene un mérito llevar siglos de aupado en el tajo, sin rival, y sin relevo. Julio siempre se tomó el trabajo como un atleta. Mueve un optimismo de media sonrisa de picardías, y está a un soplo de los ochenta tacos.

Gasta un bronceado de Miami, pero en rigor el bronceado es de la República Dominicana, donde tiene una casa formidable con piscinas de un agua color pureza y unas chicas jóvenes y en bikini que van y vienen como palmeras sexuales entre las palmeras propiamente dichas de aquel recodo de edén. Yo diría que su bronceado es interior, porque ha hecho de él una estampa, más el traje azul, invariablemente oscuro, y el perfil derecho siempre de frente a la afición. Sabe, desde antaño, que si no haces una imagen, te la hacen. Lo sabe desde que al Festival de Benidorm le dieron el premio Julio Iglesias.