Una tarde en el estudio de Lucian Freud
En el centenario de su nacimiento, visitamos el último refugio del artista británico en Londres, donde estuvo pintando hasta su muerte en 2011

Hay lugares míticos, casi sagrados, cuya visita produce una intensa emoción antes incluso de cruzar el umbral. Ansiedad, nervios, el corazón late más fuerte... Nos hallamos (como Stendhal tras visitar la Santa Croce de Florencia) ante la puerta de una preciosa casa en South Kensington ... , en un elegante barrio londinense, donde vivió y trabajó en sus últimos años Lucian Freud, uno de los grandes pintores del siglo XX, de quien se conmemora estos días el centenario de su nacimiento. Un reducido grupo de periodistas españoles acudimos a la capital británica, invitados por el Museo Thyssen, para seguir su rastro en esta ciudad a la que llegó de niño desde su Berlín natal y que ahora le rinde un más que merecido homenaje.
A las 16 horas del viernes tenemos cita en el estudio de Freud. Para los amantes del arte es una especie de Santo Grial. Se instaló en él en 1988. Fue el último que tuvo. Durante un tiempo lo compartió con otro, en el vecino y también exclusivo Holland Park. Nos reciben David Dawson, que fue asistente del artista durante los últimos 20 años de su vida y hoy dirige el Archivo Freud, y Catherine Lampert, gran experta en la obra del pintor y autora de su catálogo razonado. Dawson heredó la casa-estudio. En el vestíbulo nos escruta la incisiva mirada de Freud en uno de sus maravillosos autorretratos inacabados. Pasamos al comedor. Sobre la mesa, un tentempié, que apenas probamos. Nos impacientamos por subir al estudio.
La casa tiene tres plantas más un sótano y un coqueto jardín en la parte posterior. Hay pinturas y grabados de Freud por todos los rincones: un perro sobre la chimenea, retratos y desnudos junto a las escaleras... En la primera planta se halla el estudio, dividido en dos zonas, separadas por una puerta doble, y con un cuarto de baño anexo. Una zona para pintar de día, con un amplio balcón que proporciona mucha luz natural, y otra para hacerlo de noche, con dos balcones más pequeños y cuatro lámparas en el techo con bombillas de gran potencia. Las paredes están pintadas de un color ámbar, neutro, para que no refleje la luz. Al deambular por el estudio cruje el suelo, de grandes listones de madera, aún con restos de pintura y marcas que hacía para fijar las posiciones en sus retratos.
Un par de botas gastadas
Husmeamos a placer, como sabuesos, por todos los rincones. El tiempo se ha detenido. El estudio está atiborrado de cosas, aunque no llega al síndrome de Diógenes de Francis Bacon, su enemigo íntimo, en su taller. Varios caballetes, sillas bajas y altas, un par de sillones que piden a gritos jubilarse... Y una cama de hierro que hemos visto en muchos de sus retratos. Cuenta Dawson que algunos de estos muebles 'savi chic' los compraba Freud en anticuarios y tiendas de segunda mano. Junto a la cama, un par de botas gastadísimas, que parecen extrañar a su dueño. Ahí siguen, esperando que Lucian aparezca en cualquier momento y vuelva a calzarlas. En 1993, un septuagenario Freud se autorretrató de pie, desnudo, con esas botas, un pincel en una mano y la paleta en la otra, emulando al apóstol Bartolomé pintado por Miguel Ángel en 'El Juicio Final' de la Capilla Sixtina. Fue martirizado desollando su piel. Buonarroti lo pintó sosteniendo en una mano un puñal y en la otra su propia piel.
Hay cientos de brochas y tubos de pintura apilados por el estudio. Apenas un puñado de libros: catálogos y biografías de Freud, y uno sobre De Kooning. Buena parte de las paredes están repletas de brochazos de pintura con los que el artista limpiaba los pinceles. Semejan cuadros abstractos muy matéricos. En dos de ellos hay clavadas sendas tijeras. Quizás debido a la frustración de alguna obra que se le resistía. Ya Miró trató de asesinar la pintura.

Escritas en paredes y puertas, muchas anotaciones a modo de grafitis. Era su peculiar agenda. Hay anotados números de teléfono, nombres, un medicamento (Naproxen)... Tras una puerta, la nota de una de las 20 citas que tuvo con la Reina Isabel II para retratarla. Explica Dawson una anécdota. Puso H. R. H. en vez de H. M. Confundió Her Majesty (Su Majestad) con Her Royal Highness (Su Alteza Real). Al lado, una lista de colores que usaría para el retrato del brigadier Andrew Parker Bowles, primer marido de Camila, hoy Reina consorte.
Sobre el suelo, una montaña de trapos con restos de pintura. Solía emplearlos Freud a modo de mandil. Explica Dawson que los compraba en un viejo almacén de algodón para reciclar. También utilizaba restos de sábanas de hotel. Tras usarlos los tiraba al suelo. Le gustó cómo quedaban y aparecen a modo de escenografía en algunos de sus cuadros. «Lucian elegía con quién quería pasar el rato y a quién pintar. Solía haber unas cuatro sesiones de posado a la semana y trabajaba en tres o cuatro cuadros al mismo tiempo. Lo hacía muy minuciosamente, comenzaba por el centro de la cara y después lo iba ampliando», advierte Dawson. Por la mañana pintaba de 8 de la mañana hasta la hora de comer. Después descansaba y volvía de seis a doce de la noche.
Cultísimo y muy divertido, era un gran conversador. Con el barón Thyssen, al que retrató dos veces, hablaba de arte; con Isabel II, de caballos, una afición compartida. La retrató en el Palacio de St. James en 20 sesiones, lo normal es que fuera un centenar. De ahí que el cuadro sea muy pequeño, centrado en la cabeza de la Reina. Solo tuvo problemas con la modelo Jerry Hall. Cuenta David que Freud era un obseso de la puntualidad. Para él, el compromiso de posar era inquebrantable. La que fuera esposa de Mick Jagger solía faltar a las sesiones, lo que enfadó al pintor. Se vengó cambiando a la rubia modelo desnuda amamantando a su bebé por David Dawson haciendo lo propio. Algunas parte del desnudo son de Hall y otras (incluido el rostro) del asistente. «Es una especie de Frankenstein», recuerda riéndose el director del Archivo Freud. El pintor mandó el cuadro a la galería Acquavella con una indicación: «Verán que hay un pequeño cambio».
«Respiraba arte»
Solía pintar de pie: «Se movía mucho, era muy nervioso y se acercaba bastante a los modelos para apreciar hasta el último detalle de su cuerpo. Siempre estaba tenso, no se relajaba, pero lo daba todo», recuerda Dawson. A veces, dice, «posar para él era una tortura». Él lo hizo en ocho retratos. Su prioridad siempre fue pintar: «Vivía y respiraba arte. Su estudio era su mundo». ¿Qué hubiera dicho al saber que una de sus obras se ha vendido por 86,2 millones de dólares? «Habría sonreído». Murió rico. Evoca Dawson los años en que Freud apostaba a las carreras el dinero que tenía: «Cuando empezó a ganar mucho dinero dejó de apostar. Tenía demasiado dinero hasta para gastárselo».
Perfeccionista y consciente de su legado, destruía el trabajo del que no estaba satisfecho. Con sus autorretratos se sometía a una prueba: ver si podía dar lo mismo que exigía a sus modelos. «En cierta manera fue egoísta, pues no hacía concesiones», apunta Dawson. Catherine Lampert recuerda que nunca la retrató. ¿El motivo? Que ya lo había hecho Auerbach. Genio y figura, era un 'gentleman'. Casado dos veces y con fama de haber tenido cientos de amantes, revela Dawson que tenía mucho éxito con las mujeres: «Tuvo una vida maravillosa». En cuanto a la relación con sus catorce hijos reconocidos, advierte que «se encontraron muy tarde. Los conoció ya siendo mayor, pero tenía una buena relación con ellos. Les pagó colegios privados, les compró casas...».
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Dejó inacabado sobre el caballete en el estudio de día un retrato de Dawson con su perro. Las últimas pinceladas que dio poco antes de morir fue a la oreja del perro. Un conmovedor vídeo, accesible en YouTube, muestra cómo da esas últimas pinceladas. Oímos su voz poco antes de apagarse. Abandonamos el último refugio de Lucian Freud tiritando, de frío y de emoción. He olvidado el bolso y la bufanda. Vuelvo a por ellos. Su abuelo Sigmund, padre del psicoanálisis, habría diagnosticado el olvido como un inconsciente deseo de volver a ese mágico lugar. Una vez más.
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