'La joven de la perla', vivita y coleando tras el ataque con salsa de tomate
No se cumplen aún dos semanas desde que la obra de Vermeer fuera rociada con sopa de tomate, pero el museo no redobla la seguridad ni agobia a los visitantes

Son las diez de la mañana. Un grupo de reporteros se dirige a una comparecencia en el parlamento, a unos pasos de aquí. A las puertas del Mauritshuis, el segundo museo más importante del país, una fila de visitantes espera su turno para entrar. Un ... hombre sostiene bajo la lluvia una pancarta contra la OTAN. Los periodistas se acercan y lo graban. Luego se marchan; el de la pancarta también. No se cumplen aún quince días desde que un activista de Just Stop Oil intentara pegarse al cuadro más emblemático del Mauritshuis: 'La joven de la Perla', de Vermeer, expuesta en la sala 15. Aun así, en este museo reina la calma.
Es pronto para aglomeraciones, así que entrar al Mauritshuis se convierte en un trámite bastante sencillo. No hay detectores de metales, tampoco escáner ni arcos de seguridad. El que lo desee o lo necesite, puede dejar su mochila en el guardarropa, pero si alguien quisiera subir con ella tampoco habría demasiado problema. Al menos a juzgar por la tranquilidad de los vigilantes, cualquiera puede pasearse con razonable libertad. El museo, en el que trabajaban unas 120 personas, este año celebra el bicentenario de su fundación y por ese motivo ha redoblado sus actividades, para atraer más visitantes.
Comprar la entrada no demora más de cinco minutos porque la mayoría de las personas las ha adquirido ya por Internet. Antes de acceder a la colección, eso sí, toca abrir el bolso. El personal de vigilancia echa un vistazo sin mayores rigores y permite la entrada a la colección permanente, una de las más valiosas en su tipo. Alrededor de un 350 obras del siglo XVII distribuidas en 15 salas que ocupan los dos pisos del edificio y entre las que destacan no ya el icónico cuadro de Vermeer, sino también 11 obras Rembrandt, incluida la 'Lección de anatomía', así como piezas de Rubens o Van der Weyden.
Tras el primer control no se repite ninguno más. El edificio tiene dos plantas con ventanales con vistas al río, lo que convierte la visita en un recorrido plácido e íntimo. Las salas no son demasiado grandes y a esta hora de la mañana apenas hay visitantes. El flujo cambiará cerca de mediodía, que es cuando acude el grueso de los turistas. Aparte de un par de niños corretean por las escaleras y embisten contra los sofás, reina una calma absoluta. En promedio, hay un vigilante por cada sala, aunque en ocasiones dos pueden cubrir el mismo recorrido. Su labor parece más orientativa que defensiva, incluso tras el episodio de hace unas semanas.
En la sala quince, 'La joven de la perla', de Vermeer, presume no solo de ser la joya de la colección y el cuadro más conocido del Mauritshuis, sino que además refulge con un aura especial. Es una superviviente, sin duda. Y por eso atrae más la atención. Hay deslumbramiento y curiosidad en quienes se acercan casi para constatar que está completa, vivita, coleando y sin un pegote. No hay problema alguno en fotografiarla, incluso después de lo ocurrido. Un hombre que se pasea por todo el museo con una miniatura a la que retrata con su móvil junto a cada cuadro demora cerca de diez minutos ante el cuadro de Vermeer. Ni el personal del museo ni los visitantes lo conminan a dejar sitio libre. Apenas cuando algún visitante se acerca demasiado a un cuadro, alguien del equipo de seguridad hace notar las guías en el suelo que indican la distancia y le pide volver a su sitio.
Casi todas las obras exhibidas tienen un cristal de seguridad que las reguarda y en algunas de las más emblemáticas, como el Vermeer o la 'Lección de anatomía', algún mueble disuasorio impide el contacto directo. De hecho, la baranda que protegía a 'La joven de la perla' no impidió a los activistas acercarse, y ahí sigue sin ningún añadido o refuerzo.
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Lo de hacerse el interesado por la seguridad y el número de personas que visitan el museo no da demasiado resultado con el personal de sala, que se prodiga poco en detalles sobre si aumentó el interés del público a raíz de lo ocurrido o si se ha modificado de alguna manera el protocolo de vigilancia. Ni una palabra. A las doce de la mañana es imposible dar un paso sin tropezarse con alguien y sin embargo la calma sigue siendo la misma entre quienes admiran, boquiabiertos, a 'La joven de la perla'.
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