CRÍTICA DE:
En el rincón de pensar de Yoshitomo Nara
Bilbao
El japonés, uno de los creadores asiáticos más cotizados, es mucho más que el pintor japonés de las niñas de ojos grandes. El Museo Guggenheim repasa cuatro décadas de su producción y acaba con los tópicos que afean lo suyo
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Yoshitomo ante su pieza 'Fuente de vida', en la que el agua emana de los ojos de sus personajes antropomórficos
A la par que se celebraba esta retrospectiva de más de cuarenta años de Yoshimoto Nara (Hirosaki, 1959) en el Guggenheim de Bilbao, unos cuantos cientos de kilómetros más al este, en Ibiza, se inauguraba una nueva edición de la feria CAN. ... Una cita fresca, descarada, con un tipo de arte tendente a una figuración desenfadada, disfrutona, que bebe del cómic, de lo urbano, también del manga, con la que se le podría emparentar.
Quizás porque existen figuras como Nara, como Takashi Murakami (con el que compartió alojamiento y trabajo en una de sus primeras estancias en EE.UU.), existen también fenómenos como el de Javi Calleja, por quedarnos con un ejemplo cercano, que triunfan en esa cita.
Sin embargo, nada más lejos de la realidad. A Yoshimoto Nara se le relaciona con el manga, con el anime. Se dice que su pintura está emparentada con el neo-pop japonés y el movimiento Superflat. Que coquetea con la estética 'kawaii', la que pone en valor lo ahora 'cuqui' (antes 'cursi'), y lo 'kimo-kawa' (atrayente aunque desagradable).
Lecturas más complejas
Precisamente esta exposición, la primera de gran envergadura que de su obra se celebra en Europa (en colaboración con el Frieder Burda, en Baden-Baden, y la Hayward Gallery de Londres, a donde itinerará después), viene a poner los puntos sobre las íes, a rascar sobre la superficialidad de esa primera capa de lectura de todo lo manufacturado y facturado por este autor (sus obras se subastan por millones de dólares en Sotheby's, mientras trabaja para marcas 'sostenibles' como Stella McCartney o gestina su propio espacio expositivo, el N's YARD, en la prefectura de Tochigi) y arrojar lecturas más complejas en lo suyo.
Para Lucía Agirre, de hecho, Nara no es tan solo uno de los nombres fundamentales del arte del siglo XX y XXI; es que es, asímismo, un gran retratista y un pintor poco valorado. Tanto ella como él nos invitan a ver en sus lienzos a grandes maestros del Renacimiento como Piero della Francesca o Il Giotto y su capacidad para generar figuras en perspectiva sin necesidad de usar sombras. El empleo del tondo, al que da naturaleza tridimensional. O a vislumbrar un trabajo en capas similar a las veladuras que era capaz de generar un Rothko, como en 'Miss Margaret', de 2016.
Asume además nuestro protagonista que si algo le toca del anime o el manga es por la influencia que el ukiyo-e tiene en estos géneros, y que es realmente lo que a él le interesaba: ese arte nacido del pueblo en el periodo Edo. También rechaza todas esas etiquetas que le asocian a tópicos japoneses como el hikikomori (el aislamiento social agudo, lo que no explica sus cabezonas figuras de ojos inmensos aisladas, que tampoco deben identificarse con niñas: muchas de ellas son su autorretrato, como el 'Too Young to Die' que cuelga en el Guggenheim) o una mirada feliz a la infancia, ese lugar al que quiso regresar para sentirse reconfortado cuando se iniciaba en el arte y se percibía perdido en una cultura, la alemana, que no era la suya, y que ahora, ya maduro, sustituye por ese tiempo en el que se iniciaba.
«El hombre es un ser 'vivo' que evoluciona –expresa–. Y de joven no puedes ser objetivo. Solo te preocupa lo que te afecta a ti directamente, no hay matices, ni una mirada más social. Por eso entonces mi tono era más pesimista y mis personajes parecían enfadados todo el rato. Ahora, en la madurez, me preocupa más la técnica que el mensaje, tengo más tiempo para pensar y reflexionar, y no tanto para 'sentir' como ocurría cuando era joven. Soy menos epidérmico, y me interesa más analizar cómo aplico el color, cómo genero una composición... Les pongo un ejemplo: como estudiante, componía hasta 120 obras al año. En 2023 sólo acabé dos obras de gran formato». Demoledor.
Con estas claves debemos entrar en el Guggenheim, que transforma para la ocasión las salas de la planta baja como nunca lo había logrado antes, gracias al diseño de Iñaki Álvarez. Un recorrido por cuatro décadas que no es cronológico (aunque sí que se inicia con sus dibujos tempranos, aquellos en los que vio potencial Ralf Penk, y le recomendó llevar sus composiciones y limpieza a sus lienzos; y se acaba en su última obra: 'Lágrimas de medianoche'), sino que aúna toda la producción del japonés (lienzos, esculturas, algunas de sus grandes instalaciones) a través de temas o elementos recurrentes: los charcos (que en realidad son ámbitos de paso), las casas (refugios, ámbitos donde sentirse seguro: hogares), los brotes verdes... Y la música.
Banda sonora de una vida
A la música occidental llegó a través de la emisora Far East Network, destinada a las tropas americanas que combatían en Asia en la Guerra Fría. Y en la música halló un buen refugio durante los años de estudiante en Duseldorf y Colonia. De hecho, por influencia de la música, su destino europeo tendría que haber sido el Londres del primer pop y el punk, pero no había dinero. En ninguno de los dos casos, ni en Japón ni en Alemania, entendería las letras de Dylan, de David Bowie, de The Ramones, pero desarrollaría una sensibilidad especial para plasmar lo inasible, cierta idea de libertad y anhelo de comunidad.
Precisamente en el centro de la sala se reproduce una de las 'Habitaciones de dibujo' que empezó a usar en sus exposiciones en 2003 y que construía con voluntarios para dar pie a ámbitos de socialización. La que vemos en Bilbao es de 2008 e intenta reproducir cómo funciona su cabeza mientras dibuja. Y como no puede ser de otra manera, se oye una playlist muy especial. No se asusten si reconocen a Radio Futura o Tequila: Nara conoció el Madrid de la Movida... Si vuelven la mirada a las salas, descubrirán que las piezas se despliegan en las mismas a distintas alturas, marcando grupos: Sí. Nara ha generado una partitura en lo que entiende como una única obra.
Yoshimoto Nara
Museo Guggenheim. Bilbao. Avda. Abandoibarra, 2. Comisaria: Lucía Agirre. Patrocina: Fundación BBVA. Colabora: Hayward Gallery y Museum Frieder Burda. Hasta el 3 de noviembre. Cuatro estrellas.
El recorrido también constata una evolución rápida en la depuración de la línea, un uso de todo tipo de materiales (maderas, cartones, purpurinas, vendas –con las que tapa los ojos que no logra reproducir como quisiera–...); una tendencia a repetir títulos; una mirada nostálgica que a veces descarga desde el pesimismo (la instalación 'La fuente de la vida', en la que el agua brota de los ojos de sus escultóricos niños), otras desde la templanza ('En el agua rosada', lienzo para un disco de G. Yoko durante el covid). Y un compromiso social y antibelicista (con sala propia) que se hace más patente tras el terremoto de Fukushima en 2011, que también releyó Hiroshima y Nagashaki.
En definitiva, una de las citas del verano, que descubre a un nuevo Yoshitomo. Un rincón de pensar para él, que lo es también para nosotros.