apuestas culturales faraónicas
Todo el tiempo que nos falta
EL TAMAÑO sÍ IMPORTA
La cultura siempre ha fantaseado con la 'temporalidad' (física, mental) de sus propuestas
'The Second Woman', cien relaciones en veinticuatro horas
Una canción de amor de 24 horas para saciar el hambre de música
Apuestas culturales faraónicas: Grandeza XXL
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![Distintos momentos de 'The Clock', de Marclay](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/07/11/img_3071-RFuVi5TVcIWxSaMZryRSDLP-1200x840@diario_abc.jpg)
En 2013, el rapero estadounidense Pharrell Williams lanzó el vídeo-clip interactivo de su temazo 'Happy' con una duración de 24 horas, un bucle en el que aparece toda clase de tipos, entre otros, el jugador de baloncesto Magic Johnson bailando por las calles ... de Los Ángeles. Completándose el delirio 'happycrático', surgió la pregunta de si alguien batiría el récord de verlo entero.
No cabe duda de que estamos conducidos algorítmicamente por 'mundofiltro' para disfrutar con 'atracones' de todo tipo, especialmente con las series de las plataformas que directamente van enlazando capítulos para sujetos que no tienen, literalmente, nada que perder. Vivimos en la distopía de 'Cosmópolis' (2003) que concibiera Don DeLillo y llevara al cine David Cronenberg (2012), cuando el tiempo cotiza en bolsa, acelerados en el cibercapitalismo, sin sufrir por la completa cancelación del futuro.
Se evapora en el aire
Todo lo que es sólido se evapora en el aire o, introduciendo una ligera variación al archicitado pasaje del 'Manifiesto comunista', cuando lo nuevo envejece, antes de esclerotizarse, la única certeza tiene la textura de pompas de jabón. Encarnamos de forma patética al 'homo bulla' y nuestro bullicio es más sórdido que aquella 'teatrocracia' que Platón describiera como la mayor de las degeneraciones políticas imaginables.
Reducido a cenizas el imaginario utópico, disfrutamos en la rueda del hámster, instalados en ese presentismo que François Hartog describiera como nuestro régimen de historicidad, cuando propiamente no hay otra cosa que un frenesí del 'storytelling'. El exhibicionismo de los 'reels' nos deja tristes por diseño, obligados a 'filtrar' lo que somos para ofrecer nuestra mejor versión (una fórmula que imponen esos caraduras llamados 'mentores', como el infame Llados Fitness que resuelve todo dando cientos de 'burpees' a primera hora de la mañana). La vertiginosa precipitación hacia lo catastrófico ha terminado por ensamblarse con el neo-estoicismo que acaso sea una imperial sublimación del pasmo.
En cierta medida, el arte funciona como un sismograma de lo que acontece, generando ocasionalmente líneas de resistencia frente a lo atroz, incluso haciendo que implosione lo absurdo. Jonathan Crary describió a la perfección en '24/7' (2013) cómo el capitalismo conquista y controla nuestros sueños, obligándonos a estar siempre atentos a las interacciones reticulares. La impresionante película 'The Clock' (2010), de Christian Marclay, materializaba la hipnótica presencia temporal con esos fragmentos de unas 10.000 películas y series de televisión en las que siempre estamos 'puntuales' durante 24 tediosas y maravillosas horas. La obsesión relojera en algunas obras de arte contemporáneo ha sido analizada brillantemente por Graciela Speranza en 'Cronografías. Arte y ficciones de un tiempo sin tiempo' (2017).
Anómalas proezas
Tal vez sean los 'performers' los que han perseguido las más anómalas proezas, demostrando que pueden reclamar el lugar vacante del chamán o el concurrido del idiota shakesperiano. Antes de dedicarse a promocionar cremas exfoliantes, la 'abuelita' Marina Abramovic impuso su presencia petrificada en el MoMA (2010) durante 736 horas y 30 minutos. Siempre hay alguien más excesivo y pocos estarán dispuestos a pasar las fatigas de Tehching Hsieh con aquellos 'performances' que duraban un año. Con su habitual desparpajo y propensión a la bufonería, Domingo Sánchez Blanco perpetró, con la colaboración chapucera de un servidor, quinientos 'performances' en un día en el Círculo de Bellas Artes (2005) en algunos momentos sin nadie que estuviera dispuesto a soportar la matraca.
![Marina Abramovic durante su performance en el MoMA](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/07/11/rename_abramovic_papel_xoptimizadax-U51530415554gqT-760x427@diario_abc.jpg)
Un subgénero de estas temporalidades estéticas dilatada es lo que podemos calificar como el 'recitativo-radical'. En la Bienal de Venecia de 2015, comisariada por Okui Enwezor, se podía asistir a la lectura incesante de 'El Capital' de Karl Marx por obra y gracia de Isaac Julien. Mientras estaba recluida en su casa en 2015, Tania Bruguera realizó una lectura integral de 'Los orígenes del totalitarismo', de Hannah Arendt, mientras el régimen policial castrista trataba de sofocar ese discurso con el ruido atronador de martillos neumáticos en la calle; en febrero de 2024, cuando intentó completar otra vez la lectura de ese mismo texto durante 100 horas en la Hamburger Bahnhof, fue interrumpida por manifestantes pro palestinos con manifiestos discursos de odio.
Puede que la Historia se repita dos veces, la primera como tragedia y después como farsa. Lo que no queda tan claro es qué sucede cuando las sonrisas ya son meras muecas y lo divertido puede ser complicidad cínica con un tiempo desquiciado y torturador. El drama griego fue reactivado en 24 frenéticas horas por Jan Fabre en 'Mount Olympus' (2015) para llevarnos a una conclusión dionisíaca o, para ser menos pedantes, a un gozoso 'twerking'. Estamos como aquel personaje de 'Punto Omega' (2010), de Don DeLillo, paralizados frente a '24 Hour Psycho' (1993), de Douglas Gordon. El cuchillo en la mano del psicópata tarda más de lo soportable en llegar al cuerpo desnudo en la bañera. Epígonos de las ensoñaciones warholianas, vampiros de instantes banales, intentamos reanimarnos con cosas que llenen todo ese tiempo que nos falta.
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