Bienal de Venecia: el carnaval de la postcolonialidad
El pabellón español ha sido vorazmente exitoso en la Biennale de este año. Todas las conversaciones pasan por ahí
El cierre del Pabellón de Israel torpedea la 60 Bienal de Venecia
![La artista peruana Sandra Gamarra, que representa a España en la 60 Bienal de Venecia](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/04/18/venecia-kH9F-U602105520056H5C-1200x840@diario_abc.jpg)
El pabellón español ha sido vorazmente exitoso en la Bienal de Venecia de este año. Todas las conversaciones pasan por ahí. Por una parte, la 'Pinacoteca migrante' de Sandra Gamarra Heshiki, curada por Agustín Pérez Rubio, concentra descaradamente los valores que generan incomodidad e irritación, ... pero también traslados interiores y conversaciones constructivas, en el arte contemporáneo. Por la otra, la posición del pabellón mismo permite que imponga el tono para los visitantes de toda la 'Biennale'. Si la feria fuera el libro en dos tomos del arte contemporáneo –el del 'Giardino' y el del 'Arsenale'–, el pabellón español ocuparía el lugar de la capitular del primer volumen. Es el primero a la izquierda cruzando la entrada principal; el sitio donde se empieza a leer. Esa capitularidad no garantiza relevancia, pero dado que la curaduría del pabellón abraza fervorosamente los temas de la migración y la supresión de voces en el mundo de los Estados Nacionales, la obra de Sandra Gamarra Heshiki terminó imponiéndose como punto de inicio de la feria y sus conversaciones.
Esa victoria estratégica está respaldada por una solidez tal vez idiosincrática. La curaduría se plantea como enciclopédica y los es sin fisuras. El pabellón integra una pequeña pinacoteca en la que cada sala es una entrada que informa sobre las investigaciones de la artista en un saldo negativo de las políticas imperiales hispanas. La obra se plantea como académica y también lo es: las pinturas e instalaciones comentan la memoria visual del imperio con rigor, inteligencia y bibliografía. Y hay que decirlo también, con esos valores que nos siguen importando, aunque ya no hablemos de ellos: belleza plástica y destreza técnica, aún si el ánimo didáctico de unas cuantas piezas se siente como un exceso barroco –pero eso también viene en el paquete de la pinacoteca–.
Esa imposición de tono es exitosa en el discurso general de la 'Biennale' porque el instinto, la meditación curatorial y el punto de emisión desde el que trabaja Adriano Pedrosa, el comisario general de la muestra, implica la ampliación de las voces del sur global y, también, esos sures imaginarios que tienen los países del norte cuando suprimen disidencias por razones de género, prácticas religiosas, color de piel, tradiciones heredadas, etcétera. Pero no es que la 'Biennale' del 24 sea un hervidero de revolucionarios, que ya no se entienda nada por culpa de Tiktok, que alguien vaya a venir a rompernos los tizianos. Si la bienal es algo es elegante, ordenada y académica. Avanza por temas que se agrupan en volúmenes respaldados por investigaciones históricas. De ahí el chiste según el cual tiene «más muertos que vivos». Es cierto, pero también lo es que al fin de cada tarjeta de identificación de una obra se señala si el trabajo del artista –vivo o muerto-- había sido expuesto en una bienal anterior y, hasta ahora no he topado con uno que repita.
Hay, por supuesto, ruido. Mucho ruido. Vivimos en la edad del ruido y a veces es necesario o divertido, pero en otras ocasiones confunde. La 'Biennale' sucede en el mundo y todos tenemos la sensación paulina –tal vez simplemente humana– de que la historia se nos muere pasado mañana y no para que vuelva el Mesías o para que llegue el socialismo, sino para regresarnos a un estado de desesperación perpetua porque sube o se acaba el agua, porque se secan las selvas, porque no para el aguacero de misiles en guerras que no podemos entender más que como operaciones de bienes raíces en las que los grandes abusan de los chicos. Y el arte también se hace con rabia, mal humor, impaciencia.
Crear es establecer relaciones, generar sinécdoques, y es normal y saludable que en su discurso la angustia de unas sea el dolor de otros; que el reclamo político de una artista plumaria tupinambá se revuelva con el de una creadora de textiles palestina o un performista sudanés replicando un rito femenino. Y no es que el arte ahora sea político y antes no lo fuera: antes de rasgarnos las vestiduras con la cursilada del arte por el arte, hay que recordar que América fue invadida, también, gracias a imágenes de la virgen y el niño.
Pero hay ruido. Un amigo, curador exitosísimo en Nueva York nacido en un país del sur global, me decía ayer, rascándose la cabeza: «Es como el carnaval de la postcolonialidad». Y también lo es, aún si el discurso curatorial de la muestra es impecable, a ratos hasta aburridamente riguroso. Tal vez lo carnavalesco que también tiene esta feria venga de ese mismo lugar: para que se siga renovando la pinacoteca alguien tiene que descolgar la anterior, alguien tiene que poner el desmadre para que tengamos con qué gozar.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete