¿Por qué pueden volar las aves y nosotros no?
ciencia cotidiana
Huesos huecos, ausencia de dientes y vejiga, presencia de sacos aéreos y una musculatura potente son algunos de sus muchos secretos
¿Por qué mantenemos el equilibrio en una bicicleta?
![Una bandada de cacatúas](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/ciencia/2023/11/13/265010-kzwE--yg-RrlZZ5VdbovmggbKvXh6kLI-1200x840@abc.jpg)
La mayoría de nosotros ha soñado alguna vez con poder volar, un regalo con el que la naturaleza ha premiado a las aves. Estos animales surcan los cielos dejándose llevar por corrientes cálidas, lanzándose en picado sobre sus despistadas víctimas o planeando cerca de la superficie del agua. Pero, realmente, ¿cómo lo hacen? ¿Cuál es su secreto?
La respuesta fácil e inmediata es «porque tienen alas y plumas», pero esto no es del todo exacto; estos vertebrados han llevado hasta el extremo de la eficiencia numerosas adaptaciones anatómicas que parecen ignorar las leyes de la gravedad.
Sin vejiga y con huesos huecos
De entrada, las aves no tienen dientes como nosotros, ya que, además de ser densos y pesados, precisan de fuertes mandíbulas que les sirvan de anclaje y de una musculatura que garantice su movimiento.
Al carecer de dientes estos animales están obligados a tragarse la comida entera y tener que recurrir a la molleja, una parte muscular localizada en el estómago, para triturar y digerir la comida.
Han ahuecado sus huesos, con cavidades y orificios en su interior, para disminuir su peso y disfrutar de una mayor ligereza, eso sí, a costa de una mayor fragilidad. Este sistema de neumatización recuerda bastante a la estructura de las columnas de las gigantescas catedrales góticas, altas e imponentes, pero huecas por dentro.
Las aves, a excepción de los avestruces, carecen de vejiga, un órgano que añadiría un elevado peso corporal y que generaría una enorme resistencia al movimiento del aire. Sus riñones producen una orina semisólida que desemboca, a través de los uréteres, en una cámara cloacal, en donde se junta con los desechos procedentes del aparato digestivo.
Un sistema respiratorio muy eficiente
La acción de volar lleva implícita un elevado coste energético, puesto que la musculatura demanda energía y oxígeno que garantice que esta actividad se pueda mantener en el tiempo. Esto requiere de un sistema respiratorio enormemente eficiente.
Para conseguirlo, los pulmones de las aves mantienen un flujo continuo de aire, a diferencia de lo que sucede en los humanos en donde la concentración de oxígeno descienda entre respiración y respiración. Y es que el aire que inspiran las aves no va a parar directamente a los pulmones, sino que se almacena en unos sacos aéreos, desde donde se transmite oxígeno de forma continua a aquellos.
En cuanto a la musculatura, disponen de dos potentes músculos: el pectoral mayor y el pectoral menor o supracoracoideo, ambos situados en la posición ventral del animal, lo cual ayuda al control de la gravedad.
El músculo pectoral mayor, en ocasiones, representa más del 20% del peso de las aves y es el responsable del aleteo durante el vuelo. Por su parte, el músculo supracoracoideo está unido a la quilla del esternón y se conecta al extremo superior del húmero mediante una polea, un mecanismo único entre los vertebrados y que le permite que puedan levantar sus alas.
Las alas, un regalo de la naturaleza
Ahora bien, sin las alas no habría vuelo. Su forma les posibilita la maniobra de despegue y el planeo constante. Como es sabido, se encuentran recubiertas por plumas, las cuales les permite controlar las corrientes de aire.
Las aves disponen de dos tipos básicos de plumas: de vuelo y el plumón. Las primeras son largas, rígidas e impermeables; mientras que las segundas son cortas y esponjosas, capaces de atrapar el aire y dispensar al animal del aislamiento térmico que necesita.
A todo esto, hay que añadir que el esqueleto del ave hace las veces de un verdadero fuselaje, para ello las vértebras dorsales están soldadas entre sí, al igual que las vértebras sacras y la pelvis. Para cerrar la cuadratura del círculo la naturaleza les ha dotado de una cola, que hace las veces de timón, permitiéndoles cambiar de dirección a su antojo.
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En fin, que el sueño de Ícaro jamás podrá hacerse realidad, sencillamente porque no disponemos de la tecnología anatómica necesaria para volar.
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