La Bienal es un rumor
La apertura para donadores, coleccionistas, directores y deidades de la moda era hasta hoy martes, así que la parvada internacional del 'art people' se distribuyó por las exhibiciones que anuncian, sin serlo todavía, la copa mundial de las vanguardias
El pabellón israelí de la Bienal de Venecia solo abrirá si hay un alto en fuego en Gaza

Llegué a Venecia durante los últimos días del montaje de La Biennale, que este año se alza bajo el lema 'Extranjeros en todos lados'. El nombre reacciona a la inclemencia del clima antiinmigrante de Europa, apuntando a la naturaleza nómada de las comunidades creativas, ... sin las que la cultura sería una suma de métodos de extracción.
Argumentablemente la más ciudad más bella del mundo, Venecia vive recubierta por el cebo del turismo, que no deja verla, así que no es difícil quitarle la mayúscula al lema y leerlo, también, como un chiste local: «extranjeros por todos lados.»
El único modo de ver venecianos en Venecia es ir a un partido de i lagunari, cuyo estadio funciona como metáfora. Está en la isola Sant'Elena, la punta de la aleta trasera del pescado: el final del final. Y es que la suculencia de la ciudad obliga al tropo y la tautología. Una economista francesa de intercambio en la Università Ca'Foscari me lo dijo a su modo oteando la nostalgia que va a sentir cuando esté de vuelta en París el año entrante: «Vivir en Venecia me produce envidia de mí misma.»
Llegó la mañana del lunes y todos a trabajar. La apertura para donadores, coleccionistas, directores y deidades de la moda era hasta hoy martes, así que la parvada internacional del art people se distribuyó por las exhibiciones que anuncian, sin serlo todavía, la copa mundial de las vanguardias.
Quedé sumado a una nube de curadoras y directores de instituciones latinoamericanas –una tormenta de lino—, que saltaban firmes del vaporetto a los puentes exaltados por el hecho de que Adriano Pedrosa, brasileño, es el primer vástago de la región que cura la muestra. El perfil generosísimo que le hizo el 'New York Times' ya se había transformado, para las once de la mañana, en un rumor amenazante. Lo retratan favorablemente, murmuraba la tormenta de lino, pero le dieron una estocada lapidaria: «La primera Bienal en años recientes que tiene más artistas muertos que vivos».
Vimos el ensamble de Julie Mehretu en el Palazzo Grassi. Una exhibición tan grande para una artista tan joven que me hizo pensar en Borges declarando que los libros de historia de la literatura argentina suelen tener más páginas que la literatura argentina. Mehretu tiene lo que se necesita para haber sido consagrada temprano en su carrera. El período de los grandes lienzos con planos arquitectónicos rayados por trazos abstractos, familiar para los hispanoamericanos por su conversación con Roberto Matta, es realmente formidable. Lo mejor de la muestra, sin embargo, está en el contrapunto de la abstracción de la artista con las piezas de resistencia de David Hammonds, las esculturas de Huma Bhabha –tan orgánicas que parece que se van a descomponer para el fin de la exhibición-, o las tallas en madera despiadadamente inteligentes de Paul Pfeiffer, que trajo entre otras esculturas unas piernas del cristo crucificado tatuadas con rosas que se llaman «Las piernas de Justin Bieber».
Cuando salimos del Palazzo Grassi, nos alcanzaron otros ecos del montaje, que se habían escapado del cerco informativo que protegía a la Bienal hasta las 11 de la mañana de hoy: nadie había visto el Arsenal, pero la exhibición del Pabellón Central, se dijo, es elegante y lineal, tal vez demasiado higiénica; un nuevo doblez del clasicismo latinoamericano. Nosotros nos descolgamos, en un contingente más chico, hacia su opuesto: la exhibición temporal en el museo de la Colección Peggy Guggenheim, que rescata la figura, desaseada y excesiva, de Jean Cocteau como artista multidimensional.
El rumor que no corrió, que nadie esperaba y que tal vez explicaría que el cerco informativo haya sido tan feroz, era que el pabellón de Israel no iba a abrir porque la artista Ruth Patir demanda, para abrirlo, el cese al fuego y la entrega de los rehenes.
Después del almuerzo mi mujer y yo nos fuimos solos a la Punta della Dogana para ver la exhibición que, por mucho, se había llevado las palmas del rumor durante la mañana –se discutía hasta el traje que el artista llevó a la inauguración. Liminal, con las piezas de Pierre Huyghe propiedad de la Colección Pinault. Es deslumbrante: piedras flotantes, acuarios con cangrejos ermitaños que habitan caracolas que son obras de arte, videos postapocalípticos de cuerpos humanos en la penumbra temblando de frío o de un mono entrenado con una máscara humana que termina siendo el último habitante del japón; la humanidad triste del animal es cuando menos desasosegante. Un robot que desentierra unos restos humanos en el baldío.
El domingo, a la vuelta del partido del Venezia FC, la tribu de los últimos venecianos se mezcló, mientras avanzaba por el malecón en que desembocan los Jardines de la Bienal, con la parvada internacional del art people, que salía de los pabellones después de retocar las muestras que abrieron hoy martes. Los laguneri iban con sus camisetas y bufandas verde, naranja y negro; la art people con su ajuar de velorio, sus lentes de pasta y su calzado jocoso –la ironía como medio de transporte. El mundo yéndose al carajo, y nosotros ahí.
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