Cómo gestionar el fracaso: «Separa tu valor personal del resultado final»
Javier Iriondo, experto en desarrollo personal y liderazgo, aporta en su obra 'Este es tu momento' las herramientas necesarias para gestionar las emociones ante los retos y dificultades de la vida
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![Javier Iriondo, autor de 'Este es tu momento'](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/bienestar/2023/11/21/javier-iriondo-RkafabTvLE76EG6kZInHVyK-1200x840@abc.jpg)
Un negocio que se va a pique, una ruptura sentimental dolorosa, la pérdida inesperada de un ser querido, un despido laboral, la traición de un amigo del alma... ¿Y si un día la vida te pusiese delante lo más crudo, lo más triste, lo más ... duro y no pudieras hacer nada para cambiarlo? ¿Y si todo aquello por lo que peleaste durante años se fuera al traste y tuvieras que volver a empezar? ¿Y si llegases a un punto en el que no vieras salida y eso te llevase a pensar en lo peor, en lo más rápido o en lo más definitivo: acabar con todo? En una tesitura similar nos sitúa el experto en desarrollo personal y liderazgo, Javier Iriondo, a través de la historia de Paula y Martín, los personajes de su obra 'Este es tu momento' (Zenith / Planeta). A lo largo de sus páginas el autor plantea un recorrido por algunas de las estrategias que ayudan a retomar el control de la mente y de las emociones para gestionar el fracaso y superar una crisis a través del autoconocimiento.
Descubrimos con él algunas de las claves de su última obra.
En el prólogo de su libro se anuncia que en él vamos a encontrar las herramientas para sacar al cobarde que vive en nuestro interior, al okupa que paraliza nuestros proyectos y al déspota que nos fustiga cuando más heridos estamos...
Sí, tenemos un poco de todo eso dentro de nosotros, pues somos muchas personas al mismo tiempo. A veces esos miedos, las dudas y la incertidumbre nos paralizan, nos retienen y nos roban media vida. Son verdaderos ladrones de energía. Pero la clave es que al final resulta que nos convertimos en prisioneros de aquello a lo que no nos enfrentamos. Así, nos convertimos en prisioneros de las decisiones que no tomamos y de los pasos que no damos. La vida tiene que ver con enfrentarte a lo que temes. Y precisamente eso que tememos más es normalmente lo que más necesitamos hacer.
¿Por qué?
Porque es entonces cuando nos liberamos y cuando empezamos a darnos cuenta de que somos más capaces de lo que pensamos. Pero, claro, hasta que una persona no se da la oportunidad de intentarlo, es más difícil que lo vea. A veces es la vida la que te empuja porque no hay más remedio, porque no hay otra opción. Otras veces recibes ese impulso por una ilusión o por un sueño. Pero al final tiene que darse ese momento en el que se toma una decisión, se queman los puentes y dices: «Voy, quiero ver de qué estoy hecho». De alguna manera necesitas toda la valentía de la que seas capaz y has de poner cara de valiente para asustar a tus miedos.
«El ser humano ha conquistado de todo, pero no se ha conquistado a sí mismo. Nos convertimos en prisioneros de nuestra propia mente»
Javier Iriondo
Nos preparan para tener buena apariencia, tener éxito, triunfar, ser positivos, pero nadie nos prepara para digerir el fracaso...
Es algo que no se enseña nunca, ni en la infancia, ni cuando uno es adulto. Estamos expuestos a la tiranía de la positividad en la que la conversación gira en torno a las distintas formas de obtener éxito. Se ensalza la fama y la individualidad y se habla de cómo ser positivo. Y tal vez todas esas cosas puedan ser interesante, sí, e incluso buenas, pero nadie te enseña a responder y reaccionar ante el fracaso, si nadie te enseña a saber qué hacer cuando todo se derrumba.
¿Y cuáles son las consecuencias?
El problema no es lo que suceda a una persona ni tampoco es lo que se pierda, el problema es lo que sucede dentro de esa persona cuando pasa algo que hace que todo se derrumbe como un castillo de naipes. Pensar que la vida será de color de rosa y que nunca habrá problemas nos hace ser tan frágiles como un jarrón de cristal y limita nuestra capacidad para enfrentarnos al destino cuando éste nos pone a prueba.
Todos podemos pasar por una separación, un fracaso, una crisis, una enfermedad, una pérdida... Y es ahí cuando aprendemos que, para poder cambiar, tengo que aceptar. Y que conviene cambiar la culpa por la responsabilidad.
Si te sigues culpando te conviertes en una víctima de esos momentos.
¿Estamos demasiado influenciados por lo que percibimos de las circunstancias externas?
Sí, de hecho esa felicidad que a menudo perseguimos depende demasiado de las circunstancias externas. Pero lo cierto es que la identidad, el núcleo interno, que es lo que tenemos que trabajar, está dentro de ti, no es algo que reclamas al mundo para que te traten de una determinada manera. Está inspirada en tus valores y en lo que eres. Eres un «ser humano», no un «tener humano».
Por eso necesitamos ese proceso de aprendizaje, de evolución y de conocimiento interior para volver a reconquistar nuestra mente. En esos momentos en los que pensamos que la felicidad está fuera llevamos a convertirnos en nuestro peor enemigo. La duda nos carcome, llena de grietas nuestra confianza y por ahí se filtra el miedo, que es el que nos susurra que «no tienes lo que hace falta» o «no eres lo suficiente». Y es ahí cuando necesitamos hacer ese trabajo que nos ayude a tener perspectiva para reconquistarnos.
Podría decirse que el ser humano ha conquistado de todo, pero no se ha conquistado a sí mismo. Nos convertimos en prisioneros de nuestra propia mente.
A través de la historia de Martín y Paula plantea una cuestión que tal vez todas las personas hayan sentido en algún momento: la conexión inusual con un desconocido como si fuese alguien que se conoce de toda la vida...
Sí, es algo que sucede. Con algunas personas pasa que de pronto te abres y no sabes por qué. Y la clave es la autenticidad. Cuando sientes que una persona es auténtica, que es de verdad, que tiene sensibilidad, que escucha y que no pretende ser ni aparentar algo distinto de lo que es, sientes que es auténtica. Y eso genera directamente una química, una conexión con ella. Es entonces cuando ambas personas encuentran cosas en común, se miran, se escuchan, se sienten bien y no sienten que les juzgan ni les etiquetan ni se hace un juicio sobre ellas. Simplemente esa persona te acepta tal y como eres. Y por eso uno se siente seguro y cómodo ante este tipo de personas. Sientes que puedes ser tú y no tienes por qué interpretar a ningún personaje, te puedes abrir, puedes confiar, te puedes abandonar... porque te sientes seguro o segura.
Es una sensación poderosa, por tanto...
Sí, pero la conexión con los demás es directamente proporcional a la conexión con uno mismo. Si uno no está bien consigo mismo es casi imposible que conecte con los demás. Por eso lo primero es aprender a conocerse, a aceptarse como persona y a estar bien con uno mismo, porque esa es la manera de recuperar nuestra propia espontaneidad y autenticidad.
La conexión con las personas es lo que provoca una mayor sensación de calma y de sentido de la vida. Pero es cierto que estamos perdiendo este tipo de conexiones humanas debido al uso de la tecnología, que nos aísla cada vez más. El teléfono móvil, las redes sociales y la tecnología nos empujan en dirección contraria, porque nos empujan a que nos comportemos de una manera distinta a la que somos porque lo más importante es impresionar. Pero ese reconocimiento, si lo hay, no sale de la verdad ni de la autenticidad, sino de un personaje que no conecta con nada ni con nadie porque es una mentira. Es una vida editada, que no sirve.
Se necesitan conversaciones de verdad, auténticas y sinceras...
En su obra revela además que cuando expresamos lo que sentimos o lo que vivimos, nos liberamos. ¿Por qué?
Porque las emociones reprimidas no desaparecen. Y esto es algo que hemos podido ver especialmente en la pandemia. Entonces huno un montón de represión, en muchos sentidos, pues la gente aguantaba muchas situaciones extrañas en las que había falta de libertad, miedo e incertidumbre. Nos envenenamos de cortisol y tuvimos que reprimirnos mucho a nivel interno. Pero todas esas emociones no desaparecieron, solo se reprimieron. ¿Y qué pasa ahora? Que se ha convertido en algo habitual saltar a la mínima de una forma irascible, como si esa represión fuese una olla exprés que llevamos ahí dentro que se activa con la persona que menos lo merece, en el momento menos oportuno y con las peores palabras...
¿Y qué solución propone?
Comprender lo que está ocurriendo dentro de ti porque un mayor nivel de conciencia es lo que ayuda a liberarte de la ignorancia que te mantiene en una cárcel invisible. Por eso necesitamos aprender, no para darnos cuenta de las cosas, sino para ser más conscientes.
«El estado de ánimo de quien mira, transforma la realidad de lo que ve»... Ésta es una frase de su libro. Pero, ¿es de verdad algo tan determinante?
Piensa que es algo que nos sucede a todos. Te levantas un día con buena energía, con la sensación de que tienes las cosas bajo control, con confianza, pero de pronto llega un correo electrónico con una mala noticia, luego una llamad con una peor y después el cartero llega con dos cartas con deudas importantes... O a veces ni siquiera se necesita todo eso porque con un comentario o con un hecho toda tu confianza y energía puede saltar en pedazos y convertirte en un mar de dudas. Pasas del cielo al infierno en cuestión de segundos. Y el mundo está igual, lo que ha cambiado es tu percepción. Estabas enfocándote en lo mejor, en lo que estaba en tus manos y en lo que podías hacer, pero de repente hay algo que hace que empieces a enfocarte en todo lo que está mal, en lo que te han dicho, en lo que te está pasando... Tu estado de ánimo influye en cómo interpretas las cosas.
De hecho invita a «no creer que somos lo que sentimos»..
Sí. Cuando estamos ante un fracaso, una pérdida, una ruptura... llevamos a sentir emociones inmensas y dolorosas. Pero el problema no es tanto el problema en sí, como la interpretación que hacemos de él, el significado que le damos y el camino hasta donde nos lleva emocionalmente. A veces hacemos una interpretación que se magnifica tanto y nos duele tanto que llevamos a pensar que somos lo que estamos sintiendo. Incluso podemos llegar a pensar que esa emoción será eterna. Y entonces no vemos solución y nos sentimos atrapados en esas emociones negativas. Pero lo que tenemos que tender es que es algo pasajero, que la emoción negativa pasará y tú permanecerás. Esos pensamientos que se cruzan dentro de ti se irán de la misma manera que llegaron.
Pero el gran problema es esa identificación: creer que eres lo que sientes con lo que ocurre. No eres lo que te está pasando en ese momento y nada ni nadie puede cambiar el núcleo interno de lo que realmente eres.
«Cuando descubres que te estabas contando mentiras y te enfrentas a lo que temes, el miedo se difumina»
Uno de los grandes bloqueadores y represores en este sentido es la culpa. ¿Cómo puede alguien dejar de sentirse culpable por todo?
La culpa no sirve absolutamente para nada. Te fustiga y no aporta soluciones. Lo que hace es cavar una tumba aún más profunda y magnificar el problema. Es completamente distinto a la responsabilidad. Cuando hay culpa hay que pasar por un proceso de tres ingredientes. Por un lado la aceptación, porque si no aceptas lo que ha sucedido, no puedes cambiar nada. Se trata de aceptar y asumir las consecuencias.
La segunda parte es el perdón, pues hay que pensar que siempre intentamos hacer las cosas de la mejor manera que podemos, con lo que sabemos y, a veces, no sabemos lo suficiente. Y el perdón es tanto hacia nosotros mismos como hacia el otro porque aunque a veces no se lo merezca necesitas perdonar al otro para curarte a tí mismo. El perdón implica dejar el pasado en el pasado.
Y la última parte es la responsabilidad. Mi vida, mis emociones, mi economía... dependen de mí. La responsabilidad es la capacidad que tenemos de responder con habilidad a los retos y los desafíos que nos lanza la vida. La responsabilidad es un signo de madurez y de liderazgo. Cuando asumes la responsabilidad, tienes la sartén por el mango y tienes la sensación de que diriges tu vida. De esta manera recuperas tu dignidad, tu fortaleza, sales de la culpa y comienzas a caminar por un sendero hacia un futuro mejor.
Otra gran reflexión en torno a todas estas ideas es la que nos lleva a evitar relacionar el resultado final con el valor personal...
Evaluar a los demás y a nosotros mismos en función de los resultados que se obtienen o de lo que haces o lo que se consigue en lugar de evaluarnos en función de quiénes somos es algo propio de esta sociedad en la que vivimos. Y esto nos lleva a pensar que si te estás juzgando por los resultados ni siquiera te permites vivir en el presente porque estás esperando llegar a otro lugar supuestamente mejor. Nos pasamos la vida haciendo y haciendo para llegar a ese sitio que queremos y que pensamos que es mucho mejor. Pero si sólo te juzgas por tus resultados terminarás siendo cruel porque no tienes el control sobre las circunstancias y son muchas las cosas que no dependen de ti.
Lo importante, por tanto, es que cumplas con tu parte, que tengas las conciencia tranquila de que has cumplido y has hecho lo que tenías que hacer, sin pensar en el resultado. Pensar en los resultados genera tensión y miedo. Pero de lo que se trata es de centrarse en el proceso, en hacerlo lo mejor posible y sabiendo que has dado lo que tenías.
Cuando habla del miedo lo relaciona con una imagen interesante que es el «cajón de las mentiras»...
Los miedos son mentiras que nos contamos constantemente. Pero hay que separar el miedo del peligro. El miedo se necesita para evitar los peligros, pero en la sociedad moderna lo que hay es miedo a no estar a la altura, miedo a ser invisible, miedo a no importar, miedo a no ser querido, miedo al fracaso, miedo a la sociedad... Nuestra mente se convierte a veces en el mejor contador de historias de terror del mundo cuando empieza a magnificar de forma distorsionada el futuro. Pero nuestro cuerpo no distingue la verdad de la mentira y el cuerpo padece lo que la mente piensa.
Somos a menudo prisioneros de lo que evitamos y necesitamos aprender a ser conscientes de que cada vez que aparecen los miedos hay que entender que la vida te está dando la oportunidad de superarte. Tienes que decidir si vas a volver a la cueva o te vas a enfrentar a lo que temes. Cuando descubres que te estabas contando mentiras y te enfrentas a lo que temes, el miedo se difumina.
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