Esferas interestelares en el fondo del mar, ¿quién se cree a Avi Loeb?
El astrofísico de Harvard, el mismo que dice que ya hemos visto una nave alienígena, concluye ahora que unos objetos rescatados del Pacífico llegaron de más allá del sistema solar e incluso sugiere un posible origen artificial. Sus colegas son escépticos: «Es insostenible»
Proponen la existencia de un mundo como la Tierra, oculto en el sistema solar exterior (y no es el Planeta Nueve)
Avi Loeb confirma que el objeto Im1, que cayó en el Pacífico en 2014, vino de otras estrellas

Avi Loeb es un investigador de prestigio indiscutible. Estuvo al frente del Departamento de Astronomía de la Universidad de Harvard durante casi una década, ha escrito cientos de artículos científicos sobre agujeros negros, materia oscura y el destino del universo, y actualmente es director ... del Instituto de Teoría y Computación del Centro de Astrofísica Harvard & Smithsonian. Pero en los últimos años parece obsesionado con un objetivo tan extraordinario que roza la fantasía: encontrar rastros de una inteligencia extraterrestre, para lo que dirige un proyecto privado llamado Galileo. De hecho, cree que ya lo hemos conseguido.
Desde la detección en 2017 de la roca Oumuamua, el primer objeto interestelar de paso por nuestro sistema solar, Loeb ha defendido la posibilidad de que se trate de un fragmento de una antigua nave alienígena. Su última obsesión la ha encontrado en el Pacífico: unas diminutas esférulas metálicas que, según él, fueron producidas por un objeto que cruzó la atmósfera y se precipitó en 2014 sobre el océano, en las costas de Papúa Nueva Guinea. El astrofísico israelí-estadounidense y su equipo rescataron y examinaron 57 de casi 700 de las esférulas. Los resultados de esos primeros análisis se hicieron públicos hace unos días, aún sin contrastar por otros investigadores.
Loeb concluye que cinco de estos extraños objetos de tamaño submilimétrico contienen una proporción de elementos (una aleación de uranio, níquel y lantano) desconocida en el sistema solar, por lo que deben provenir de los alrededores de otra estrella. Esto les llevaría a arrebatarle el título a Oumuamua y a convertirse además en los primeros meteoritos interestelares descubiertos. Además, el astrofísico, con el giro de guion acostumbrado, deja la puerta abierta a que las esférulas tengan una naturaleza artificial, producto de otra civilización avanzada. Afirmaciones arriesgadas consideradas por algunos de sus colegas «científicamente insostenibles».
Así lo cree el astrofísico Josep Mª Trigo, del Instituto de Ciencias del Espacio (CSIC-IEEC) y especialista en meteoritos y cuerpos menores. No tiene ninguna confianza en los resultados de Loeb. Para empezar porque se trata de un borrador que todavía no ha sido revisado por pares, el método habitual que sigue cualquier investigación científica seria. En cuanto al contenido del estudio, hay dos puntos que le parecen muy discutibles: la velocidad de entrada de los objetos y su composición.
«No hay pruebas»
Loeb se interesó por las microesférulas al conocer que el Comando Espacial del Departamento de Defensa de EE.UU. proporciona datos de los bólidos captados por sus satélites secretos de vigilancia para la confección del catálogo de bolas de fuego de CNEOS (Center for Near Earth Objects Studies). Uno de los eventos, ocurrido al norte de la isla Manus en Papúa Nueva Guinea el 8 de enero de 2014 y conocido como IM1, llamó su atención al haberse producido a una velocidad de 45 kilómetros por segundo, más rápido que cualquier objeto que orbita alrededor del Sol. En 2022, el Comando Espacial informó en una carta a la NASA de que había un 99,999% de probabilidades de que el meteoro proviniera de más allá del Sistema Solar. La altura y la forma en la que explotó también parecían indicar una composición exótica, con una consistencia aparentemente mucho mayor que la típica de los meteoritos que alcanzan la Tierra. Por estos motivos, Loeb organizó una expedición científica el pasado junio para ir a buscar los restos al Pacífico con ayuda privada. Viaje que, por cierto, cuenta con todo detalle en un nuevo libro, 'Interstellar', que acaba de publicarse en Estados Unidos.
El equipo de Trigo ha estudiado el evento MI1 y ha encontrado un sesgo importante en los datos del bólido, que han sido cuestionados también por otros investigadores. «Nadie ha podido comprobar las mediciones del Departamento de Defensa, que no desea compartirlas puesto que darían pistas sobre la ubicación de sus satélites espías. Por tanto, el origen del cuerpo interestelar queda en entredicho ante la ausencia de datos concluyentes. Ningún experto ha podido verificar de manera independiente la velocidad del bólido, por lo que la consistencia obtenida es muy especulativa, dado que depende de esa velocidad», señala el astrofísico del CSIC. Además, Loeb «no puede probar que esas esférulas tuviesen su origen en ese evento meteórico ocurrido casi una década antes». A juicio de Trigo, la extraña composición de los objetos tampoco queda clara: «Hay millones de partículas producidas por procesos industriales como, por ejemplo, de los materiales que reentran desde satélites artificiales. Nosotros mismos identificamos óxidos ricos en lantano producto de la ablación de esos ingenios espaciales durante la fase de reentrada«, expone.

De similar opinión es José María Madiedo, director del proyecto SMART del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC), dedicado al estudio de las propiedades de los meteoros que impactan contra la atmósfera terrestre. «La hipótesis de Loeb es, y él lo sabe, muy atractiva y no deja a nadie indiferente. Pero se basa en algo fundamental que no ha podido ser comprobado científicamente y ante lo que parece que hay que hacer un acto de fe: la velocidad del objeto. Se insiste una y otra vez que esa velocidad la ha comunicado el Departamento de Defensa y se supone que eso le otorga una infalibilidad casi papal. Pero no se indica el procedimiento seguido para determinarla ni los datos de partida utilizados», explica. En un comunicado previo se afirmaba que no se desvelaba el método por razones de seguridad nacional, «así que Loeb pretende que la comunidad científica crea en la infalibilidad de un método que no se revela».
Madiedo recuerda que cada año llegan a la Tierra entre 40.000 y 80.000 toneladas de materiales, la mayoría en forma de meteoroides que se destruyen en la atmósfera. Y esas desintegraciones generan pequeñas esférulas como las que ha rescatado Loeb. «Su pequeño tamaño y masa hacen que puedan sedimentar a grandes distancias de donde se generan, arrastradas por el viento o el agua. Y, además, son muchos los eventos al año generándolas. Por tanto, es una temeridad asociarlas a un bólido o meteoro determinado. De hecho, son tan comunes que la búsqueda de esos micrometeoritos es una actividad típica que se organiza a distintos niveles, que abarcan desde despertar el interés científico en niños o incluso para realizar estudios científicos de mayor calado», recuerda. «No es que no pueda haber meteoros interestelares, claro que los hay. Otra cosa es ser capaz de determinar que uno concreto lo es», subraya.

Por otro lado, Loeb afirma en su artículo que ha propuesto un nuevo campo de estudio, el del análisis de meteoros interestelares, pero «no es en absoluto nuevo. Hay investigadores que llevan décadas dedicándose a esto», indica Madiedo. Entre ellos, la astrofísica Maria Hajdukova (investigadora del Instituto Astronómico de la Academia Eslovaca de Ciencias y quien también mostró en su día sus dudas sobre los datos con los que ha trabajo Loeb. Ninguno de estos investigadores ha podido establecer aún el origen interestelar de ningún meteoro «porque, volvemos al principio, los métodos existentes para determinar su velocidad no permiten obtenerla con un margen de error lo suficientemente bajo como para afirmar que, sin género de dudas, alguno de los meteoros analizados hasta ahora son de tipo interestelar».
Origen tecnológico
Después, está la breve sugerencia, aún más atrevida, al final del estudio de que los objetos podrían tener una naturaleza tecnológica. Para Miguel Mas Hesse, del Centro de Astrobiología (CAB-INTA-CSIC), ese es el principal problema con Loeb. «Ya sabemos que hay asteroides provenientes de más allá del sistema solar (Oumuamua). Aunque la probabilidad de que choquen contra la Tierra es pequeña, puede ocurrir. Pero la deducción de que los materiales sean de origen artificial es más especulativa. Con todo, en este caso Loeb no ha ido tan lejos como con Oumuamua, solo sugiere en unas líneas esa posibilidad«, señala.
José Luis Gómez, del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC), forma parte del Consejo Científico del EHT (Event Horizon Telescope), el gran telescopio virtual del tamaño de la Tierra que permitió obtener la primera imagen de Sagitario A*, el gran agujero negro del centro de nuestra galaxia. Conoce personalmente a Avi Loeb por sus visitas a Harvard. «Es brillante, excepcional, con una trayectoria espectacular. Pero en los últimos años, desde Oumuamua, su forma de trabajar no sigue el esquema científico habitual», dice sobre el astrofísico. «Hallar un artefacto de una inteligencia extraterrestre sería uno de los hallazgos más importantes de la humanidad -explica Gómez-. Loeb está fascinado por ello, y creo que la motivación es válida, pero como decía Carl Sagan: 'afirmaciones extraordinarias requieren evidencias extraordinarias'».
Un visionario
Loeb aseguraba recientemente en una entrevista a este periódico que es el momento de pensar diferente. «Los expertos en rocas espaciales insisten en que todo lo que hay en el cielo debe ser piedra. Yo llamo a eso 'la edad de piedra de la ciencia'. La única forma de obtener nuevos conocimientos científicos es tener una mente abierta«, argumentaba.
MÁS INFORMACIÓN
Pero muchos investigadores creen que el veterano investigador solo pretende llamar la atención o pasar a la Historia como un visionario. Y esta actitud puede acarrear consecuencias negativas en su trabajo. «La gente está harta de escuchar las estrambóticas afirmaciones de Avi Loeb», señalaba Steve Desch, astrofísico de la Universidad Estatal de Arizona, en un artículo publicado en 'The New York Times'. «Contamina la ciencia real, pues combina la verdadera ciencia que desarrollamos con este sensacionalismo ridículo y domina la conversación». El hartazgo es tan grande que algunos de sus colegas se niegan a participar en la evaluación por pares del trabajo de Loeb. Lo que para el de Harvard es, en sus propias palabras, una «maravillosa noticia», para Desch es definitivamente «un colapso del método científico».
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete