MÚSICA

The Jesus & Mary Chain: el infierno queda en casa

Los hermanos Reid, autores del seminal 'Psychocandy', explican su historia la biografía oral 'Incomprendidos'

David Morán

Barcelona

Están las drogas, los conciertos a puñetazos y el aquelarre eléctrico de 'Psychocandy'. Están, en fin, los hermanos Reid como profetas escoceses del ruido y jinetes del apocalipsis pop («¡Los nuevos Sex Pistols!», como alertó 'The Sun' en cuanto subieron a un escenario), ... pero nada mejor para explicar la historia de The Jesus & Mary Chain que empezar por el principio, deslizándose en modo 'moonwalk' por la calles gris paloma de East Kilbride y asistiendo al nacimiento de la fraternidad mejor-peor avenida de la historia del rock. «Cuando Oasis pegaron el pelotazo, era como si Liam y Noel fueran un remake hollywoodense de nuestra pequeña peli indie sobre una rivalidad entre hermanos que, como mucho, tuvo buenas críticas en Sundance», evoca William Reid, el mayor, en 'Incomprendidos' (Contra), carcajeante biografía a dos bandas y entretenidísima partida de ping pong oral en la que Willian y Jim Reid, agitadores de masas y domadores del fuzz, le cuentan su historia periodista Ben Thompson y, al mismo tiempo, se explican a sí mismos.

'Outsiders' entre los 'outsiders', en palabras de Róisín Murphy, la historia de The Jesus & Mary Chain es, como la de tantas otras bandas de los ochenta y los noventa, una barra libre de drogas, celos y fama mal digerida. De habitaciones minúsculas en suburbios de extrarradio, bronca discográfica perpetua y peleas a puñetazos sobre el escenario. Vale que esto último quizá no sea tan común, pero como bien saben los Gallagher, no hay peor arma que la familiaridad tóxica. «Con un hermano sabes exactamente qué teclas tocar si quieres que todo salte por los aires», desliza Jim.

Batalla campal

Para The Jesus & Mary Chain, la primera gran detonación llegó en 1999, cuando una pelea de borrachos en la furgoneta degeneró en batalla campal primero y disolución total después. «Yo sé que Jim es un gilipollas, él sabe que yo soy un gilipollas, y de vez en cuando llegamos a las manos, pero nunca pasa de eso que los comentaristas de fútbol llaman 'forcejos'», relativiza William en 'Incomprendidos'.

Ese día, sin embargo, la cosa sí que fue a mayores. «Me cayeron varios puñetazos en las costillas y también me llevé un rodillazo en la cara. Fue un descontrol absoluto», recuerda Jim. Al día siguiente, la banda tenía que actuar en Los Ángeles, pero apenas aguantaron un par de canciones sobre el escenario: William ya había dicho que dejaba el grupo y Jim, intoxicado a conciencia, empezó a insultar a su hermano. En el escenario. Delante de todo el mundo. «Yo no estaba en condiciones de entender nada, ya que la combinación de alcohol y cocaína te convierte en una especie de zombi», explica el menor de los Reid.

«Éramos dos inadaptados aferrándonos el uno al otro. Éramos nosotros contra el mundo»

Jim Reid

The Jesus & Mary Chain

Las drogas, una vez más, tuvieron buena parte de culpa: Jim se enganchó a la cocaína y William a la marihuana, así que rara vez estaban en la misma longitud de onda. Ocho años tardaron en reconciliarse y reactivar una banda que nació a principios de los ochenta entre charlas domésticas, confidencias nocturnas y viajes de disolvente. «Lo que nos unía a Jim y a mí no era tanto que nos gustara el mismo tipo de música –en concreto el punk–, sino que hablábamos de ella durante horas y horas», evoca William.«Éramos dos inadaptados aferrándonos el uno al otro. Éramos nosotros contra el mundo», añade Jim.

La famila, en concreto su padre, fue también esencial en la grabación de su primer disco: con la indemnización que recibió cuando lo despidieron de la fábrica de Caterpillar en la que trabajaba, los Reid pudieron comprarse una grabadora de cuatro pistas y un pedal de distorsión de diez libras. La guitarra, una Gretsch Tennessean, ya estaba en casa. «Ese fue el kit con el que escapamos del infierno», ironiza Jim. ¿El destino? Otro infierno aún más ruidoso. «Solíamos preguntarnos por qué a nadie se le había ocurrido mezclar las melodías agridulces de las Shangri-Las con guitarras más hirientes, ofensivas y chirriantes», dice Jim. Su respuesta fue 'Psychocandy', batidora de acoples y ruidazo que marcó el camino a seguir al indie de los noventa.

Llegaron al mundo para «corregir el déficit crónico de guitarras de mediados de los ochenta» y vaya si lo lograron. Hicieron historia, tropezaron con todas las piedras imaginables y sobrevivieron a sí mismos, que no es poco.

Su padre, por cierto, se acabó enganchando al programa de John Peel mientras buscaba canciones de sus hijos en la radio. «Un día salió Billy Bragg en la tele y nos dijo: 'Ah, esta es muy buena'. Jim y yo nos miramos asombrados y él dijo. 'John Peel lo pone mucho'», recuerda William.

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