LIBROS
Jiménez Lozano, diarios y poemas de un escribidor
Diarios
Dos mil páginas acogen la edición de los Diarios, los Cuadernos, que escribió a lo largo de los últimos 47 años de su vida
Jiménez Lozano, un humanista universal
A los lectores furibundos de la obra de José Jiménez Lozano nos gusta decir que el de Langa más que un escritor es, en sí mismo, una literatura. Una literatura con sala de descompresión en géneros diferentes, más o menos acordes con la ... nomenclatura de las categorías al uso, pero siempre con un pensamiento y un sentimiento, una ética y una estética propias, reconocibles. Una voz singular. El canto del pájaro solitario que se identifica por igual en sus novelas que en sus relatos, en sus estudios que en sus artículos de prensa. Y, tal vez con todo su brillo y contundencia, con toda su verdad, en sus diarios y sus libros de poemas.
José Jiménez Lozano tenía aversión a que le llamaran poeta. Pensaba que declararse como tal era el signo precisamente de no serlo. Pero eso le ocurría prácticamente con todos los otros géneros. Por eso solía elegir la palabra escribidor, en lugar de la de escritor, para hablar de sí mismo. Una rebaja en las ínfulas del gran autor que era. Un punto siempre a medio camino entre la socarronería y la humildad más absolutas, en el más puro estilo de las gentes de la Castilla rural, entre las que eligió vivir. Ni Ávila ni Valladolid ni Madrid: Alcazarén.
Literatura del asombro y del hallazgo, del fulgor inesperado entre las nieblas
Tres años después de su muerte, sin prisa pero sin pausa, la publicación póstuma de su último libro de poemas casi coincide con el lanzamiento de sus 'Obras completas', preparadas y revisadas por él mismo, y entregadas al celo de la Fundación Jorge Guillén, legataria de su archivo literario desde el año 1997. Un corpus que, de manera nada inocente, arranca con sus 'Diarios'. Dos gruesos volúmenes que acogen la edición de los cuadernos que José Jiménez Lozano escribió a lo largo de los últimos 47 años de su vida. Los de absoluta plenitud. La punta de lanza de una edición que, en los próximos años, continuará con la publicación de sus novelas, sus relatos, sus poemas, sus ensayos y sus artículos periodísticos.
No fue hasta 1985 que Jiménez Lozano se decidió a dar a la imprenta, a regañadientes como él mismo reconoce, sus anotaciones personales. Sus «soledades». Tras la publicación de 'Los tres cuadernos rojos', que recogían sus impresiones y meditaciones consignadas entre 1973 y 1983, y que para algunos constituyen lo más representativo y auténtico de su escritura, la edición de sus diarios se convirtió en una 'summa' literaria que encadenó un día con otro, un año con otro. Tras 'Los tres cuadernos rojos' vinieron 'Segundo abecedario' (1984-1988), 'La luz de una candela' (1989-1993), 'Los cuadernos de letra pequeña' (1993-1998), 'Advenimientos' (2001-2004), 'Los cuadernos de Rembrandt' (2005-2008), 'Impresiones provinciales' (2010-2014), 'Cavilaciones y melancolías' (2016-2017) y 'Evocaciones y presencias' (2018-2020). Un flujo perpetuo que solo se interrumpe entre los años 1998 y 2000, cuando las notas de aquel tiempo fueron a parar al cesto de los papeles, seguramente en el curso de «la limpia anual» del 'scriptorium'.
En consonancia con Cicerón, que dejó escrito aquello de «si tienes un jardín y una biblioteca, tienes todo lo que necesitas», Jiménez Lozano hizo de su casa de Alcazarén su 'locus amoenus', su lugar donde vivir en armonía y desde el que levantar su obra literaria. Así lo concibe su amigo Gabriel Albiac cuando escribe, en el prólogo de estos diarios: «En el silencio de la biblioteca que da al jardín, un hombre ve pasar los días sobre el paisaje infinito de la meseta castellana. Los ve, como sólo su lenta verdad puede ser vista: a través de los libros que lo han venido acompañando». Un mirador de altura, situado a ras de tierra, que le emparentaba sin duda con el ideario castellano de Delibes, pero más aún, cien años después, con la propia visión de los hombres del 98. La zaga de la huella de sus santos tutelares, Juan de la Cruz, el mudejarillo, y Teresa de Jesús, a la que familiarmente se refería como «la Teresa».
Pero los ojos bien abiertos hacia el mundo, de manera especial desde que acudió como enviado especial de 'El Norte de Castilla' a las reuniones del Concilio Vaticano II, donde descubrió y se incorporó al pensamiento europeo como uno de los más lúcidos críticos y redefinidores del posmodernismo. Un cristiano rebelde dedicado a analizar la literatura y la filosofía occidentales, desde la misma raíz de su deconstrucción.
Alquimista
Todas estas cosas, y algunas más, se apuntan y desmenuzan, con sabiduría de alquimista, en los diarios de José Jiménez Lozano. Y se dejan al dente, en la expresividad más absoluta, descalza y al tiempo cargada de una pulsión y una profundidad no usados, en su poesía. Esa literatura del asombro y del hallazgo, del fulgor inesperado entre las nieblas de la inteligencia, que se despliega, de manera asombrosa, a lo largo de las dos mil páginas de sus 'Diarios'. Pero que se podría condensar con igual magnitud en cualquiera de los pequeños poemas que se incluyen en sus páginas. Quizás en ese que dice: «Mira la brumosa niebla/ un estornino en el tejado,/ y está, como yo, perplejo./ ¿No hay mundo?». A qué más.
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