Con Don y Ray en La Jolla
Cuaderno de viaje del paseo de Lorenzo Silva con Don Winslow por la ciudad costera que habitó Raymond Chandler, maestro de la novela negra
Shanghái-Pekín-Shanghái

Toda época tiene un lado vuelto hacia los sueños, el lado infantil
Walter Benjamin, 'El libro de los pasajes'
La víspera hemos estado en Los Ángeles, acordándonos, como tantas otras veces, de Miguel de Cervantes y de Raymond Chandler, de Don Quijote y de ... su hijo californiano, el siempre descreído pero nunca lo bastante derrotado Philip Marlowe. Nos hemos recreado una vez más, en voz alta y frente a un generoso auditorio convocado por el Instituto Cervantes de la ciudad, en la emblemática frase chandleriana: 'Down these mean streets a man must go who is not himself mean'. O lo que es lo mismo: «Por estas calles mezquinas debe caminar un hombre que no lo sea». Igual que Alonso Quijano paseaba su noble corazón y su triste figura por esa Mancha repleta de rapaces y aprovechados. En él, afirma una vez más Don Winslow, pese a quien pese entre los suyos, tiene su notorio antecedente el más grande detective del 'pulp' estadounidense; lo que hace de Cervantes —autor además de esas dos joyas de ficción criminal, 'El coloquio de los perros' y 'La fuerza de la sangre'— insoslayable precursor del género.
También hemos hablado de la poesía, donde para Chandler empezaba todo, incluido el 'noir' más áspero, y de cómo en la que dice que será su trilogía final, su última entrega como maestro indiscutible de la novela negra estadounidense de hoy, se ha vuelto Don Winslow hacia los primeros poetas. En Homero y en Virgilio, en 'La Ilíada' y 'La Eneida', se inspira su epopeya de un Eneas contemporáneo que escapa derrotado de Rhode Island, su tierra natal, para rehacerse y acabar su camino en la otra costa del país, entre la soleada California y la desértica Nevada.
Hemos pernoctado, ambos, en el Beverly Hilton, un hotel confortable, sin duda, donde se celebra la gala de los Globos de Oro y que acrecentó tristemente su celebridad al hallarse en una de sus habitaciones el cuerpo sin vida de Whitney Houston. Sin embargo, a Winslow no le gusta Beverly Hills, por la atmósfera artificial que siente que allí le rodea. Antes de llegar a La Jolla, la meca de nuestra peregrinación, y después de superar el tráfico atroz de la salida de Los Ángeles —con sus autopistas de cinco carriles donde hay que calcular los desplazamientos laterales con minutos de adelanto—, nos desviamos hacia la carretera de la costa para recorrer esa parte de California donde sí se siente a gusto, en la que durante años ha vivido, cultivando su afición al surf, y donde ha ambientado buena parte de sus novelas.
Al volante va Jean, su esposa, aguerrida conductora, como el tráfico californiano exige. Mientras pasamos por los distintos lugares, desde Laguna Beach —escenario de 'Salvajes', su novela, y de la película que sobre ella hizo Oliver Stone— hasta Solana Beach, recuerda Don la vida nómada que en otro tiempo llevó por allí de hotel en hotel, o su antiguo trabajo como investigador privado. De los de a pie, puntualiza siempre.

La carretera va de playa en playa, por pueblos —Dana Point, Encinitas, Cardiff-by-the-Sea o Del Mar— volcados en el turismo surfero, que tiene allí alguno de sus espacios legendarios. Por ejemplo, la peligrosísima Killer Dana, la ola asesina que arroja a los incautos contra los acantilados de Dana Point. Es imposible no acordarse de los Beach Boys, de quienes apunta Don que sólo uno surfeaba. O de los hippies retratados por el propio Winslow en 'Salvajes', que en un viaje a México para proveerse de hierba barata descubren que pueden montar un negocio con el diferencial de precios y de forma natural se convierten en narcos. Basada en una historia real, insiste el autor ante el horizonte azul de Laguna Beach.Antes de seguir hasta La Jolla, para lo que debemos volver a la autopista porque la carretera costera está cortada por los desprendimientos causados por las recientes lluvias, paramos a comer en Las Olas, un restaurante mexicano en Cardiff, frente al mar, y del que los Winslow fueron habituales en otro tiempo. El lugar tiene todo el sabor que pueda imaginarse, con su letrero colorido, las palmeras que lo rodean, la brisa y la arena que se cuela entre sus tablas. Tomamos unos tacos de pescado, hechos a partir del pez llamado mahi mahi, típico de San Diego.
La Jolla, localidad costera ya contigua a esta ciudad, cuenta con varios alicientes. Allí tiene su sede la University of California in San Diego (UCSD), es una reserva de fauna marina —al paso vemos leones marinos y pelícanos— y una zona residencial muy cotizada desde ya hace tiempo, aunque en los últimos años los precios se han disparado. Alquilar un apartamento puede costar 8.000 dólares al mes, la renta de una casa no baja de 16.000 y aquellas que tienen vistas al mar valen millones de dólares.
Un maestro para los dos
Una de estas últimas es la que habitó Raymond Chandler, nuestro querido amigo Ray: el maestro por cuyo influjo ambos, y así lo hemos reconocido y lo reconoceremos cuantas veces haga falta, nos dedicamos a la ficción criminal. Es un buen casoplón, de muros blancos y ventanas verdes, que sigue siendo propiedad privada y que por eso hemos de contemplar desde fuera. Cuando pondero el tamaño y el empaque de la vivienda, Don observa con una sonrisa: «Movies money». La pasta gansa de Hollywood, que alquiló el talento de Chandler a precio de oro, pero lo hizo infeliz, porque nunca llegó a entenderse con aquella industria ni con sus estrellas, empezando por el mordaz Billy Wilder, a cuyo lado trabajó y que lo atormentó maliciosa y reiteradamente.

Mientras observamos la casa y la playa a la que da —que no es una buena playa, demasiadas rocas, pero tiene una vista que a lo lejos se extiende hasta México—, evocamos la vida de Ray aquí, junto a su esposa Cissy, mucho mayor que él. La mujer a la que cuidó en su enfermedad mientras escribía, aquí mismo, su obra maestra, 'The Long Good-Bye'. Y por mi parte pienso en su última etapa, su viudez alcoholizada y depresiva, cuando sus agentes tenían que venir a esta casa a acompañarlo porque por la noche perdía por completo el control de sí. Qué importan esas humanas flaquezas, ante la prosa bella y luminosa que nos legó, ante la fuerza de la voz y la mirada de su caballero andante, ese Philip Marlowe empeñado en desentrañar, bajo el resplandor de Los Ángeles, la amargura enredada en el sueño americano.
Al anochecer, en la casa de Winslow en Julian, un pueblo a una hora y pico de allí, en las montañas —desde su porche se ven las cumbres nevadas—, hablamos del dolor y la herida de la sociedad estadounidense de hoy, en un año de campaña en el que Trump podría volver a la Casa Blanca, razón por la que Don decidió dejar de escribir literatura para dedicarse al activismo político. «Una novela» —alega— me llevaría demasiado tiempo: el riesgo de asistir al fin de la democracia americana es inminente». Sobre ese dolor y esa herida, anudados a la frontera junto a la que vive y a la droga y a los migrantes que la atraviesan, ha construido Winslow su obra, testimonio vivo de su época.
Balboa Park y don Ramón
Al día siguiente, junto al profesor y escritor mexicano Ciro Murayama, que investiga ahora en la UCSD, nos acercamos al Balboa Park, un espacio que custodia la memoria de otros dos escritores, Ramón J. Sender y Sandor Marai. Los dos, exiliados de su tierra, vivieron y murieron junto a este parque, que en 1915 albergó una exposición internacional y donde se encuentra el viajero una estatua del Cid. Qué pensaría don Ramón cuando se la echara a la cara, no puede dejar de preguntarse su lector. Tras comer frente al mar en el hotel Del Coronado —donde Billy Wilder, la pesadilla de Chandler, rodó 'Con faldas y a lo loco' —, el regreso a Los Ángeles ha de hacerse en un autobús de la mítica compañía Greyhound. La razón: el tren entre San Diego y Los Ángeles está interrumpido. En algún nudo de la autopista se ven cientos de tiendas de campaña. Son los sintecho que acuden a California por la benignidad de su clima. La herida. El dolor.
Contrastan estas precariedades con la vista fastuosa de Los Ángeles desde el observatorio Griffiths, al que se acerca el viajero esa misma noche, o con las lujosas casas de Sunset Boulevard o Rodeo Drive, entre las que pasea al día siguiente, casi a solas. Es domingo y se juega la Super Bowl, pero tampoco suelen verse por allí demasiados peatones. Por la calzada pasan Porsches o Maseratis; delante de una casa hay un Rolls Royce. Piensa quien los ve en algo que acaba de escribirle su amigo Javier Puebla: «Estás en la meca de la civilización occidental, a todos nos ha educado Hollywood». Y sí, les debemos los sueños; pero también la poesía que desvela su lado oscuro y de la que son maestros Chandler y Winslow. De unos y de otra seguimos nutriéndonos.
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