CRÍTICA DE:
'El color en movimiento', de Carlos Cruz-Díez en el Pompidou-Málaga: tiempo de descubrimiento
Málaga
'Excitante' y 'estimulante'. Adjetivos que resumen las sensaciones que provoca en el Pompidou-Málaga la obra del cinético venezolano
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De una manera tan sencilla y directa como excitante y estimulante, la treintena de piezas y dispositivos de esta exposición no sólo permite recorrer ordenadamente la trayectoria de Carlos Cruz-Díez (1923-2019), figura esencial del arte óptico-cinético, sino que –y de esto proviene ... el componente estimulante– pone a prueba nuestra experiencia perceptiva y el sentido de la vista.
Este envite desemboca –de ahí vendría lo excitante– en una experiencia próxima a la revelación, ya que descubrimos el funcionamiento de nuestra percepción, que equivale a decir que nos descubrimos como inexcusables sujetos perceptivos, prestos a una experimentación ampliada y cambiante en el tiempo.
Más allá de la contemplación
Para ello, Cruz-Díez persigue que la obra nos obligue a exceder una mera condición contemplativa para convertirnos en espectadores activos, en continuo movimiento en torno a sus pinturas, con lo que se incorpora el espacio para nuestro desplazamiento y también el factor tiempo. El artista aspiró a la creación de dispositivos interactivos que obligaran a un proceso perceptivo en el que nuestra cambiante posición permitiese que se revelara una imagen oculta, latente en el tradicional soporte inmóvil que es el cuadro.
Así, nuestra actitud posibilita la transformación, ya que libera la ilusión de la animación de lo que permanece estático, en espera de una suerte de activación por medio de nuestra relación, de nuestro movimiento. La imagen, siempre geométrica, parece quebrarse en su naturaleza conclusa, exponiéndose a la contingencia, a lo mutable y a lo esquivo.
La exposición del Pompidou-Málaga arranca con algunos de sus iniciales trabajos en Venezuela que condensan preocupaciones que mantendría a lo largo de su carrera. Hemos de reseñar cómo Sudamérica se convierte en terreno fértil para el Arte Neoconcreto y sus derivaciones óptico-cinéticas gracias a la diáspora de europeos que se afincan en el continente. Cuando deja su país natal para establecerse en París en 1960, Cruz-Díez ya ha alumbrado algunos de los principios que guiarán series en proceso. Es el caso de 'Fisiocromías' y 'Color aditivo', formuladas en 1959.



Desde los cincuenta aborda los presupuestos teóricos de autores primordiales en torno al color, tanto históricos, como Goethte y Chevreul, quien fue determinante para los impresionistas casi un siglo antes, como recientes, tal es el caso de Albers, el cual parece resonar, como Malévich, en sus primeras 'Fisiocromías', que toman el cuadrado como forma elemental. No menos importante son sus estudios musicales de armonía y composición.
Entre 1959 y 1967, gracias a una intensísima investigación, Cruz-Diez suma otros principios que rigen la relación entre espectador y obra de arte, como 'Inducción cromática' (1963), 'Transcromía mecánica' (1965) y 'Cromointerferencia' (1967). Su preocupación por la persistencia retiniana, el movimiento y la fenomenología de la percepción, por cómo nuestro cuerpo y cambiante posición median en la experiencia y la comprensión de la obra, le llevan a desarrollar soluciones formales que erosionan los límites de las categorías y disciplinas.
Ocurre con obras expuestas, como las 'Duchas de inducción cromática' (1968); la 'Transcromía mecánica aleatoria' (1965) o la 'Cromointerferencia mecánica' (1967), piezas robotizadas que incorporan una condición cinética; o el 'Laberinto de transcromía B' (1969), dispositivo que se halla entre la pintura, la escultura y la instalación y que debemos recorrer para vivir una experiencia procesual, transformadora y reveladora.

Carlos Cruz-Díez
'El color en movimiento'. Centro Pompidou Málaga. Pasaje Doctor Carrillo Casaux, s/n Comisario: Michel Gauthier. Hasta el 29 de septiembre. Cuatro estrellas
Los férreos principios científicos que alientan la producción de Cruz-Díez no impiden que lo sorpresivo, lo lúdico y cierta felicidad nos acompañen. Quizá sean los estados que deban aflorar cuando descubrimos y nos descubrimos.
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