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Bananas digitales
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El arte digital cuestiona el valor de lo material frente a lo conceptual del mismo modo que una fruta pegada a la pared con cinta adhesiva
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¡Crash! Un cristal se rompe y una figura cae desde un rascacielos. El cómo y el por qué lo averiguaremos en páginas posteriores, pero sí sabremos que su nombre es el Comediante y que es él y no Rorschach el protagonista de la historia ... de 'Watchmen', una figura desafiante e incómoda –y también algo más que eso– que al mismo tiempo es la más lúcida y la que mejor identifica e interpreta el signo de los tiempos, en su caso, amargo y cruel.
Más allá de la cuarta pared sucede lo siguiente: una noticia recorre el mundo en 2019, un artista ha expuesto una obra consistente en una banana pegada a una pared blanca con cinta adhesiva durante Art Basel Miami, epicentro global del mercado del arte, y por si fuera poco, después ha aparecido un 'performer', la ha despegado y se la ha comido. La obra original se titula 'Comedian', y es una idea de Maurizio Cattelan.
La segunda, la intervención, 'Hungry Artist', del georgiano David Datuna (quien por cierto falleció en 2022 haciendo mucho menos ruido que con su icónica acción; tan poco, que casi nadie se ha enterado e incluso en su página en Wikipedia se menciona la escasa cobertura de su último acontecimiento).
La banana comediante, no obstante, como el personaje de Moore y Gibbons, es más un eco, una onda, que un cuerpo relativamente estático: su reverberación permanece rebotando contra paredes de galerías, hogares de coleccionistas, platós de canales de televisión, pantallas de smartphones, marcos de memes, juegos online y personas que conversan sobre qué es el arte y qué no lo es. La banana es un símbolo de lo que tenía que venir: lo importante no es tanto la fruta como aquello que certifica que la instalación es una obra de arte y tiene precio y propietarios.
A escala planetaria
Por supuesto, esta dinámica no es algo nuevo, pero sí iba a evolucionar definitivamente hasta convertirse en una explosión artístico-mercantil a escala planetaria con el auge del NFT como formato; y decimos 'auge' y no 'auge y caíd'a porque una cosa es lo que en nuestra euforia generadora de burbujas creemos que pasa, y otra, lo que pasa en realidad: el NFT existía antes de la locura colectiva, durante, y después, ahora mismo, tan útil y funcional en diferentes campos como lo era cuando la gran mayoría se entregó a sus siglas con devoción religiosa. Casi cualquier cosa es susceptible de convertirse en una burbuja si nos lo proponemos –o quienes pueden inducirnos a proponérselo–: desde los tulipanes a los avatares simiescos estilo 'cartoon'.

Lo interesante de todo esto, una lección que podemos obtener, es cómo la pérdida de importancia de lo material que conlleva el arte conceptual se coge de la mano con la naturaleza misma del arte digital, que pese a las idas y venidas de los mercados del arte, tradicionalmente conservadores –sobre todo en épocas turbulentas–, sigue su camino como expresión artística propia de un tiempo en el que habitamos gran parte del día espacios virtuales tejidos con unos y ceros.
La realidad física del arte digital que, por citar un ejemplo, se proyecta, es muy diferente a la de un cuadro o una escultura. Hechas a base de luz, de fotones que por definición recorren el espacio a tanta velocidad que no tienen nada que invertir en el eje del tiempo –los fotones, si pudiesen experimentar, no experimentarían el tiempo: para ellos la salida y la llegada ocurriría de forma simultánea–, estas piezas de arte inmateriales son, si se piensa, increíblemente fascinantes. Podríamos proyectarlas al espacio para que viajasen durante miles de años, o mucho más que eso, al estar libres del pesado lastre de lo material.
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La banana, claro está, sí tiene un aspecto material: ella misma y su caducidad fermentativa que obliga a reponerla cada semana, la cinta adhesiva y el espacio en que se instala. El arte digital también depende de soportes electrónicos donde se crea, almacena o visualiza. Pero hay un vínculo entre lo uno y lo otro que ha abierto las compuertas de la presa y ha hecho que la tendencia vuelva a fluir.
Tanto es así que la banana de Cattelan volvió el pasado mes de noviembre a las portadas de medios de todo el mundo tras haber sido vendida en Sotheby's New York por nada más y nada menos que 6,2 millones de dólares (las primeras tres se vendieron por precios que iban de los 120.000 a los 150.000 dólares) al empresario chino de criptomonedas Justin Sun, fundador de la plataforma TRON y excéntrico gurú que se mostraba feliz por haber adquirido una obra que en su opinión une arte, memes y criptodivisas, y que tan pronto promete apoyar a Greta Thunberg en su lucha para concienciar al mundo sobre la crisis climática con un millón de dólares, como se declara ferviente seguidor de Donald Trump o anuncia que regalará la banana de Cattelan a Elon Musk para apoyar a SpaceX. Y así la banana 'yira', 'yira', y una risa dramática se sigue oyendo a su paso.
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