Picasso caníbal: arte clásico, sexo, toros y religión
El Museo Thyssen se suma al 50 aniversario de su muerte con una exposición que aborda su mirada a los viejos maestros, su laberinto personal y su fascinación por lo sagrado
Picasso, el gran 'influencer' del arte contemporáneo

El atracón picassiano en el 50 aniversario de la muerte del artista corre el riesgo de producir empacho. A estas alturas del Año Picasso se acumulan las convocatorias por doquier. Es un no parar. Tan solo en unos días han inaugurado exposiciones cuatro ... museos: el Picasso de París ('Sophie Calle. Depende de ti, preciosa'), el Guggenheim Bilbao ('Picasso escultor'), el Picasso Málaga ('El eco de Picasso') y el Thyssen ('Picasso, lo sagrado y lo profano'). Y aún faltan dos de las citas más esperadas: el cara a cara entre Picasso y Miró, este mes en Barcelona y 'Picasso, 1906. La gran transformación' en noviembre en el Reina Sofía. Un día después de que el artista se midiera (y saliera victorioso) en Málaga con el arte contemporáneo (si el original es bueno, quién quiere copias), hace lo propio con el arte clásico en Madrid.
El Museo Thyssen, que ya acogió el año pasado un reencuentro entre Picasso y Coco Chanel, se suma a la efeméride con una pequeña exposición -se centra en lo esencial-, comisariada por Paloma Alarcó, jefe de Conservación de Pintura Moderna de la pinacoteca. Hasta el 14 de enero de 2024, 'Picasso, lo sagrado y lo profano' reúne 40 obras (22 de Picasso), que cuelgan en tres salas de la primera planta del museo (de la 53 a la 55). Aunque el barón llegó a atesorar hasta 13 Picassos, el museo cuenta hoy en su colección con ocho (de 1904 a 1934), a los que se suman en la muestra destacados préstamos.
La comisaria la ha dividido en tres secciones (arte, vida e historia). La primera, 'Iconofagia', evoca el canibalismo de Picasso, «capaz de devorar a otros artistas; absorbe y regurgita a los clásicos», en palabras de Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen. El malagueño mira al Greco (este cara a cara también ha sido objeto de un proyecto de Carmen Giménez en el Kunstmuseum de Basilea y en el Prado en Madrid) y a Velázquez, pero también a tenebristas como Zurbarán y Ribera. Aunque estas miradas sean menos evidentes, a Paloma Alarcó le resultó en especial «sorprendente y emocionante» la de Ribera. «Picasso fue un asiduo visitante de museos, le fascinaban. Le gustaba ir al Prado, al Louvre... Era un gran coleccionista y devorador de imágenes», apunta Alarcó.

La comisaria dice que Picasso «fue el gran artífice que diluyó las fronteras entre tradición y modernidad, entre lo sagrado y lo profano. Se le puede declinar de infinidad de maneras. Y, pese a las múltiples capas interpretativas, sigue siendo un misterio. Todavía dará mucho que hablar». Presenta 'emparejamientos no predecibles' (Solana dixit). Así, en la primera sala un 'Retrato de doña Mariana de Austria', de Velázquez, cuelga junto a 'Cabeza de hombre', de Picasso; 'Santa Casilda', de Zurbarán, junto a 'Mujer en un sillón', de Picasso; 'San Jerónimo penitente', de Ribera, junto a 'Mujer sentada en un sillón rojo', de Picasso. Extrañas, pero bien avenidas parejas. Naturalezas muertas picassianas se miden con bodegones de Van der Hamen.
En una segunda sala, la muestra aborda el arte de Picasso como un diario íntimo. Es su laberinto personal. Cuenta su vida en sus creaciones, utiliza la iconografía para plasmar su biografía, sus amores y sus odios, sus pasiones... La felicidad de su matrimonio con Olga Khokhlova y su hijo Paulo queda plasmado en maternidades que se miden con sendas Sagradas Familias de Murillo y de Rubens. Cuando Marie-Thérèse Walter entra en su vida, también lo hacen los mitos clásicos. Entra en escena el minotauro como su alter ego. «Es un Picasso más erótico, sexual y violento», advierte la comisaria. Estampas de la 'Suite Vollard' cuelgan junto a un 'Capricho' de Goya y lienzos de Delacroix y Moreau, dos artistas franceses que estaban presentes en su museo imaginario. Otra extraña pareja es la formada por el 'Arlequín con espejo', de Picasso, y el 'Retrato de un joven como San Sebastián', de Bronzino. Curiosamente, este cuadro entró en la colección del barón Thyssen a cambio de un Picasso.

La exposición se cierra con una sección que le da título. Son los años 30: los totalitarismos, las guerras... El Picasso chamán siempre sintió una fascinación por lo sagrado y recupera la tradición y la iconografía católicas. Las creencias y supersticiones estaban muy presentes en su Andalucía natal. En una pantalla vemos una película de los hermanos Lumière, 'Procesión en Sevilla III', de 1898-1899. Rodaron el Paso del Cristo de las Penas por el barrio de Triana. Su madre llevaba al pequeño Pablo a ver procesiones por las calles de Málaga y con los años atesoró en su colección tallas de Vírgenes y Crucificados. En una vitrina, una joya: el 'Ecce Homo' de Pedro de Mena, cedido por el Museo Nacional de Escultura de Valladolid. La Pasión de Cristo, su Crucifixión, se mezclan en el trabajo de Picasso con las corridas de toros. De todo ello, dice la comisaria, surge el 'Guernica', que concibe como «un gran paso de Semana Santa».

Pasión, muerte, violencia... Estampas de 'Los desastres de la guerra', de Goya, se exhiben junto a dos obras relacionadas con el 'Guernica', préstamos del Reina Sofía, protagonizadas por una madre con su hijo muerto. Una 'corrida de toros' picassiana y varias Crucifixiones: del Maestro de la Virgo inter Virgines, de anónimo valenciano y del propio Picasso, de la colección de su museo en París. «Picasso nunca la vendió. Es una obra extrañísima, blasfema, misteriosa...», comenta Paloma Alarcó. También muy curioso, aunque no está presente en la exposición, un cuaderno de dibujos de 1959, centrado en un exvoto sobre la leyenda del Cristo de Torrijos, que salvó de la muerte a un torero (publicado en el Cossío). Picasso metamorfosea a Cristo crucificado en un torero, que descuelga su mano derecha para dar un pase con el sudario, transformado en muleta para salvar a un picador caído en la arena. Es la época en la que Picasso conoce a Luis Miguel Dominguín a través de Jean Cocteau.
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