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ABC Cultural

El cielo de Quito

PASAJES DEL XXI

Cuaderno de viaje de la visita de Lorenzo Silva a este rincón de Ecuador

Adriano en Utrecht

El escritor en el Monumento Mitad del Mundo, en Ecuador LORENZO SILVA
Lorenzo Silva

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El ideal de la vivencia tipo shock es la catástrofe

Walter BENJAMIN, Libro de los Pasajes

 «El problema, hermano, es que allí ya te puede matar de un tiro un niño de once años». Escucha uno esta frase de labios del cronista y novelista Esteban Michelena, en el entorno apacible y acogedor de la Librería Española de Quito, y le cuesta creer que le están hablando del mismo país, al que viene por primera vez. Una tierra de gente tan cálida y amable como pocas que haya conocido, una ciudad que sin dejar de participar de la proverbial indisciplina latinoamericana no se percibe en absoluto hostil.

Tradicionalmente, tenía fama Ecuador de ser un remanso de paz en medio de un continente convulso, por su situación entre una Colombia sacudida por la guerrilla y el narco y un Perú que tampoco se ha caracterizado precisamente por sustraerse a las turbulencias. Algo ha cambiado, y todavía faltan meses para que el levantamiento penitenciario contra el Gobierno del presidente Noboa, con la subsiguiente declaración de conflicto interno y la autorización al Ejército para hacer fuego contra los miembros de bandas criminales, muestre al mundo en los primeros días de 2024 la fractura que resquebraja los cimientos del país.

Habla Michelena, nacido en Quito en 1963, de Esmeraldas, ciudad del norte a la que le unen fuertes vínculos, y capital de la provincia del mismo nombre, fronteriza con Colombia, que desde hace un tiempo, al igual que Guayaquil, el puerto principal de Ecuador, se ha visto tomada por las mafias de narcotraficantes como punto de salida de la droga colombiana hacia Panamá, desde donde se reexpide a Estados Unidos y Europa.

Porque es, no lo olvidemos, la ciudadanía pudiente y a la vez desasosegada del mundo desarrollado la que bombea el caudal de dólares y euros que mantiene a pleno rendimiento la maquinaria de esta industria delictiva. Un monstruo que subvierte el orden social de una ciudad, arrimando a sus chavales desde la más tierna edad al sicariato retribuido por las organizaciones de delincuentes, y que es incluso capaz de poner en jaque a un país como Ecuador, cuyo Estado se las ha visto y se las ha deseado, echando mano de todos sus recursos, para parar por el momento el golpe.

Realismo trágico

«Nos cambiaron los timbales por metrallas», se duele con amargura Michelena, en alusión a la música popular, de raíz africana, característica de Esmeraldas. En su última novela, 'El pasado no perdona', una ficción ambientada en esa tierra, con el trasfondo real de la infiltración subrepticia pero apabullante del narco, entona una elegía desgarrada a esa pérdida de la alegría a manos de la violencia y el miedo. Realismo trágico, lo llama él, y en sus páginas describe la ley del silencio que ha permitido que la metástasis se adueñara del tejido social.

Lo pone en labios del negro Daddy, un tenebroso personaje que lo resume en estos términos: «Lo jodido en este pueblito tan ensoñador es que el que sabe algo de alguien, también sabe que algo le saben. ¿Me entienden? Por ello, mejor calladitos todos. Entonces, todos chatos, todos chitos«. O lo que es lo mismo: todos parejos y con la boca cerrada. Así es como el mal se acaba aposentando.

Imagen principal - Arriba, Una gran plaza presidida por el Monasterio de San Francisco, en el centro histórico de Quito. Sobre estas líneas: el Monumento Mitad del Mundo, donde la línea amarilla marca la línea del ecuador (izquierda) y El patio interior del antiguo Palacio Arzobispal de la capital del país
Imagen secundaria 1 - Arriba, Una gran plaza presidida por el Monasterio de San Francisco, en el centro histórico de Quito. Sobre estas líneas: el Monumento Mitad del Mundo, donde la línea amarilla marca la línea del ecuador (izquierda) y El patio interior del antiguo Palacio Arzobispal de la capital del país
Imagen secundaria 2 - Arriba, Una gran plaza presidida por el Monasterio de San Francisco, en el centro histórico de Quito. Sobre estas líneas: el Monumento Mitad del Mundo, donde la línea amarilla marca la línea del ecuador (izquierda) y El patio interior del antiguo Palacio Arzobispal de la capital del país
Arriba, Una gran plaza presidida por el Monasterio de San Francisco, en el centro histórico de Quito. Sobre estas líneas: el Monumento Mitad del Mundo, donde la línea amarilla marca la línea del ecuador (izquierda) y El patio interior del antiguo Palacio Arzobispal de la capital del país LORENZO SILVA

Un diagnóstico parecido formula Rubén Darío Buitrón, otro de los escritores y periodistas con los que el viajero conversa en Quito, y que al igual que el resto de sus interlocutores transmite una impresión de afabilidad y de inteligencia. Tan sólo unos días después del estallido de enero de 2024, en un artículo titulado ¿En serio no lo vimos venir?, se preguntará: «¿No fuimos capaces de ver que la pobreza en el campo, la migración a las grandes ciudades y la ninguna esperanza que el país da a los jóvenes acabaría por ser el germen de un ejército de sicarios en manos del narcotráfico? Bienvenidos a la aventura de leer. Aunque esta vez, a la aventura de leer la tragedia que nos mata«.

Leyéndolos a ambos, se pregunta uno cómo es posible que el escenario de esta tragedia sea el lugar que tras el viaje guarda en su memoria. El cielo de Quito, una ciudad situada a casi tres mil metros de altura, es el más diáfano y luminoso que jamás vio en ciudad alguna. Al pie de los volcanes que la vigilan y de vez en cuando la inquietan con erupciones y sismos, sus fachadas blancas o de colores resplandecen bajo un sol poderoso que ni siquiera las nubes que se agitan sobre ella acaban de opacar nunca del todo.

Guayaquil, tomado por el narcotráfico

El puerto principal de Ecuador es el punto de salida de la droga colombiana hacia panamá, desde donde se reexpide a EE.UU. y Europa

 Por la ciudad antigua, tan cuidada que llama la atención, pasea uno con la sensación de retroceder en el tiempo y a la vez admirado por la supervivencia airosa de las huellas de la presencia española. Se puede palpar la riqueza y la pujanza del Quito virreinal en el edificio de la catedral, en la suntuosa iglesia de la Compañía de Jesús –o La Compañía, sin más, como la conocen los quiteños–, en el monumental convento de San Francisco, en el palacio de la Real Audiencia, hoy de Gobierno, o en el palacio Arzobispal, reconvertido en centro comercial con restaurantes que sacan partido de su patio cubierto.

En el ensanche moderno, de amplias avenidas, llaman la atención las flamantes estaciones de metro o el centro comercial Iñaquito, donde la Librería Española tiene otra tienda en la que se ofrece al viajero la oportunidad de departir por más de dos horas con un público lector generoso y perspicaz. Una y otra vez le sale al paso un Ecuador cordial y cultivado que reclama una sociedad más próspera y justa. Ver cómo la violencia de los más ruines impulsos lo zarandea produce una dolorosa desazón.

El juego del turista

Al norte de Quito pasa la línea del Ecuador, y en su misma línea puede visitarse Mitad del Mundo, un coqueto y tranquilo parque de recreo con un monumento erigido sobre la divisoria que parte el planeta en sus dos hemisferios. El juego del turista es poner un pie a cada lado, para sentirse durante un instante a caballo entre las dos mitades del globo. Más allá del juego, se encuentra Ecuador en estos días partido de manera dramática por las realidades contrapuestas que conforman nuestro mundo: la abrupta desigualdad entre ricos y pobres, el pulso entre la justicia y el crimen organizado, y la trama inextricable en la que esas dos divisiones se entrecruzan y retroalimentan, en perjuicio constante de los débiles y lucro persistente de los poderosos, con el resultado de acabar convirtiendo en ley, como dijera el sofista Trasímaco, lo que conviene al más fuerte. Y de empujar a tantos parias, en su desesperación, al nihilismo destructivo.

A veces impresiona la entereza, el estoicismo con que los damnificados por este cúmulo de desafueros aceptan su suerte. Sin que abandone su rostro la sonrisa que tiene instalada en él, refiere Andrea, quiteña que estudió en Barcelona, lo gracioso que le pareció que al llegar le advirtieran del peligro que tenían los descuideros que operaban en el metro. «¿Eso es todo?» –cuenta que les preguntaba–. «En mi tierra no hay descuideros; allí, si te quieren robar, te asaltan con una estaca traspasada de clavos«. En cuanto al metro de Quito –construido, por cierto, por una empresa española–, ahí no hay peligro de que le roben a uno de ninguna manera. Transcurridos ya meses desde su terminación, no ha entrado aún en servicio. Hay quien dice que por falta de personal cualificado para operarlo; otros, que por deficiencias no resueltas en el sistema para asegurar el cobro del billete.

Quisiera uno creer que el bache donde encalla Ecuador hoy, donde encalla buena parte de América Latina, no es una especie de maldición, como sugiere el colombiano Mauricio Villegas en 'El viejo malestar del Nuevo Mundo': la herencia de la llamada «viveza criolla«, una cultura donde las leyes eran sólo nominales y los jugadores de ventaja solían prevalecer. Quisiera uno creer que bajo el cielo transparente de Quito otro proyecto es posible.

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