LIBROS
El testamento poético de José Jiménez Lozano
POESÍA
'Esperas y esperanzas' es el último trabajo que el escritor entregó poco antes de morir. Quiso no levantar la voz
Otras crítica del autor
Poco antes de morir, José Jiménez Lozano envió a Pre-Textos lo que puede considerarse, ya desde el mismo título, su testamento poético: 'Esperas y esperanzas'. «Doy lo que tengo», dice en la nota preliminar escrita en la primavera de 2020, «y pido ... a la alondra de junio que inaugure el mundo». Eligió, pues, la grandeza del pájaro más simple para que, incluso cuando él le veía ya el rostro a la muerte, siguiera anunciando la mañana, el esplendor de la belleza de la mañana, el cotidiano secreto de su hermosura y su fragilidad. Si Georges de La Tour sacrificó las aureolas que circundaban la cabeza de los dioses, de las vírgenes y de los santos para sustituirlas por el simple resplandor de una vela, Jiménez Lozano sustituye las grandes palabras, los terciopelos y los oros de las grandes palabras, por las palabras humildes, hechas de la pobreza y de la insignificancia de la vida común.
Fue el donnadie de Alcazarén que reservó en el jardín de su casa un rincón dedicado a Emily Dickinson, que depuró, como ella, la intensidad de los poemas para que se convirtieran en un reflejo moral, ese reflejo moral que simboliza una sencilla ráfaga de viento, un poco de hierba o una tímida flor. En estos poemas de antes de morir fue el hombre que esperaba, que esperaba la presencia constante de la esperanza, fue el hombre que dijo, después de rogar que le siguiera visitando la alegría: «¡ Corre tú a seguir viviendo!».
Mostró predilección siempre por las víctimas de la historia, es decir, por nosotros mismos, por los que hicimos nacer a un Dios en un establo y lo matamos en una teoría filosófica, por los que construimos Auchswitz, por los que tuvimos como parientes a Hamlet, a Job, a Helena de Troya, a esa pobre mujeruca anciana que lleva ramos de prímulas a la iglesia desde hace ochenta años, a todos los que llenan el paraíso en la tierra de ideologías y cientifismos. En este Jiménez Lozano último, en este ser de las postrimerías hay muchos Jiménez Lozano porque él siempre quiso abarcar la medida real de las cosas y tuvo que prodigarse en complementarias personalidades. Tenía la risa que había aprendido en la Biblia y se amparó, como los grandes sabios, en la ironía ya que no tuvo más remedio que burlarse de todo aquello que le causaba perplejidad. Sin embargo, su ironía, su humorismo siempre guardó una dimensión de ternura cuando contempló los grandes pudrideros contemporáneos en forma de 'realitys shows' y mensajes en inglés.
Polémico porque no se adaptaba a los discursos oficiales, puso su libertad por encima de los pensamientos expedidos con carnet de bandería
Le dolió España, como le había dolido a todos sus hermanos heterodoxos enterrados en los cementerios civiles de este terrón ibérico. Miró esta España democrática y vio hasta qué punto se seguía perpetuando en ella los signos de la leyenda negra. Vio, como se escribe en uno de sus poemas, que, a Cervantes, a Teresa de Jesús, a Juan de la Cruz o a fray Luis de León los tenemos bien amortizados en residencias de la Edad Antigua, aplacados de tal forma que sus ideas, su ejemplo ya no resultan peligrosos. Polémico porque no se adaptaba a los discursos oficiales, controvertido porque no comulgaba con la alta cultura postmoderna de manual, puso su libertad por encima de los pensamientos expedidos con carnet de bandería, denunció que la nueva enseñanza haya sido higienizada con una nueva versión de tantos siglos de tiniebla; que Dante, Petrarca o Romeo y Julieta parezcan marcas de coches o de frigoríficos …
Alguien tan vital como él no es extraño que se mostrara atento a los pequeños grandiosos acontecimientos diarios: el canto del cuco, el frío de los gorriones bajo la helada, un paisaje que parece sacado de una página de Virgilio. Prefería la vida en los pueblos, formar parte de la vida silenciosa, del retiro y de la soledad. Frente al ruido de nuestra época él se distinguía por escribir poemas cada vez más lacónicos, con el esplendor, aprendido en Vladimir Holan, de un relato mínimo, de un mínimo pensamiento. Quiso por eso ampararse en la palabra sencilla, no levantar excesivamente la voz, que el poema tuviera la naturaleza de un suspiro. Escribió una poesía llena de tensiones interiores, del drama entre la fugacidad y la contemplación. Como se lee en 'La tumba de mis padres', que remite al poema 'Resurrección' de Holan, la muerte para él solo era otra posibilidad de vida, otra posibilidad de infancia, la vuelta a la casa de Langa donde un niño es despertado por su madre. Se puede decir, por eso, que toda su poesía, que ese gran poema único que es toda su poesía, con sus variaciones constantes sobre un par de temas, traza el retrato de un contemplador moral que ve que la complejidad del mundo solo es un continuo milagro de vivir.
Estremece pensar que este puñado de poemas sean sus últimas palabras, que eligiera para irse este parco lujo de lo humilde
Estremece pensar que este puñado de poemas sean sus últimas palabras, que eligiera para irse este parco lujo de lo humilde, esta sacralidad de lo cotidiano, que la sencilla condición de lo humano se haya vuelto en ellos celebratoriamente solemne. Su dimensión como hombre, de tan pequeño como era, cabía en una mano, como cabían los pájaros que, verano tras verano, se caían de los nidos de los tejados de Alcazarén y que él rescataba del suelo para salvarlos poniéndolos en un árbol.
Con este puñado de poemas se fue al Port Royal des Champs del más allá, a formar parte de alguna tertulia de solitarios. Decir que fue uno de nuestros grandes escritores es recurrir al lugar común, para hacerle justicia hay que verlo como el que nos dejó un poco de alegría, el retrato discreto de la luz con que quiso lavar los pies polvorientos de este tiempo nuestro, la discreta biografía espiritual de un hombre que escribía poemas de una belleza tan intensa, de un encanto tan misterioso como un manojo de acianos.
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