Con Franz en la muralla
PASAJES DEL XXI
El autor Lorenzo Silva visita la Gran Muralla con el objetivo de rendir homenaje al gran Kafka
Parada anterior: el caminante en Hamburgo
![Imagen de la Gran Muralla, en China](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/06/02/muralla-RldWRhpfGMmsNQuJo9uV6ZL-1200x840@diario_abc.jpg)
«La rememoración puede hacer de lo inconcluso algo concluso, y de lo concluso algo inconcluso», Walter Benjamin, 'Libro de los Pasajes'
«¿De quiénes debía protegernos la gran muralla? De los pueblos del Norte. Soy de la China sudoriental. Ningún pueblo del ... Norte puede amenazarnos aquí. Nunca los hemos visto y si permanecemos en nuestra aldea no los veremos jamás». Recuerdo estas palabras —escritas por Franz Kafka hace más de un siglo, allá por 1918 o 1919, a lápiz y en un cuaderno que tras su muerte encontró y publicó su amigo y albacea Max Brod—, mientras el coche en el que viajo avanza por la autopista y atraviesa los sucesivos anillos de circunvalación que rodean Pekín hasta decenas de kilómetros de su centro, la Ciudad Prohibida.
Aunque agosto, como tendré ocasión de comprobar, no es el mejor momento del año para visitarla, no podía estar tan cerca de la Gran Muralla y no acercarme a verla y, de paso, rendir sobre ella homenaje a aquel hombre al que nunca le fue dado conocerla y que sin embargo escribió sobre ella un libro en el que invirtió no pocas horas y energías. Aunque apenas hayan sobrevivido de él un puñado de fragmentos, Max Brod dice tener indicios de que el libro estaba casi concluido, o al menos muy avanzado, y de que Kafka, a diferencia de lo ocurrido con sus otras novelas inacabadas, alcanzó a destruirlo. La pulcritud de la prosa y la potencia alegórica de esos esbozos —titulados 'De la construcción de la muralla china', 'Sobre la cuestión de las leyes', 'El rechazo' y 'La leva'—, atestiguan hasta qué punto la idea estaba fraguada en su mente, así como la magnitud de la pérdida.
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Digo que estoy cerca de la Gran Muralla pero el viaje se alarga hasta las dos horas y media pasadas, que me ameniza la emisión en inglés de la radio del Partido Comunista Chino. Es lo que lleva sintonizado mi conductor —para practicar el idioma, aunque no se maneja mal en él— y eso me da la oportunidad de entender el mensaje que la emisora oficial lanza a la ciudadanía, como no habría sido posible si lo hubiera oído en mandarín. Y es un ejercicio verdaderamente revelador. Nadie espere, eso ya se da por descontado, el menor contenido crítico o subversivo, pero tampoco se trata de un discurso autocomplaciente.
Entre otros asuntos, se abordan las recientes inundaciones, que han llegado a los alrededores de Pekín y han bloqueado barrios enteros. El locutor se refiere a las reuniones que el camarada Xi —Jinping— ha mantenido con los gobernadores y autoridades implicadas a fin de evaluar los fallos en las infraestructuras y los sistemas de protección civil y corregirlos de la manera más pronta y efectiva. El Gobierno, este es el mensaje que subyace, no puede fallarle de una manera tan estrepitosa a su población. Enmendar lo que ha fracasado, y procurar un progreso sostenido y continuo, en términos de resultados tangibles y que alcancen al conjunto del país, es la divisa que atraviesa las sucesivas locuciones.
![La fortificación es de más de 20.000 kilómetros si se tienen en cuenta sus ramificaciones](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/06/02/IMG_9338-U04852575878Src-760x427@diario_abc.jpg)
Viajar a la Gran Muralla es también viajar a la vieja China, esa que, lejos de la actual —volcada en el desarrollo económico y tecnológico— se desangraba en guerras interiores y fronterizas, que aconsejaron a sus gobernantes la erección de esa vastísima fortificación de más de 20.000 kilómetros, si se tienen en cuenta todas sus ramificaciones. De ellos subsiste hoy más de un tercio. Construida entre el siglo III a.C. —a instancias del emperador Qin Shu Huang— y el XVI —bajo la dinastía Ming, que le dio su forma actual al tramo más cercano a Pekín—, es la mayor obra de ingeniería del mundo, y su función militar se ha visto puesta a prueba una y otra vez. La última, en 1933, cuando soldados chinos armados con espadas la defendieron de los japoneses.
Tal vez ese pasado repleto de guerra y sangre sea el motivo del legado pacifista, o no belicista, que impregna la cultura del país ya desde su gran teórico militar, Sunzi o Sun Tzu, quien en 'El arte de la guerra' aconseja preservar los países y los ejércitos mejor que destruirlos, no atacar fortificaciones sino en último extremo y tratar de someter al enemigo sin librar batalla con él.
![El autor Lorenzo Silva posa en la Gran Muralla ataviado con una camiseta de Kafka, al que rinde homenaje con su visita](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/06/02/lorenzo-U53613341462TRm-760x427@diario_abc.jpg)
Una actitud semejante inspira a sus poetas. Se advierte en los dos grandes autores de la dinastía Tang —618-906—: Li Po o Li Bai, cuando escribe que la guerra «es una herramienta maldita / que sólo un idiota utiliza»; y Tu Fu, que llega a decir: «Mejor siempre tener una hija, ⁄ a la que con un buen vecino casar, ⁄ y no hijos, que yacen en las estepas sin enterrar». Pero ya aparece este mensaje antibélico en los versos de Zuo Si, de la dinastía Han —206 a.C-220 d.C.—: «Ninguna torre de vigía será ya mi morada,⁄ a mi choza sueño con volver».
Quizá no sea casual que la expansión actual del poder de China por el mundo se haga a través de acuerdos comerciales y de cooperación y sin disparar ni un solo tiro. Aunque a la vez, y al igual que en otra época alzó la Gran Muralla, esté empeñada en equipar un ejército capaz de tutear al más poderoso, y que junto a su internet rigurosamente vigilado, o el control exhaustivo de la inmigración, oficia como parapeto de su proyecto frente a los enemigos exteriores.
La muralla que Kafka sólo pudo soñar
«Pekín y el emperador son una sola cosa, una nube, por ejemplo, plácidamente cambiante bajo el sol en el transcurso de los tiempos»
Cuando al fin embarca uno en el teleférico que le sube a la cresta montañosa por la que discurre la silueta del gran muro, se impone la sensación de acercarse a esa antigua frontera, casi mítica, que la literatura de Kafka llenó aun más de resonancias simbólicas. Existe la posibilidad de hacer la subida a pie, por la ruta que habían de seguir los operarios que la construyeron y los soldados que la defendían, cargados con su impedimenta; pero es lo último que apetece con los treinta y muchos grados, el sol infernal y la humedad que atormentan hoy a quienes vienen hasta este lugar.
Aunque el teleférico deposita al viajero casi al pie de la muralla, para encaramarse a ella aún hay que trepar por las empinadas escaleras de una de las torres y superar así, con la sola ayuda de las propias fuerzas, los más de ocho metros de altura del artificio defensivo. Una vez arriba, se divisa al fin el otro lado, cubierto por una vegetación frondosa e impenetrable a la vista. Si ya atravesar ese bosque a pie y contra el desnivel del terreno era una proeza, mucho afán debía mover a un eventual asaltante para tratar de expugnar este infinito paredón gris.
![Vista de la Gran Muralla desde abajo](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/06/02/IMG_9260-U07108431730dZz-760x427@diario_abc.jpg)
La parte superior de la muralla, ancha y bien pavimentada, está concebida como un camino que permitía recorrer su trazado de manera ventajosa, pero las pendientes abruptas y el sol de justicia exigen al viajero un esfuerzo para llegar hasta las torres que se suceden con amplios intervalos. Por lo demás, no hay demasiada gente arriba, y muy pocos extranjeros. Uno de estos, un estadounidense de imponente estatura, se libra de estampar al niño que lleva sobre los hombros contra el dintel de la puerta de una de las torres gracias al turista autóctono que lo para 'in extremis'. El calor y la fatiga propician estas distracciones.
Evocando palabras
El viajero suda copiosamente bajo la camiseta negra que ha elegido para conmemorar al escritor de Praga. La compró en su ciudad, y lleva sobreimpresa en blanco una K y la caricatura del infortunado Franz, que tanto sufrió en la vida y la escritura. Es un acto de justicia viajar hasta allí para recordarlo y evocar sus palabras traspasadas de luz, aunque tanto lector superficial las haya tenido por tenebrosas: «La criatura humana, frívola, ligera como el polvo, no soporta ligaduras, y si se las impone ella misma, pronto, enloquecida, comenzará a tironear hasta despedazar murallas, cadenas y a sí misma».
Eso escribió a lápiz, hace más de un siglo, en uno de los esbozos de su libro sobre la muralla, donde un poco más adelante traza, por boca de su narrador, una imagen que da que pensar sobre la naturaleza del poder: «Más fácil resulta creer que Pekín y el emperador son una sola cosa, una nube, por ejemplo, plácidamente cambiante bajo el sol en el transcurso de los tiempos». La consecuencia es, concluye, una vida libre, sin dominación. Y se pregunta uno si aquel extraño escritor checo, que escribía en alemán y nunca puso un pie en China, no acertó a adivinar, por alguna facultad sobrenatural, cosas que se ocultan en el alma de la gente risueña e infatigable que se cruza al caminar sobre el lomo de la Gran Muralla.
Pronto hará cien años que aquella mente se apagó, en un sanatorio a las afueras de Viena, con sólo cuarenta años. Que su huella perdura y se proyecta en este siglo XXI lo prueba el lector que ha cruzado el mundo y ha venido hasta aquí sólo para tener la sensación de que, en cierto modo, lo trae consigo y a su través se le brinda poner pie, al fin, en la muralla que sólo pudo soñar.
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