En el descanso, visite nuestro bar

AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS

Los acomodadores, el sonido de la bobina de la película al girar en el proyector... Un pasado cinematográfico no apto para todos los públicos

La emoción del teléfono fijo

Alfredo y Totó, una amistad entre fotogramas, en la película 'Cinema Paradiso', de 1988 ABC

A James Bond, el agente secreto 007 que con sus finos modales solicitaba al barman «un martini seco, agitado, no revuelto», lo tildan de machista. Para redimirlo, se baraja la posibilidad de modificar los textos de Ian Fleming, autor de la saga, con ... unos toques de sentido y sensibilidad para que Bond no ofenda a las mujeres. Mudito y su panda de seis amigos tal vez dejen de ser los siete enanitos de Blancanieves y se conviertan en 'seres mágicos', pese a las quejas incesantes de Gruñón. 'Matilda', de Roald Dalh, asistirá a clases de buenos modales para aprender que ahora a los gordos se les llama enormes y a las feas, bestiales. Y el pobre Tío Gilito, de Disney, sigue sin entender por qué lo consideran racista cuando a él solo le interesa el dinero sin importarle el color.

«A Dios pongo por testigo», al estilo Scarlett O'Hara en 'Lo que el viento se llevó', que cuando estrenaron estas películas pasear por la Gran Vía madrileña era como trasladarse a una sala pictórica del Museo del Prado. Gigantes carteles pintados a mano de renombrados artistas decoraban las fachadas de los infinitos cines que copaban la calle. No eran producto de grafiteros como Muelle o el enigmático Banksy, sino réplicas de grandes dimensiones del póster de la película que se proyectaba en la sala. Obras creadas con pintura al temple, pincelada a pincelada. Un arte fugaz que se renovaba con cada actualización de la cartelera.

Desde la taquilla de entrada del cine se formaban largas colas de espectadores para adquirir sus entradas, laberintos similares a los que recorría 'Pac-Man' al huir de los devoradores fantasmas del mítico videojuego. Ni una ola de calor o DANA evitaba la espera. Al entrar en la sala, un amable, o no, acomodador iluminaba con una pequeña linterna el billete para saber la fila y asientos asignados e indicar su ubicación. «Por favor, deje dos butacas libres, y ocupe las siguientes», señalaba impaciente por recibir su merecida propina y correr pasillo arriba para atender a los próximos espectadores.

Luces fuera, oscuridad, tensión. Hasta se abría el telón en algunos cines. Al fondo, desde la sala de proyección, surgía la magia: un inmenso haz de luz proyectaba las imágenes sobre la blanca pantalla. Ajustar y encuadrar la película no era tarea sencilla. A veces los fotogramas se volvían borrosos, ¡incluso ardían!, y una algarabía de gritos surgía desde el patio de butacas: «¡La película está desenfocada!». Un par de arreglos y, de nuevo, una calma rota solo por el sonido de la bobina al girar en el proyector cinematográfico.

La hipnótica y pegadiza sintonía de 'Movierecord' daba paso a los anuncios. A mitad del film, el descanso, el momento perfecto para el cambio de bobina, una escapada a los baños y un mensaje: «¡Visite nuestro bar!». Palomitas y un refresco.

AJUSTES

A veces los fotogramas se volvían borrosos, ¡incluso ardían!, y una algarabía de gritos surgía desde el patio de butacas

Los cines actuales comparten espacio con las tiendas de ropa y alimentación en los centros comerciales; un pequeño cartel impreso en color informa de la proyección; las imágenes y el sonido son de alta definición, en soporte digital; las entradas se compran a través del móvil o del ordenador, y con el código QR se entra en la sala, se buscan los asientos asignados sin acomodador, sin dejar propina, sin intermedio, y con olor a nachos y pizza, que hasta las palomitas han perdido su reinado.

Malos tiempos para Totó, el encantador niño de 'Cinema Paradiso' que aprendió gracias a Alfredo, el proyeccionista, el valor de la amistad y a amar el séptimo arte entre fotogramas, celuloide, y un sinfín de bobinas.

¡Un martini seco sin alcohol para Bond, James Bond, por favor!

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